José María Pallaoro, selección de Una medida adecuada a todo




UNA MEDIDA ADECUADA A TODO
(Selección)

El muro

Todos los días y todas las noches
abro los ojos
con la esperanza de ver
el dorado rostro amanecido. 

Pero el muro sigue allí.

El muro sigue allí.



471 y 29

No solo es un par
de números puestos
al azar.

Es una esquina
con sauces y álamos.

Una simple esquina
de calles de tierra.
Únicas.
Imprescindibles.
Deseadas.

La entrada
a un mundo
que por un breve tiempo
tal vez nos pertenezca.

En el sentido sartreano.
En el mejor sentido.



La clave

Como la flor
que se abre.

Como la flor
que se cierra.

Eterno y fugaz.
La clara verdad.



Limones

Los limones caen
de la planta del edén.

Por el piso peregrina
la soledad y el destierro.



Fifty-fifty

Arrojar el sentimiento
y la razón
para que el círculo
de lo vicioso
se convierta
en nuestra mejor virtud.

Celebrar la ausencia
o la continuidad
de nosotros mismos.

Desentrañar el callado cielo
desde esta oscuridad
alumbra.



Alumbre

El lado oscuro del espejo: un fósforo
a punto de encenderse.



Basta de todo

Todo eso no la destruyó.
Todo eso la hizo mejor.

Más hermosa.
Más humana.

Invisible.



Me desgajo de vos

y crezco
con una claridad
insospechada.



El camino más fácil

Ella sopla las opacas nubes
de su corazón
                              y se resfría.



Por el motivo que sea

Clara
es tan clara
que no
necesita soles
para embellecer
los días.

Eso sí:
cuando cierra
sus ojos
todo hace agua
y lo que vale
la pena
se ahoga.



Yo no me llamaba Bob

Estábamos perdidos
en el extranjero,
en una ciudad como La Plata,
Lévico, Olula del Río o Tokio.

Yo no me llamaba Bob
ni vos Charlotte
aunque tenías
los ojos más hermosos
que he visto
en muchos años,

y la belleza frágil
de la muchacha del film
de Sofia Coppola.

Si todo esto fuese
como en la dolce vita
rebobinaría la cinta
en el momento
en que mi mano
acaricia tu pie
y después te beso
y logro
hacerte sonreír
susurrándote
algo de Roxy Music
o de Spinetta
al oído.

Pero no siempre
hay finales abiertos.

Un encuentro
en cualquier lugar del planeta.



Derrotas

El amor sigue
creciendo
y también
su pena.

Sos
la belleza
que duele.

La derrota
del no
avanzar
jamás.



Poesía pura

Después de la ducha
el vate cuelga
de la percha
la bata
húmeda, blanca,

y seco va,
aún desnudo,
hacia el escritorio

a trabajar
libre
de impurezas.



La utopía se nombra

El joven escuchó
a Antonio Gamoneda
recomendar
a tres poetas
que bajo el poncho
se las traen
o trajeron.

Diego Jesús Jiménez
(Madrid, 1942-2009),
Manuel Álvarez Ortega
(Córdoba, 1923)
y Enrique Falcón
(Valencia, 1968).

“Por la santísima trinidad
si tengo la más puta idea
de quiénes son”,

dice en tono de preocupación sincera.



Volví a usar polleras

Me pongo linda para vos.

Tomo sol en las horas correctas.
Camino una hora en las mañanas
contando las piedras blancas
de plaza San Martín.

Volví a usar polleras,
y a las lecturas de Simone de Beauvoir.

Señor de las frutas y las verduras,
respeto las cinco comidas
y cuando puedo me dejo acariciar
por la sombra del sauce.

Sos mi héroe mítico
entre tantas moscas y caracoles.

Mi gran pena aún es
que no me conozcas.



Un poema zen

Nada estalla de las manos
del solitario que escribe su poema
sin pájaros del deseo.



La muda

“Estoy bien
pasa que no tengo
palabras”,

dijo la muda
y se puso a cantar,

a cantar.



Rasguña las piedras

En la reunión de fin de año
nos creemos
Antonio Lucio Vivaldi
y al momento de dar
la mejor de nuestras notas
(paso a la primera del singular
para no herir susceptibilidades)

vomito sobre la mesa
el vino malo y los canapés,
los palmitos y la cerveza,
el vencido corazón,
la prosa de la poesía.

A las postres hago
plancha vacía de panza,
beso la frente
del estimado público,
y me voy
silbando una
que sepamos todos.



Elis

Ella mostró su manifiesto
y me regaló una canción
que habla de otros atardeceres
similares a los de siempre jamás.

Esa noche llovía Neil Young 
y después ella se hizo ella
y Caetano nos habló
de muchachos que se besan
en la calle.

No es extraño que el tiempo pase
y los libros viejos se reflejen
en meninas que comienzan
a hacer más de lo mismo.

Tal vez mejor, tal vez peor.

De la pasión estamos cantando.
De la pasión y no de otra cosa.



No puedo cantar

Bueno, volveré a casa, hace ya demasiado
tiempo que no escucho el gemir del álamo,
volveré, estuve ciego, volveré, estuve sordo;
volveré a casa, ese es mi deseo, volveré
a usar mis manos en el jardín, limpiaré
los rincones; hola John, hola George, sonará
otra vez la música de días mejores, hola
Raymond, hola Joaquín, hola Edgar, hola fantasmas
de mi corazón, volveré, volveré a ustedes. Ey,
adiós amigos, he estado demasiado tiempo
buscando lo que no existía, yendo hacia
lugares donde no me esperaban, bueno,
estaré pronto, allí estaré, allí, bailaremos
los dos en el río amarillo, como ayer
bailaremos y nos pondremos rojos
de dicha, con vos, la dicha de estar con vos,
allí, en mi lugar, y papeles y papeles y viento,
volveré lugar, volveré hogar, estuve tan mal
afuera, quiero, sí, quiero un poco más de luz,
volveré, amor, volveré, estuve perdido demasiado tiempo.



Apenas puedo ofrecerte

No me pidas
que compre
algún regalo.

Vivo imposibilitado
de entrar
a lugares extraños
que solo logran producir
acidez estomacal
y dolor de cabeza.

Apenas puedo
ofrecerte
este cúmulo
de vagas palabras
salidas del cascarón 
a lo largo de este año,

en este sitio,
en otros espacios.

En el corazón de mi hogar.


Libros de la talita dorada, 2012.