MARIO ARTECA: Otra vuelta a casa y otros poemas

OTRA VUELTA A CASA

De noche, a través de los vidrios
de la puerta asoma la luz
del antiguo oeste.

La luz de aquella época;

una fachada inconclusa
rompe el frente de una vieja casa,
mientras un auto -De Soto, 1940-
parecía dejar de rodar. Se deslizaba
en slalom por la nieve, en su pereza.
Y hacían patito los insectos en el rocío
cierto tiempo inmóvil.

Nubes y nubes
de anillos redondos
cubiertas
por los techos:
fue una decepción
que se levantara a orinar.

Ahora otro coche pasa raudo
y de pronto
su novio ante mí, una cinta
sin control que embiste la bobina,
su aliento es un chiste a perpetuidad.

Y no ofreció la boca
sino la mejilla (lo ordinario
en estos casos).

Esa luz en calles que se implican
detrás de las persianas, regresan
a oler la forma en que esos papeles
alcanzan por fin la combustión.

Veinticuatro horas
-un ambiente más propicio-
e idénticas pruebas de fuego.


ZENTRALPARK

Más bien parecían de vidrio,
bulbos que surgían redondos
y extraños, revolviendo el agua.
Las mujeres estaban pesadas.
No eran con todo la generosidad.
Sólo un estanque entre ellas y ellas.

Vencida ahora la repugnancia
se abre sin corola el paladar,
igual que cualquier luz limpiando
el aire en las flores. Y huyen
hacia atrás -¿dónde, si no?-
insectos a veces ordinarios.
Esa luz me indicaba en qué sitio
apoyar los pies al regreso.

De pronto todo oscureció,
en eclipse.
Tuve que hacerlo, y miré:
la perturbación se deshacía
en innumerables carriles,
volvía hacia mí por un canal
europeo de invierno
y mucho lodo entre las suelas.

Hasta que un sonido me hizo levantar la vista.
Estaban aún allí, paradas
en el césped fresco, como árboles.

(Bestiario búlgaro, Vox, 2004)
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LARRY RIVERS por John Ashbery
Galería Rive Droite, 1962.

Larry pinta todo lo que se presenta
a su alcance.
En esto pensaba Lautréamont
cuando escribió sobre la lógica sublime
del hacer el amor a la primera persona
que sale al paso.

Larry pinta a su suegra
porque se quedaba en la casa. No pretendía
conferirle algún significado universal,
ni su opuesto. Actualmente (1962)
está pintando paquetes de cigarros
con la graciosa seriedad del Tiépolo.
No intenta decirnos que los objetos
comunes tienen su lugar
en el sistema de las cosas.
O que nada sea más importante
que ninguna otra cosa.

Resulta difícil decir qué hace.
Es una máquina como Mozart
-que ha enloquecido- y no puede
parar de diseñar sinfonías, sonatas,
todo ello maravillosamente revestido
en colores, sin que sea tampoco eso,
con exactitud.

Como se comprende, no es posible
colocarse en una posición
respecto de su trabajo que él mismo
no haya terminado de tomar, alejándose
hacia alguna llamativa inferencia
de sombra o de pastel.

Está respirando algún oxígeno
inevitable, expeliendo burbujas
en distinta luz y pudiendo
de una vez romperse.

Pero a quién le importa.

Existen sin duda hermosos accidentes
en su obra (no golfos, los geográficos;
no de carretera, los más humanos):
se pueden disfrutar si uno lo desea.
Sólo que él no podrá esperar mucho
porque está moviéndose de prisa
hacia algún sitio. ¿Qué podrá haber
de más hermoso y conmovedor
que el retrato a color de Napoleón
sobre un billete de banco francés;
qué podrá haber de más atractivo
que la propia mujer del artista?

Y sobre esto: cuidado:
señalará todas las partes de su cuerpo
incluyendo aquellas que interesarán más,
porque realmente tiene mucha prisa.
Y de paso, ¿sabía usted que se vendrá
con él? Seguro que lo hará.

Y ya no queda tiempo
para ponerse a pensar
sobre cómo es su trabajo,
porque el tren está partiendo
lentamente de la estación,
y yo aún en sus andenes.
Prémier service au départ.

