Néstor Mux, Setenta y uno


NÉSTOR MUX, ENCUENTRO EN EL TALLER, UN COMIENZO

Por © José María Pallaoro

          Es el primero en llegar. Nos saludamos como buenos amigos. Aún tenemos tiempo para la muchachada del taller. Y conversamos. De cualquier cosa, pero a esa “cosa” la cargamos de sustancia, líquidos amables como el vino que vendrá después. En el largo rato compartido no enciende un solo cigarrillo, tal vez, como respeto a esa especie de santuario que es mi lugar de trabajo. No creo que a Mux le sea cercana la palabra “santuario”, salvo por William Faulkner. Comienza a abrirse y cerrarse el portón de calle, Carolina, Mechi, ahora Laura y Justine, Hermeto, Graciela. 
          Con Graciela iniciamos la propuesta de esta tarde. Durante un mes, además de otros trabajos del taller de lectura y escritura creativa que coordino, leímos poemas de Mux. Y Graciela relata su mirada escrita. “Muy lindo. Me quedé callado”, dice Mux. “Me emocionó”. Y así lo vemos, emocionado. “Disculpen, por suerte no tengo que agregar nada. Está todo dicho”. Pero parece que no. “¿Por ahí decís `imágenes instantáneas`? Como fotos. “Sí, siempre tuve esa idea, desde que era muy chico hasta ahora”.
          Néstor Mux nació en la ciudad de La Plata el 22 de octubre de 1945. Sara Raquel García Mardones, su madre. Eduardo Conrado Mux, su padre. De barrio Parque Saavedra.
          Precisar el foco de la máquina. Sacarla. “Sí, siempre tuve esa idea. Recién, cuando está resuelto el poema lo escribo”. La síntesis. “Claro, ahí está más o menos la síntesis. Poner en foco, que sea lo más preciso posible, tachando todo lo que está de más, que siempre es mucho. Y ahí te queda el poema. Eso es lo que intenté hacer”. Esa imagen, esos sonidos.

Las viejas maderas del techo
que no terminan de acomodarse, unas a las otras.
El insecto golpeando incansable contra la lámpara.
El motor de la heladera
que no interrumpe su transmisión.
Las ruedas del cartonero, en la calle,
y el perro que ladra al cartonero.
La fatiga de nuestra respiración
y la canilla que pierde, ajena a toda fatiga.
Pasos que parecieran llegar. La sombra de otros pasos
cuyo destino ya no somos nosotros.
¿Hay un límite acaso que separe
los sonidos que sólo prosperan
en nuestra propia tensión,
de aquellos otros que vienen fundidos
al espesor de la noche?

          Aún no entramos a ese espesor. “Está buena toda esta publicación que hizo Pallaoro porque yo me puedo ver”. En enero de 2009 Libros de la talita dorada editó Disculpas del irascible, con introducción de Mario Arteca. El período abarcado de esta antología va de 1978 (con el libro Como quiera que sea) hasta diciembre de 2008, con dos poemas incluidos en el blog Aromito. Dentro de los límites de esta antología se incluyen poemas de Perros atados (1982), Poemas (1985), Cosas que nos rodean (1986), Papeles a consideración (2004) y poemas publicados en diferentes números de la revista en papel El espiniyo, que dirigí entre 2005 y 2007. No incluye textos de sus primeros libros: La patria y el invierno (1965), Nosotros en la tierra (1968) y Cartas íntimas para todos (1974). Parte de todo este último material se puede leer en los blogs poéticos literarios Poesía La Plata y Aromito.
          “Es todo un recorrido de vida. No hay más remedio, uno anduvo en eso siempre. Y ahora lo veo con otra perspectiva, por eso me emocionó”. Pasaron muchos años. “Una pila de años. En realidad no hice otra cosa. Uno trató, sin saberlo, de publicar para que algún día ocurra lo que pasa ahora. Un día escuchar esto de todos ustedes. Hoy se dio”. ¿Nunca le pasó lo de ahora?, pregunta Carolina. “A veces llegan a destiempo las señales. El texto que pasa desapercibido”. “Sin quererlo muchos años escribí para encontrarme con esta síntesis generosa. Tampoco imaginaba…”, agradece Mux el aporte, a lo largo del encuentro, agradece Mux, las diferentes miradas de Laura, Hermeto, Mechi, Justine. “Hay un hilo conductor”, dice Mux. “De todos los libros este es el que más me gusta”. ¿Por qué dejaste tanto tiempo de escribir, entre 1986 y el 2004? “Los desánimos. No hubo poema. También está bien, dejar de escribir”. Sartre en Qué es la literatura dice que el deber de todo escritor (poeta, agregamos) consiste, no solamente en escribir sino también en saber callarse cuando es necesario. Mux ríe. Risa y emoción es lo que nos deparará este espacio nuestro de hoy, para el después, con abundante picada, botellas que se fueron vaciando, cigarrillos no encendidos y las hermosas canciones de Justine. La poesía nunca va sola, va metida entre los seres humanos, entre nosotros. Es un reflejo de cómo se siente el mundo, cómo lo padecemos.
          “Fue un tiempo que me desanimé, realmente, nada más, y eso es todo, eso fue todo.” Paralelamente la poesía también se hace con silencio “Lo que no está dicho en un poema. O está implícito”. Entrevisto. “Sí, claro”. “Es como la música. Sin silencio no se escucharía nada, diría que uno trató, tal vez, de no hacer grandes textos, sino que esos textos no desafinaran”.

