LEOPOLDO BRIZUELA

Leopoldo Brizuela: Entrevista

Por Juan Sasturain en VER PARA LEER
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Juan se encuentra con el escritor y periodista argentino Leopoldo Brizuela, quien le entrega un amuleto que siempre lleva para acordarse de cuando se inspiraba. Sorprendido, Juan le pregunta:

-¿Andás con esto encima?
-Siempre.
-¡Que lo parió!-
-Eso y el celular.
-¡Te pegó fuerte el campo, en serio!
-Sí.
-¿Estás seguro vos?
-No te creas que todos los hombres de campo eran de campo, sobre todo en la literatura argentina, y más en el tango.-¿Decís los tipos que hablan de campo no tenían ni la menor idea de nada?
-No, ni la menor idea. Eran todos inmigrantes que estaban idealizando un campo interesante pero no verdadero, el que uno amó desde la infancia en los tangos, en el cine.
-La provincia de Buenos Aires ha dado muchas cosas. Martínez Estrada lo pensaba desde ahí, desde la provincia.
-Sí, creo que sí. Para mí el mas grande de todos es Atahualpa Yupanqui.-Que no se llamaba así. Atahualpa Yupanqui se llamaba Roberto.
-Chavero.-Roberto Chavero. Ese nombre era bastante payasesco. Si vos lo mirás con un poquito de perspectiva Atahualpa Yupanqui es casi excesivo, es disfrazarse de indio. Con todo el respeto. Uno se acostumbró pero ponerse Atahualpa Yupanqui es casi de emperador.
- Sí, casi como Ima Sumac.
-Exactamente.
-¿Te acordás de esa cantante que se decía Princesa Peruana?
-Claro. En esa época se tenían que disfrazar un poquito para hacer folclore. Atahualpa se habrá puesto ese nombre a fines de los años 30. Sí. Margarita Palacios que era una cantante Tucumana decía una cosa divina que era “Cantamos fiero pero somos vistosos”.
-Claro, claro. ¿Se disfrazaba un poco para eso?
-Sí. Pero vos sabés que Borges decía algo de la llanura que en el Martín Fierro me parece increíble: que en el Martín Fierro no hay paisaje, el paisaje se siente, se siente en el silencio de las entrelíneas. No hay descripciones de así son las plantas, así son las tierras… Y en Atahualpa lo que se siente es el silencio y la llanura todo el tiempo, entre nota y nota.
-Además el silencio él lo tematiza todo el tiempo.
-Todo el tiempo. “Le tengo rabia al silencio”.
-“Por lo mucho que perdí”, “No se quede callado quien quiera oír feliz”.
-¡Qué lindo! ¡Qué viejo maravilloso! Hay un oído para el folclore… Hablábamos alguna vez que es bastante nueva la idea del saber popular. Este tesoro que hay en un pastor de cabras de Jujuy o en un payador de la provincia de Buenos Aires.
-Es un invento moderno digamos.
-Sí.-Es un invento románico, además.
-Un invento romántico también, sí.
-Claro.
-Pero por lo menos hasta los años 80 cuando yo viajaba al menos juntando coplitas, era maravilloso ver como alguien que era analfabeto o tenía un tesoro de poesía que se podía remontar al siglo XVI en Tucumán, por ejemplo.
-¿Andabas juntando coplas?
-Sí.
-¿Como hacían Leda y María?
-Como hacían Leda y María, como un ejemplo.
-Estamos hablando de Leda Valladares y María Elena Walsh.
-Bueno, lo que Sara Gallardo hace por primera vez en el año 58 es una novela que se llamó “Enero”.
-La primera de ella.
-Sí, siendo hija de una familia de estancieros.
-Porque ella es Sara Gallardo Drago Mitre.
-Y Cantilo.
-¿Cantilo también? Se le caían las calles, eh! Todas las calles, una al lado de la otra… ¿Entonces?
-Es la primera que toma el punto de vista no de un peón de campo sino de la hija de un peón de campo y le presta oído a esa voz verdadera. A la voz no inventada como la voz gauchesca. Es una novela maravillosa, sencillísima en apariencia pero de una profundidad increíble en la que también está ese paisaje como en el Martín Fierro, ese paisaje de la llanura como un silencio que uno escucha todo el tiempo. Una historia tristísima de una chica que queda embarazada pero una de las grandes novelas de la literatura. Estaba Juana Bignosi una poeta del partido comunista de esa época.
-Típica poeta del 60, mujer de cierto orden, muy buena poeta.
-¡Excelente! Hasta el PC la celebraba a Sara Gallardo, porque decían que era el despertar de la conciencia de una clase.