(La impresión de un folleto, Siesta, 2003)
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10

Esto es un dispensario venéreo. Las mujeres
hacen fuerza; las criaturas gritan como gatos.
Un monopolio es un adaptador, miserable,
ni más ni menos. “¿Aquí venden impertinentes?”
Con ellos verás las estrellas a plena luz, si te ponés
detrás del coro. Estás largando más que a paso,
si no querés sacudirte por la fuerza. Anonadado,
permaneció sin moverse, sudando de gusto,
tomando las abarcas, y con sigilo las casetas
símiles de casamatas, después largándose
al trote largo. Por un lado, lo acechaba
un nuevo sobresalto, siniestro manchón
oscuro en el rosicler. El regocijo, prematuro;
la casa, dos últimos golpes; en la cocina,
flaquean las piernas; un berrido,
hasta desgañitarse; todo de pasada,
tomando nota de algunas circunstancias.
En el cementerio, el vivo se siente pesaroso.

Un olor a materia flotaba en la tierra,
en tanto un charco no paraba de secarse.
La necesidad obliga al ojo a proteger las especies.
La cosa no se marcha; cualquier nido no tarda
en ser visto. “¿Creías que no daríamos
con vos, en esta madriguera?” Se recuesta
a su lado, en el almiar, recogida las piernas.
Una aclaración: “Eso de sacado es suave.
Mejor decir robado”. Y un dispensario
no es un monopolio, ni más ni menos
que al acecho de un nuevo sobresalto.
Oscura es la mancha en el rosicler.


13

A veces dejaba naipes, me acuclillaba en el suelo,
extendía una lona y ponía a desmontar.
“Me asombra infinito su necio (se pone
como un tonto en vísperas) sentimentalismo”.
El sable, el pico, la pica, la alabarda
y demás chatarra pasaron. Ahora, “un cuarto
de cerveza es un plato para un rey”. For a quart
of ale is a dish for a King
. Me enferma
con sólo verlo: mejor enviarlo a comer semillas
verdes. O decirle: qui nel cuore antico
e sempre vivo di sognie d’utopie
(tumba
de Gadda). Pero iba con la cabeza levantada,
dirigiendo una procesión de círculos concéntricos,
es decir, cavando en el mismo sitio. Una huella
no es más que un artificio de Arthur Symons.
“Caminantes, hemos llegado juntos; aquí estamos,
nos albergan las calles intrincadas y la noche
y el silencio cerrados”. Pomes Penyeach.
Cierto complejo de Yago: radix malorum.

Pero en verdad no hubiese relatado nada,
sino estuviera delante mío una imagen,
creo, recuperada. Bien, y eso es el estampido
de un revólver, y no el sable, el pico,
la pica, etc. La chatarra. Un sonido cuya
diversión es la pereza con que termina
ajustándose al blanco. Claro que para eso
(dar en el blanco) habría que tomar
decisiones. Y lo cierto es que por ahora
no se puede. Dejo las cartas en el suelo,
pero luego las tomo. Los juegos de mesa
son una imitación de mi propia sensiblería.
Qué tonto puede ponerse uno en la víspera.


22

¿La mar de Saint-John Perse? Vamos
por partes. “La otra mitad quedó en la lluvia”
(Molina). Qué incendio por desvanecerse
se inclina en esa lluvia de Enrique Molina.
“Porque primero se llega, después también”
(Álvaro Marín), y puesto que nadie podrá
deshacer este esquema habrá de ahorrarse
la pista en genitivo.

Creo que los mares de Perse son manes,
es decir, síntomas de una escintilación
de la que ya hablamos, con toda la ignorancia
recogida por una coincidencia de actos,
o actos de lenguaje. Vuelven los chuchos
en empalizada, en quirófano, hacia ellos,
los manes. Cuando mueren lo hacen
por mitades: una queda prendida de la lluvia;
la otra es una enmienda patafísica, escrita
por Rafael Cipollini. Los chuchos tienen
un sabor especial, por eso nadie los pesca.
Lo que algunos pescadores de mar entienden
como cuestión de gusto. O estilo. ¿Es el estilo
lo que primero llega, después también?
¿No estaré bailando en un circuito?