Como se sabe,
cada uno es lo que hace
y las dificultades de la época
(mezcladas con nuestras propias carencias)
ponen en cuestión la identidad de nosotros.

Después de años, equivocaciones
y vacíos sobrevividos en silencio
vuelvo a reconocer por azar en la poesía
–aunque imprecisa– una música de mi pertenencia.

Ella me hace respirar otra vez
la convicción inocente que la intemperie
no nos alcanza del todo
si regresamos a bailar con nuestro propio ritmo.

          ¿Y cómo entraste en “carrera”?, digo, tus comienzos. “Éramos muy pibes. Nuestros padres nos conseguían el primer trabajo. Comencé en el Hipódromo, como vos bien sugeriste. Ahí lo conozco a (Rafael Felipe) Oteriño. Me preguntó qué iba a hacer con mi vida. Creo que voy a hacer periodismo. ¿Y te gusta eso?, dice. No, digo. Aunque después estudié y trabajé como periodista antes de jubilarme”. Un día le dice Oteriño. “Dice Oteriño: No le digas a nadie. Yo escribo versos. Yo voy a hacer versos y vos vas a hacer periodismo”. “¡No, yo también escribo versos y sólo quiero hacer eso!”. Al otro domingo se encuentran, están armados de carpetas. Comienzan a leer sus poemas. “Versos muy malos. Intercambiábamos opiniones. Esto está de más, esto está mal dicho. O le decía: esto es retórico, humanizalo más.” Comienzan a convocar a jóvenes poetas. Con Horacio Ponce de León (h), Enrique Dillon y otros, arman el grupo La Voz en el Tiempo, editan una serie de cuadernillos y mosaicos de poesía.
          “Nos juntamos, o mejor, nos amontonamos. No éramos un grupo, no tenía nada que ver los versos de unos y otros”. Pero se juntaron. Armaron los cuadernillos y le pusieron un broche. “Así arrancamos”, dice Mux. “En esa época, había entre los cines y los chistes, al costado,  había una sección que se llamaba Prosa y Verso. Sacaban un texto poético y abajo narrativa o pensamientos. Y eso era todos los días”. Y eso era en el diario El Día de La Plata. “Publicábamos asiduamente, porque a dos periodistas encargados de la sección les gustaban nuestros versos, y eso se hablaba, se comentaba en esa época. No sé lo que pasa ahora pero en esa época se hablaba”. Y además “hacíamos unos afiches también, que pegábamos en la calle. Engrudo en un tacho”. Esto fue por 1962, 1963, hasta 1968. “Por esos años, sí”. Donde además de La Voz en el Tiempo, y el Grupo Escalas, realizaban movidas semejantes el Grupo de Los Elefantes, el Movimiento Poético Platense. La tradición poética platense, caminando, siempre caminando. “Y llenos de expectativas. Nos alentábamos entre nosotros”. En 1965 aparece el breve libro Antología generacional con prólogo de Horacio Núñez West y trece jóvenes poetas nacidos entre 1934 y 1947, Osvaldo Elliff, Liliana Báez. “Después había señales de que uno estaba funcionando”. ¿Un ejemplo? “Vino mi padre del trabajo y me cuenta que va un cliente al trabajo y le pregunta qué relación tenía con el poeta, si eran parientes, y vino contento, y me lo cuenta”. “Algo estábamos haciendo. Entonces le metíamos”. A la poesía mural. “Por esos papeles pegados, se acerca una vez una piba. Y me dice: Yo necesitaría que usted me firme este poema. Había sacado el afiche de la calle, tenía un poco de engrudo. Y lo firmé. Vivimos juntos hasta que ella murió, treinta y tres años vivimos juntos”.