-Tanto campo, tanto folclore ¿cómo influyó en el momento de escribir? “Inglaterra”, con la que ganaste el premio clarín del 99, en la 1º edición del premio y que, esto va por mi cuenta, le dio prestigio al premio y nació bien parido.
-Yo lo que te puedo decir es que hay otro autor al que me gustaría citar, que es Guillermo Enrique Hudson.
-Hablamos de “Allá lejos y hace tiempo”.
-Sí, o sea Hudson, que vivía por acá entre Quilmes.
-El libro era “16 Ombúes”, ¿no?
-Ese libro yo lo adoraba, lo leía en inglés y veía el paisaje de ahí alrededor de La Plata, y lo veía de vuelta porque estaba en otro idioma, entonces era como si me obligara a fijarme en esa planta que nunca me fijaba. Es el poder maravilloso de la literatura que te hace ver las cosas cotidianas como si fueran nuevas. Entonces me dije, porque no hacer algo al revés, ¿por qué no imaginarme una Inglaterra? Hay tantos libros ingleses sobre Argentina que se equivocan, dicen cualquier cosa y son muy divertidos, pasando por la Ópera Evita. Entonces dije ¿por qué no hacer una Inglaterra totalmente inventada, con lo poco que sé o con lo mucho que sé o con mi imagen?
-O con la Inglaterra pasada por la literatura, lo que habías conocido a través de la literatura.
-Exactamente.
-¿Pero cuál era la anécdota central que disparó la novela? La que sirve de puente que te permite ir a las 2 orillas…
-Entonces era como retratarnos a nosotros mismos, a la Argentina a partir de lo que podíamos imaginar de Inglaterra. La anécdota central no tiene demasiado que ver, o sí tiene que ver porque salió de una anécdota de Niní Marshall. Yo lo leí primero en las memorias de Niní Marshall. Cuando ella tenía 88 años y yo tenía 20 ó 22 me ofreció María Moreno hacerle un reportaje. Entonces fui a la casa de Niní y seguía haciendo sus personajes para ella misma. ¡Era una maravilla! Y tenía un personaje que era del campo, que era “La Belarmina” una criadita que estaba pelada por los piojos y que ella había conocido en una estancia en el campo cuando había estado casada un tiempito cortito, cuando todavía no era actriz. Y siempre tenía un montón de personajes que todos conocemos muy graciosos y este personaje que no hacía gracia, y la anécdota es esta: Un día estando en Perú la invitan a un beneficio en una cárcel, en Lima. Niní, sin pensarlo dice: “Bueno, voy a arrancar con el número que hace menos gracia que es la Belarmina”. Sale con su guardapolvo gris y ve miles y miles de presas vestidas igual.
-¿Vestidas igual?
-Igual. Con el guardapolvo gris, rapadas. Niní iba a hacer el primer gesto y no pudo seguir actuando. Dijo: “¿Qué les vengo a decir a estas mujeres?” Para esto era que yo tenía este personaje. Entonces pasamos toda una tarde casi jugando porque era maravillosa, y me decía: “Ve, este es el álbum de fotos de la niña Jovita, esta es la ropa que le estoy haciendo a Catita”.
-Cándida
-A Cándida por ejemplo. Y le dije: ¿Qué pasó esa vez en Lima? y me respondió: “Ah… no se, eso lo tenés que escribir vos”.
-Ah mirá, qué lindo eso. ¡Te tiró la pelota!
-Entonces yo me imaginé un actor inglés que estuviera haciendo el único indio que imaginó Shakespeare alguna vez que es Calibán,
-Que aparecía en la tempestad de Shakespeare.
-Claro. Actores ingleses que actúan la tempestad delante de los indios. Entonces por primera vez los indios ven cómo un inglés se imagina un indio.
-Bueno, y en “Los que llegamos más lejos” que son cuentos, está incluido uno que yo había leído solo que es “El placer de la cautiva”, y de ese quería hablar con vos. Es un libro muy armadito. Me hace acordar a la estructura de “La misteriosa Buenos Aires” de Mujica.
-¡Qué lindo! ¿Por qué esa comparación?
-Porque es atravesar toda la historia de la ciudad de Buenos Aires en el caso de Mujica Láinez.
-¡Qué lindo eso que decís! Porque es la idea de inventar mitos. Mujica Láinez decía que él había intentado darle a Buenos Aires una mitología. Porque era muy nueva. Y lo que no hemos dicho del campo es que el campo se llamó mucho tiempo “el desierto”.
-Eso es lo que te iba a preguntar ahora. ¿Quién inaugura la categoría del desierto poéticamente? -Echeverría, con “La Cautiva”.
-Era la tarde, y la hora en que el sol la cresta dora de los Andes. El Desierto inconmensurable, abierto. Primera décima, preciosa décima.
-Desde ahí hay toda una visión. ¿Qué es el desierto? Estaba lleno de gente el desierto.
-Exactamente.
-Como lo fue a descubrir quizás nuestro mejor escritor argentino en “Una excursión a los Indios Ranqueles”.
-Don Lucio V. Mansilla.
-Entonces la idea mía era dotar de otra mitología, o rescatar esa otra mitología que hay detrás del campo. Es decir, la mitología no es sólo la que dicen los señores de esa época ni los relatos de los dueños de las estancias sino que hay otras.
-Escuchame una cosa. Me convenciste. Tengo que salir…
-Sí, no te preocupes, vamos hoy.

Y así Leopoldo le sugiere que lo mejor sería irse juntos a San Miguel del Monte. Una muy buena opción, un lindo lugar, un campo raso ideal para descansar y disfrutar del aire libre.

Leopoldo Brizuela nació en La Plata en 1963, donde estudió Letras. En 1977 publicó sus primeros cuentos en la revista Oeste y al año siguiente comenzó a colaborar como periodista en distintos medios gráficos. Su obra de ficción comprende Tejiendo agua (1985), Primer Premio Fortabat de Novela, Inglaterra. Una fábula, (1999), que recibió el Primer Premio Clarín y fue publicada en España, Alemania, Brasil, Francia y Portugal; El placer de la cautiva (nouvelle), publicada en Portugal y Francia, 2001; y Los que llegamos más lejos (relatos) 2002, traducido al portugués y al alemán, y parcialmente al inglés, ruso, coreano y vietnamita. Publicó también un libro de poemas, Fado, (1995), dos libros de reportajes, y varias antologías sobre el oficio de narrar. Desde 1987 da clases de escritura creativa en forma particular y en organizaciones no gubernamentales. Coordinó durante diez años el taller de escritura de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Es colaborador habitual de Página 12, Clarín y La Nación.

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