“Nos visita raramente ahora…”;
“Sí, me estoy convirtiendo en un solitario”.

Retengo mi mano sobre la suya
más suave que una tela.


40

“La tempestad más trascendental de mi vida
data de esos momentos”. Desde ciertos causales
de la desgracia, el corazón se indignó contra
sí mismo. Cayó a sus pies, confesó iniquidades,
se abrazó con muestras de alegría. Hubo
una penitencia que hoy está cumpliendo.

Para curar las enfermedades hay que cambiar
de sitio, lamentar los yerros bajo otro techo.
Una popa adornada de flores; una columna
de humo, elevada para anunciarlo. “Quedé
casi solo en aquel depósito de antídotos,
y deseoso de gozar de un espectáculo entre
tres desiertos. Un edificio se presentaba
por todas partes, a la vista, contemplando
desde una crujía la alejandría que contenía
un millón de personas. Y más extraordinaria
todavía por su situación entre tres desiertos.
El mar, los arenales, una ciudad semejante
a la de los muertos, tan grande como
la de los vivos. Mis ojos vagando sobre
unos monumentos. La ciudad se bloqueaba
igual a corazas macedónicas, cierta imagen
extraída de otra fuente. Después vi un pequeño
bloque de vidrio, en el cual había un hombre
muerto en la flor de la edad, ceñida la frente
con coronas de oro. Sus facciones mantenían
aún pisadas del alma que lo animó. Dormía
el sueño de aquellos que, cuando caen,
ponen su espada debajo de sus cabezas”.

Y por eso, a la ausencia de acción, no
se la puede llamar nada más tragedia.


43

“Cuando de ella hiciera escombros, varios
intentos”. Pero se trata de un tiempo
inclinado (Tilo Wenner) al interior
de los actos. No precisamente paráfrasis.
Ni con el don de la cita se involucra
la exactitud. Porque entonces una imprecisión
da en el blanco, lo cual se entiende muy poco.
Clara que para eso (dar en el blanco) habría
que tomar decisiones. Y lo cierto es que
por ahora no se puede. Era invierno.
Había estado afuera tres lunas (por
lo que ella me dijo); por lo que se rió
de mi hombría. Decirme que pensaba
dar a luz y yo sería el padre que la criaría.
Sería todo lo que yo no era. Que otro
la llenaba mientras que yacer conmigo
era copular con agua.

Esto era dar en el blanco, no importa
la puntuación. Debido a esto, la puntuación
no interesa. Mar dudoso. Niño perdido.
Chico de ella, hecha escombros, después
de intentos en instalaciones museográficas,
cuando con Sergio Amar redimimos una moldura
de yeso de un lienzo de Faustino Brughetti.
Fue en 1981, en el Museo y Archivo “Dardo
Rocha”, de La Plata. Enseguida, la pared calcárea
detrás del cuadro, y allí quedó un orificio
de dimensiones. Un buco. Logrado escombro,
luego de intentos por colocar un clavo.
Jamás se supo. ¿Y si vienen a pedirnos
explicaciones? ¿Y si el buco se reabsorbió
y sólo estoy diciéndolo porque existe
un tiempo inclinado hacia el interior
de los actos? Tal vez Sergio y yo
fuéramos los colocados, debido
a una aspiración repentina de formol,
letal para taladros devoradores de madera.
Era 1981. Fuimos todo lo que ya no era.