Con ella naufragamos muchas veces
y combatimos otras tantas
por reconquistar la paz que merecemos.

Con ella nunca dejamos de intentar el cielo
a pesar de saberlo apoyado sobre esta tierra
cada vez más difícil.

Con ella soy, somos y son nuestros hijos,
sin más armas que las que nos da
este profundo e inexorable deseo de vivir.

Con ella, lejos de la melancolía del mundo,
nos perpetuamos en el amor
por esa luz tenue, humilde, pero empecinada
que nos alumbra por dentro y que no quiere apagarse.

          Con Silvia Aducci tuvo tres hijos: Griselda, la menor, Julieta y Juan Pedro.

Debajo del sol
el niño juega con su paraguas ardiente
hasta que algo nos hace creer que llueve
porque el corazón profundo de la casa
se moja de alegría.

          “Parecería que en esa época estábamos encajados en algo. Cosa que no me pasa ahora. Hablo de lo mío personal. Ahora no coincido en nada. Recuerdo el poema de…”. Guillermo Boido. “Sí. Poema de dos líneas”. Sociedad de consumo se llama: La poesía no se vende / porque la poesía no se vende. “La poesía no se vende / porque la poesía no se vende. Es maravilloso. Hay que padecerlo al que escribe poemas. Hay que aguantar. En aquella época había algo que tenía que ver más con nosotros, en lo que estábamos inserto”.
          En taller leímos y disfrutamos tus textos. “Claro, pero lo que decía al comienzo, para mí es una maravilla poder estar disfrutando este diálogo porque secretamente dije para que un día ocurriera esto, un encuentro, que gustan los versos. Pero, como te digo, no te enterás siempre de lo que ocurre”.
          Volvemos a 1965, sale el primer libro de Mux, La patria y el invierno, a instancias de Javier Villafañe. “Javier Villafañe era grande, más que mi padre, para tener una referencia. Yo había hecho un libro completo, tan flojito como los poemas que publicamos para darnos ánimo. No tenía rigor. Lugares comunes, la nieve blanca. Yo ya estaba en periodismo, y Villafañe vino a dar una conferencia o no recuerdo porqué estaba ahí. Era un titiritero famoso y poeta, y le doy el libro, con los ganchos, para que se pueda leer como objeto. Bastante pretencioso. Y le digo si se anima a leerlo. Y `Cómo no`, dice”. “Nos juntábamos, comíamos cornalitos, tomábamos vino en un bar de calle 8 y 56. Un bar, una fonda. Nos reuníamos ahí, en ese lugar, y claro, iba Javier Villafañe, se sentaba, se ponía una servilleta en la mano y le hablaba al que traía los cornalitos. Y nos matábamos de risa, pero ni una letra de mi libro. Y yo no le voy a preguntar, no me voy a meter, es una impertinencia, así que no le decía nada. Pasan los días, caía él, y nada. Una tarde casi noche llaman de La Rosa Blindada que era en ese momento la editorial de poesía más importante”. Los libros se vendían en los kioscos de diarios y revistas, con buena difusión y una tirada importantísima si la comparamos con la tirada de los libros de poesía de hoy día. “Queremos saber cuando puede venir a firmar el contrato. Debe haber un error, digo. Yo no mandé nada. Sí, nuestro asesor literario Javier Villafañe sugirió la publicación de su libro”. Y se publicó. “Agradecidísimo a Villafañe. En el libro hay cosas ilegibles. Vos me diste el libro un día, y lo leí en casa. Era para no publicarlo”. Te dio el impulso para seguir escribiendo. “Sí, que yo iba a dedicarme a eso solo”. En 1968 aparece Nosotros en la tierra. “Hay cosas que se sostienen como para leerse, no como el primero”. En 1974, tu tercer libro, Cartas íntimas para todos, de prosa poética. “Coincidía todo el reverdecer del país. Es un libro que, más allá de los valores que puede tener, encajaba en la época”. Y se leyó mucho.
          Hablaste de tus compañeros poetas de generación, también de Osvaldo Ballina que conociste a través de Oteriño, todavía no de tus mayores. “Me hice amigo de Speroni, de Núñez West, que me sirvieron mucho. Los tuve de maestros a los dos. Acá está el poema breve Juanpedro”. Conté la historia. Contála vos para ver si macaneé. “Mi viejo me presentó a Horacio Núñez West. Un día viene a visitarme, vienen a cenar varios poetas, a comer un asado, y yo estaba luchando con un texto en la Olivetti, una Lettera 22, chatita, muy simpática. Había montones de estrofas, y estaba Núñez West detrás mío, y le digo, esperá que resuelvo esto y voy con el asado, así no se me escapa. Y Núñez West miraba desde arriba y dice y marca, y todo esto para qué, el poema está acá. En estas primeras cuatro líneas”. “Fijate qué maestro. Lo que yo quería decir estaba arriba, para qué voy a explicar en una página entera. El poema eran esas cuatro líneas. Y así quedó”. El resto habrá avivado el fuego que estabas preparando. Reímos.

Un aire inexplicable
nos hace andar por el aire puro

nuestros ojos de siempre
por primera vez
ven hasta el otro lado del mundo

la quietud de corazón
es una estación que nos faltaba
y deja en la boca el gusto
ecuánime de todas las estaciones

llueve y es como si lloviera
para nosotros

el pájaro en el hilo telefónico,
la vecina que barre, el ciclista,
los árboles de la mañana
cantan para nosotros:

la alegría.

          Con Como quiera que sea de 1978 se inicia Disculpas del irascible, el libro. Una poesía que va a lo esencial desde lo cotidiano. “Es una excusa para hablar de los hombres. Lo hace más aprensible hablar de la cama o de una lámpara o de un cuchillo que de una abstracción. De alguna manera me acerca a mí al texto y al posible lector a ese poema”.

Envainado, se deja estar
sobre el estante
y con libros, cigarrillos o llaves
comparte inmovilidad y silencio.

Por el esmero de la empuñadura
y el filo cuidadoso
podría pensarse que aguarda la mano
que lo acerque, finalmente,
al cuello del indigno
y corte por lo sano.

Pero sólo es convocado, cada tanto,
a rebanar el ajo y las cebollas
o desgrasar la carne para los comensales.

          Al hablar de los hombres se trasciende las generaciones y los contextos. “Los temas en cuanto a la obra poética, sí. Yo me refería que la realidad o la vida cotidiana ya no tienen nada que ver, por lo menos conmigo. Cuando yo antes creía que lo que hacía tenía que ver con lo que hacían los otros. Siempre estuve convencido que este era un oficio al igual que cualquier otro, el que pinta paredes o te arregla la bicicleta. Creía otra cosa, y ahora no tiene nada que ver lo que uno hace…”. Nadie te pide que escribas.

Nunca llegará hasta la casa
en la que no es esperado.

No habla si no le piden opinión
porque entiende que la palabra
no modifica la historia
y en algunos casos puede ser
invasión al otro,
como de intruso que atropella la puerta.

Tampoco, nadie le pide que escriba.
No obstante, cuando nadie lo ve,
cuando todos están lejos
– con su confusión y sus convicciones,
con su sombra y sus jardines –
él coloca en la máquina el papel en blanco
como una forma de desobediencia,
de alivio o de revancha.