(Circular, inédito)

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16/

Cuando se entra allí por primera vez se sienten todas
-------esas cosas, no se recapacita sobre ellas.
1998 Es un lugar silencioso, acogedor. La luz
-------ambiente, las sombras se sienten, también
aquellas deslizándose sin hacer el menor ruido, semejan
peces abisales. Del lugar una fosforescencia aprieta
con lengüetas el terror en las cisandinas. En el recinto,
por fuera y por dentro, el agua se escurre y pronto
el escenario vuelve a su inmanencia, dejando allí
alguna cosa insustancial. El ojo, la carne, la sangre,
pasan; destilan. Sólo un espejo fijo conserva sucesiones
de luz, en medio de la oscuridad ya se anula y esfumina
el proscenio, los quilates saliendo por el vano. Una luz
concebible por Vermeer, cuarteando el celaje del crepúsculo,
justo en el instante donde nadie propone otra cosa
que no fuese poesía. En ese núcleo apenas asoma el corrido
de unos tachos de basura, o bien la ganzúa de toda cicuta
-------adherida a los cordones de la senda. El musgo
1997 y el verdín serán la apoteosis de toda sátira.
-------Múltiple borneo, y luego gritos perdiéndose en agudos
y lejanos, o como diría el urbanista francés Auguste Perret:
“valiosos, para otros momentos que ya fueron”.

(Guatambú, Tsé-Tsé, 2003)
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I. Faro Recalada

Un día y un mes son al tiempo lo que la balanza
a la carga, apenas un instrumento de medición
para un motor fuera de borda. La caída del liquen
nos dice que el deterioro puede ir más allá
de nosotros mismos, que un signo contrario
por momentos escapa a su naturaleza:
no siempre dos porciones asimétricas
se repelen, y allí está el negocio, una fusión
por la que ninguna clave sería la acertada.

Sólo con la adulteración surge cierta claridad
y lo notable, entonces, ocurre, incluso
por sobre la primacía de la superficie.
¿Pero qué es “ir más allá de nosotros mismos”?
Agobia el sencillismo y el remate cuando
el cansancio coloniza ciertas maneras de decir,
como de obtener el efecto deseado. Modos
y motivos al uso, sí, reinciden en delimitar
un contorno de avisos nada publicitarios,
alguna cosa de líquido gaseoso que se lleva
nuestra identidad como un código de barras.

El sol replica en forma discontinua, pero
por ese motivo, y no por otro, se ha convertido
en el primer sospechoso. Un único temor:
vencerlo. Se ha puesto de moda instruir
a una legión de enanos de visita, para que fragüen
estocadas a patricias en los salones de costura;
estoy al tanto, aunque el crédito sea ínfimo.
Si lo leo es porque la incredulidad perdió
un terreno que jamás le fue propicio. Así
el beneficio de la duda vive cargándose
de buenas intenciones y sin embargo la única
ilusión es aproximarse a la ejecución sumaria,
sin réplica ni plica, hasta la desaparición
del anonimato por interpósito caño.

Pero una lectura atenta adhiere las paredes
del estómago y provoca aquello
a lo que con frecuencia llamamos “despertar”,
y es ahí donde nos enrollamos como vermes
en sus crisálidas, aunque el ciclo en su verosímil
no sucede, y nadie podrá llamarnos más
-por equis causa- “mariposas”.

La salida es el refugio, ocasional, porque
el sentido de la transformación ya nació
trastornado, o se reduce a mostrar cómo
un individuo en “falsa escuadra” no es
el más indicado para la educación de menores.
Por eso, ante la perspectiva de hundirnos
braceamos constante hasta la orilla: ella nos
golpea, alcanzando de tal manera la posibilidad
de salvarnos para siempre. Seres donde
el saludo diario es un ritual de intemperie
que la costa promete como suya, pero no,
es sólo un milésimo de cálculo entre millones
de piezas formando una probabilística,
o lo azaroso de todo momento
en que una partícula de nosotros invade
con la tarea de llevarse el único premio,
si accedemos a la competencia.

Tampoco se trata de esto: quien rehuye
yendo hacia delante, cae desde alturas
inconcebibles. Estamos con los órganos
dispersos en una acera recién inaugurada
por el beneplácito municipal. Alguien
tenía que estrenarla.

Más allá de esto, la mirada se vuelve
aguda, el olfato atraviesa lo profundo
del aire y alguien a quien sólo respetás
por su oído absoluto, pregunta cien veces
por un nombre propio enterrado conforme
el chirrido de una motocicleta.
Cada interrogante es cubierto por un sonido
que ni por asomo deja sobresalir un cuerpo
completo. Hay estigma, inclusión
en la carne ya retirada de las primeras
batallas, y el jubileo de las formas
es una cutícula por ahora mal preservada,
y siquiera una lima para uñas de señoritas
consigue rebajarlo.