          Mundo de nadie. Mundo de todos. “Trato que sea de todos. Dialogando con el prójimo”. Acerca de la antología. “Quise que los poemas de antes y los de ahora sean un vaso comunicante con los demás. Nunca me gustaron las abstracciones, me gusta cuando está apoyado en algo”.

En la pared de un alojamiento de Mallorca
Aurore Dupin, baronesa de Dudevant,
llamada George Sand, en 1842 anotó condescendiente:
pobre Chopin.

Ahora, solo en la casa, escucho el compact
que me regaló mi hija mayor la última navidad:
un piano prodigioso recrea sonatas de sencillez esmerada.

Algo dice que esta confortabilidad provisoria
desprende cierta atmósfera anacrónica
cuya melancolía no encaja en nuestros días.

Pero la realidad, más allá de la ventana,
suena hosca, estridente, fuera de escala humana.
Y por un rato – sólo por un rato –
aquí se está bien con uno
y con el pobre Chopin, un siglo y medio después.

          Tocar la tierra. “Antes creía que sí, que tocaba todo, ahora dudo un poco. Hoy es algo distinto. Por lo que estamos charlando ahora. Este encuentro no se produce casi nunca, en mi vida personal, como no hago vida literaria, no me ocurre. El problema es de uno. Este diálogo, en este taller, es muy satisfactorio, no se da todos los días, diría que casi nunca o nunca. Para mí, estar acá, era una cita de honor viniendo de Pallaoro. Yo retomé la escritura gracias a él. Me insufló un aliento del que carecía. Volví a escribir. Salieron dos libros en esta editorial”.

En intimidad el irascible
entrega y recibe amor.
Afuera, en la realidad,
el irascible, como un derrotado,
grita contra el mundo.
Es posible que sangre por la herida.
Es posible que el amor
salve al irascible.

          ¿Estás escribiendo algo? “Intentando. Estoy viendo. Todas las noches y las mañanas, cuando me duermo y me despierto, los sueños. Todavía no me largué al papel”. La fotografía. “No inventé yo que los sueños te revelan cosas. Sabato decía: de los sueños de un hombre se podrá decir cualquier cosa, menos que no sea la estricta verdad”.

El cielo está negro
como el sol de los muertos.
Pronto llegará la lluvia
y su sonido apagará otros sonidos
que hacen mal al alma
y nos dejaremos llevar por esa paz ajena,
por esa confianza del agua en las ventanas.

          “Al despertar o durante, porque me despierto a la noche a tomar el jugo y vuelvo a dormir, y no falla nunca eso, el sueño te enfrenta a las más feroces verdades. Son sueños, pero es cierto, no debe haber cosa más real para un hombre que los sueños”.

Al despertar, día tras día, abrimos
la ventana para comprobar que los dueños de la tierra
todavía no la han destruido del todo.

Acariciamos los animales
que protegen el descanso de los nuestros
mientras el agua hospitalaria
de la pava y el mate recibe condescendiente
a estos modestos poetas de provincia.

La razón apenas entreabierta, entonces,
el cuchillo de ardor en el estómago
y la cáscara fastidiosa de los sueños
no dejan de recordarnos que sin porvenir
la palabra – como la vida – es difícil.

Sin embargo con la cautela de los náufragos
nos acercamos a la máquina de escribir
y en el espacio sin límites
de la hoja en blanco, creemos escuchar
un silencio poblado de temblores,
una música que insiste
hundida en un territorio de promesas.
 
          “Me gustaría eso, hacer textos sobre los sueños. Pero todavía no he podido, no lo encuentro. Todos los amigos muertos vienen y hablamos. Algo así era. Cómo llegaron hasta acá si están muertos. Y me desperté con eso, y dije cómo enchufa este texto. Querían estar vivos los amigos.”

Desde lo más hondo
se van abriendo paso impunemente
hasta instalarse en el centro de nosotros.

Como dulces fieras o ángeles pavorosos
vuelven a recobrar los pedazos de sí,
dejándonos a cambio el oprobio
que les dimos o las maravillas efímeras
que a nuestra vanidad se le antojaron inmortales.

Sólo fantasmas recorriéndonos hasta el final,
para que no olvidemos nunca que nuestras vidas
están construidas también con la memoria,
el estupor y la carne borrosa de esas muertes.


          Mux sueña la casa de barrio Jardín. Sueña el jazmín. “Soné, por ejemplo, que este jardín de la pérgola que está acá, en el libro, esperé pacientemente que creciera, que diera las flores. Como digo en el verso, mucho esperé”.

La realidad habitualmente adversa
debiera invitarnos, al menos,
a hacernos de una larga paciencia.

No obstante, anhelantes
del amparo de su sombra
controlamos, después de la lluvia,
cuanto prosperó el jazmín en la pérgola.

Incluso, le hablamos, cuando nadie nos mira.

Pero los tiempos del jazmín
se toman su tiempo.
Nuestro presente es perpetuo
y aquel tiene todo el futuro a su disposición.

Hace bien. Cuando así lo disponga
traerá su sombra (y su energía, su perfume
y su gracia) para nosotros
o para cualquiera que sepa esperar
o no tenga paciencia
y hable solo como un idiota.

          “Y la otra noche cuando despierto soñé que algo le pasaba al jardín de la pérgola. Cazo el teléfono y llamo a mi casa, la casa que ahora es de mi hija menor, y diciendo así medio elípticamente y la pérgola cómo anda. La podé, de abajo, me dice. Y quedé anonadado. Y soñé con el jazmín y la nena que me dice que vino el de acá a la vuelta con la motosierra. Cuando la pusimos era una ramita que atamos con un hilo a la columna de la pérgola. Y lo soñé”. En todas estas horas no fumó un solo cigarrillo. “Es muy difícil escribir eso, juntar un asunto con otro. Y darle credibilidad. Estoy con eso”. Con el fuego interior.

Como si se tratase de una puerta
hacia la felicidad, aun continuamos
haciendo caso al fuego interior que nos precipita
y caídos o extranjeros o convertidos
en nuestra propia condena
nuevamente ofrecemos un corazón sin excusas.

          Ahora es momento de vinos, picada sobre la mesa; y charlar, charlar acerca del tío Coco y otros instantes del mundo, charlar hasta tarde, muy tarde.


(Continuará). City Bell, 10 de octubre de madrugada, 14 de octubre al atardecer.-


El encuentro con Néstor Mux se concretó el jueves 9 de octubre de 2014 en Mundo despierto, el taller de lectura y escritura creativa coordinado por José María Pallaoro en el Espacio-Encuentro La Poesía. Entre las 18hs. hasta cerca de la medianoche dialogaron con el poeta los integrantes del taller: Laura Ceniceros, Carolina Cortazzo, Graciela Abal, Hermeto González, Mercedes Do Eyo y Justine Bevilacqua. Parte de lo vivido en esas intensas horas presenta esta breve crónica.

Publicado en La Tecl@ Eñe.

Esteban Peicovich, Hacer un poema de amor no es hacer el amor


COMO QUIERO MI CARA

Hay quien lleva su bondad en la cara
como otros sus anteojos.
Hay quien lleva su largo amor, su hambre
como otro su noche
en plena cara.
Hay quien lleva su cara
y en ella no otra cosa
y tiene que cuidarla
hablarle
todos los días mostrarla
a riesgo que digan
que es de otro.

Y darle pena
lluvia, cada tanto
y hacerla improvisar
para que sirva un poco más
que mera cara de uno.

Y ajena del espejo
ver que no pierda un ojo
una esperanza.
Es decir
una cara para siempre.
De poder darse vuelta cuando quiera
y verla usada, a poco
por los hombres.


EL TIEMPO

Es inútil pactar con tu infamia
apedrear tu tejado, huir
en borracheras
de verbos que confundan tu estrago:
fechas al pájaro, calendario a la flor
mensajes a la Luna.

Ese mar de luz que nos das
esos ciegos cuchillos
tu evangelio según la mariposa,
el vuelo sin volar.