(fragmento de Géminis, editarse en Bonobos, México)

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¿EDGARDO ANTONIO VIGO? ¿por? ¿Edgardo Antonio Vigo?
(¿Leda Amyris Ferreyra?)

I

No me detuve un instante en pensar como yo muerto. Es el pase lógico de lo anormal a lo normal, tras la costumbre de vivir-muerto. Y cualquier acontecimiento consciente de pequeñez será motivo para que se fijen y decidan enterrarme.

Agosto 1953. Anochecer en Saint Tropez.
En Cavaleire me decapitaron a yo. Todo
lo demás llegó hasta el presente, un 9
de octubre de 1962. Sucesos post-
decapitation. Casamiento, tres hijos, un título,
ascender y quedarse en lo profundo sin tocarlo.

4 de marzo de 1969

II

Entonces hay bretes, aceleración, trances. Es tanto el ímpetu, que nos levantamos (es tanto el ímpetu impreso), temprano, y transcribimos esto.

Ante la inminencia de la muerte,
el recuento de lo hecho, para
pasar revista a lo no-hecho.

2 de marzo de 1969

KAREL APPEL por la Tapiola Center Hall, Espoo, Finlandia
(presupuesto del sonido)

I.110 x 137 cm.

Vitales. Presupuestos y partidas desde las que avanzar, porque “ahora sólo la naturaleza tiene la palabra”, decían de Schönberg. “Y es necesario recordar que sólo puede robarse algo a los dioses mediante el ingenio”, decía Rothko.

Siempre se mantuvo fiel al espíritu Cobra.
El primitivismo de su obra es muestra de ello.
Así desciende hacia universos infantiles,
hasta el punto de creer que sus temas
los haría un niño, de la misma forma
que los motivos y colores que aplica,
son un todo. Fusionan, no actúa por separado.
En las posibilidades de la plástica existe
un motivo enriquecedor para dar a entender
una estética. Hay juego, pero no entretenimiento;
a través de ésta muestra aparece todo un credo
de incumbencias.

“Lo que haré es ir al pueblo a buscar pan y no
papel Japón”, dijo otro Karel, pero Jonckheere.

19 de mayo de 1952

II. 110 x 100 cm.

El verticalismo y la tendencia a lo colosal son aportes de una nueva tradición.

El mundo es un mundo sin retóricas, sin teorías
excepto la de su ética. Él apuesta por aquello
que no pudo tocar. La mano del hombre es
su controlador. La imagen de una fantasía,
y el afán por pintar y crear. Desea inmiscuirse
en el reino de lo imaginario mediante un universo
de garabatos que pueblan el papel. Esa es
su búsqueda, para lo que emplea fórmulas
del surrealismo y del expresionismo. “Esto
no puede ser enseñado ni aprendido. Imposible
engañar a los dioses dos veces con la misma treta”.

23 de mayo de 1952

(poemas de Nuevas impresiones, a editarse en 2009 en La Calabaza del Diablo, Chile)

------------:
Mario Eduardo Arteca nació en La Plata, Argentina, en 1960. Trabaja como periodista. Publicó: "Guatambú", "La impresión de un folleto", Bestiario búlgaro". En antologías: "Jardim de Camaleoes" (San Pablo, Brasil); "Actual Triantología" (Homúnculus, Lima); "Naranjos de fascinante música" (Libros de la talita dorada, City Bell) y "Pulir huesos" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona). Publica regularmente críticas en Diario de Poesía, y algunos de sus textos fueron recogidos en "Mandorla", publicación anual de la Universidad de Illinois, y en Hispanic Poetry Review, de la Universidad de Texas, entre otros. La editorial VOX edita este año su libro "Cinco por uno". En 2009, la editorial mexicana Bonobos publicará "Géminis" y la chilena La Calabaza del Diablo, "Nuevas impresiones". FOTO DE CABECERA: Olivia Arteca.

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