Qué sería de ti si mi flauta de polvo
no soñara un camino.

Qué sería de mí
si no te dieras cuenta.


ADIÓS AL PADRE

Padre mío que estás en el polvo
hágase su voluntad: dame tus huesos.

Tu lápida te murió aquel mayo del 62
pero fue hoy tu derrumbe
hoy la fecha de tu racimo roto, de tu occipital yorik
de tu fémur yorik, en mi mano.

Empezó a suceder cuando María bordó la A de Andrés
en la bolsa de pan de tu ayer,
en la lluvia de talco,
en el preamanecer de Plaza Constitución
en la ciudad de Lima que era Buenos Aires:
ciego de pie podrido, enano fumador,
la poca luz, el frío.

Padre de átomos que estás en el polvo
ese obrero llegó en su bicicleta,
faja negra, toscano, pico, pala, una conversación.
Y luego se inclinó sobre tu apagado pecho aquel
trayéndote del fondo de lo negro
hundiendo el pico hasta ese lunes del 62.

Padre de átomos que estabas en el polvo
levantamos tus brazos
la última tranquilidad de tus manos,
ese desorden marrón, y uno a uno, tu cuerpo.
La redondez de tu cabeza llegada del Adriático,
los antiguos lugares de tu voz,
el dónde de tus ojos.

Padre vuelto a la luz,
después nos fuimos a beber
con tu gran mano posada como pan en la mesa
y tu ceniza alzada hasta el color.

Voluntad de mamá,
padre aire
ya no estás en el polvo.


EL TELEGRAMA

El encuentro en Verona
obliga a considerar como inevitable
que también viaje
el ruiseñor.

Es asunto de tres.


TEORÍA

Hacer un poema de amor no es hacer el amor
sino tan sólo navegar encima,
al lado, detrás del tiburón.
Hacer un poema de amor
no es hacer el amor
sino tan sólo dibujar una futura
cara en el espejo.

Puede hacerse mil veces y una vez
y no estar seguro ni del amor ni del poema
y el tiburón detrás,
y el tiburón ya en ti
y el espejo en la espera.


EUROPA

Grandes señoras, las gaviotas
Desayunan, soberbias
en los bordes morados del mar
de Amsterdam.

Cuando el primer Vermeer alumbra
el horizonte
ellas untan sus patas en petróleo
y picotean lo que llega del mundo.

Las grandes señoras están ciegas.
Confunden el velero, se posan
torpemente
en el mastil de los semáforos
de la Wilhelmstraat
y allí se quedan, redondas y blancas,
sin saber cómo morir.

En ninguna se ve ese relámpago
que hace volar
a sus famélicas hermanas
del Mediterráneo.
Ninguna insinúa perderse en el mar
o aligerarse
más allá del plomo de sus alas.

No hay una sola con forma
de mujer italiana
o de guitarra griega.
A ninguna le ha quedado
en la estría del ojo
el refucilo último del color
de Van Gogh.

Debajo de sus plumas, las gaviotas
de Amsterdam
han perdido la estructura del vuelo,
el pájaro que eran.
Grandes señoras, las gaviotas
de Amsterdam
ya no son ni de la tierra ni del mar.


Selección de textos: Jmp. (“Como quiero mi cara”, de La vida continúa, 1963; en: Berisso. Trabajos Literarios, Edición de la Municipalidad, 1973. “El tiempo”, “Adiós al padre”, “El telegrama”, “Teoría” y “Europa”, en Instruciones al pavo real, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993. Los poemas de Instrucciones al pavo real lo leímos junto a la querida Irina Bogdaschevski, un atardecer de años atrás, en su casa de La Toscas, Uruguay.

Esteban Peicovich (Zárate, Provincia de Buenos Aires, 22 de diciembre de 1929). Desde los tres años vivió en Berisso, y pasó su infancia entre las calles Ostende, Callao y Guayaquil. Imagen: Johannes Vermeer (1632-1675), “La lechera”, óleo sobre tela, 1660.

Diego Roel, La abierta herida de la luz


DICE JONÁS
(Selección)

EL POZO

Permanezco lejos del ruido de los hombres.

Acá abajo, en el fondo del pozo,
ya no soy hombre ni mujer.

No tengo patria ni lugar de descanso.

Oscilo entre un abismo y otro abismo.


El animal me escupió sobre la orilla del planeta.

Me levanté y lavé mis ojos con vinagre.
Junté mis miembros esparcidos en la costa
y caminé lentamente hacia la luz.

Recordé mi nombre y el nombre de mis padres.


Me preguntaron mi nombre,
me preguntaron mi oficio y mi lugar de nacimiento.

Les respondí: “Yo soy Jonás, hijo de Amitai.
Tírenme al mar y el mar se aquietará.
Arrójenme a la boca del abismo”.

Ellos dijeron: “Jonás, hijo de Amitai,
que la tierra eche sus cerrojos sobre ti,
que el alga se enrede en tu cabeza”.

Entonces la corriente me envolvió
y todas las olas pasaron sobre mí.
Vi lo que nadie quiere ver:
ciudades tragadas por el fuego,
engullidas por el soplo de las bombas,
arrasadas por el recio viento que viene del oeste.


DICE JONÁS


Acá abajo escucho
la respiración pausada de la muerte.

Hice mi cama en las tinieblas


Apoyo mis manos
debajo de un círculo de pájaros.

¿Cómo nombrar lo que se escapa,
aquello que vuelve y recomienza?


EL EREMITA

Aquí, sí, aquí me quedo:
donde se abre y cierra el ojo de la noche.

¿Qué tengo que decir?

Pongo mi mano sobre mi boca.



VÍA LUCIS
(Selección)


Infancia

Desde niña escucho Tu Voz.

En el vientre de mi madre escuchaba los aullidos de los ángeles:
aullidos de mi voz que eran mi voz de nuevo aullando.

Nunca se ha cortado ese cordón umbilical.


La caída

Escucho los lamentos de las almas que tienen cuerpo.

Desgajada de Dios,
arrojada a mi propia sombra espero
el golpe exacto de la Luz.

aquí yazgo,
desnuda y sola.


Genésis

Antes de nacer
me consagraron al silencio.

Soy ceniza de cenizas.


Anima mundi

Pero,
¿quién arma y desarma el esqueleto de los días?

¿Qué lengua explora las raíces del mundo?

¿Quién habla y vive en mí?



KYRIOS
(Selección)

San Moisés el etíope
(28 de agosto. Taumaturgo. Monje mártir de Scete)

Con mis manos maté cuatro corderos:
colgué sus en el cuello de la luna.

¿Quién acogerá en su corazón tanta tristeza?


San Simeón estilita el Joven
(24 de mayo. Hijo de santa Marta. Discípulo de san Juan estilita)

El paisaje aquí
es como una herida en la frente.

Pasan los hombres.
Pasan los hombres que entierran a los hombres.

El viento trae
un palmo de sol hasta mi cara.

Hace años que observo
lo que muestran y ocultan estas piedras:
la abierta herida de la luz,
el balbuceo secreto de las cosas.

Abba, ¿quiénes abren las puertas?


Santa Alfreda de Crowland
(2 de agosto. Hija del rey Offa de Mercia. Virgen y eremita)

En este valle en sombras
usamos un disfraz de piel de rata,
una máscara de mono.

Lo sé:
del otro lado del reino de la muerte
un hombre ve maderos en cruz
desperdigados por el campo.

This is the dead land.

Aquí las piedras levantan su edificio de cenizas.
Aquí los labios besan el polvo y se marchitan.
Aquí se alzan las voces del desierto.

Cuando la tarde declina
damos vueltas alrededor de una cisterna seca,
damos vueltas e imploramos.

Porque Tuyo es el Reino, Señor.
Tuyo es el Reino.

Tuyo es.


Selección de textos: Jmp. De: “Dice Jonás” (El Mono Armado, 2015), “Vía Lucis” (Ediciones del Dock, 2015) y “Kyrios” (De Todos Los Mares, 2016).
Diego Roel (Temperley, provincia de Buenos Aires, 11 de septiembre de1980). Reside en La Plata. Foto: Mariángeles Taroni.