Ana Cecilia Prenz Kopušar, la lengua



CRUZANDO EL RÍO EN BICICLETA
CAPÍTULO VI
(Fragmento)

LA LENGUA

   En Argentina no volví nunca más a hablar el serbio. Claro, era el serbio de una niña de cuatro años. Mis padres quisieron que yo conservara el idioma. Después de cuatro años de vida, mía, en Belgrado, volvieron al continente latinoamericano. Quisieron hacer las cosas con un toque de película. La vuelta fue en barco. En aquel momento, la vuelta de ellos fue mi primera ida. A La Plata, a Ensenada, a la casa de mis abuelos. Y yo, por el camino, me distancié - por breve tiempo - de mi identidad eslava. De pequeñita, esas primeras palabras que los niños comienzan a pronunciar las aprendí en la lengua de mis padres: el castellano. Mi madre, que no hablaba tan bien el serbio quiso, durante el viaje de vuelta, cambiar de lengua y comenzó a dirigirse hacia mí en serbio. También lo intentó mi padre. No fue una buena táctica.

   Siempre me gustó leer un fragmento de Pascal, Les Pensées. La profesora Martegani de francés, cuando era ya más grande y vivía en Trieste, nos había introducido en el mundo literario del autor. Los maestros nunca saben cuándo marcan para toda la vida a un alumno. Creo que ese fue el momento más revelador de mi vida. Una vez que me reconocí en aquellos pensamientos ya no los abandoné más, o, por lo menos, ningún otro pensamiento superó, en mis aprietos existenciales, la intensidad o profundidad de los de Pascal. Dice algo así como que no es posible conocer las partes sin conocer el todo; y es imposible conocer el todo sin conocer particularmente las partes. Luché ya desde pequeña para reconocerme en algo que me hiciera sentir segura. Yugoslavia representó uno de esos “algo”. Seguramente el más sólido. Una noche - ya vivía en Trieste - había ido a Istria a visitar el pueblo de mi abuela. Miraba el cielo de Grimalda que flanquea Podmerišče. Estaba cubierto de estrellas. Me había tirado sobre una pequeña pared de piedra y observaba. Creo que en ese instante sentí aquello que dice el francés. Las partes, el todo. Car en fin qu'est - ce que l'homme dans la nature? Un néant à l'égard de l'infini, un tout à l'égard du néant, un milieu entre rien et tout. La precariedad de nuestra existencia. No lo percibí con angustia, al contrario, con extrema belleza.

   Y las lenguas, cada una a su manera, con sus especificidades, me condujeron a todo ello, al todo y a la nada, como un juego. Adoro hablar en serbio, la lengua de los fuertes, decidida, clara, redonda, sin inflexiones. Nuestro argentino, alegre, despreocupado, directo, creativo. El italiano, elegante, sí, muy elegante, tan elegante que es retorcido, ¡qué retorcido!

   No fue una buena táctica la de mis padres. Jamás salió de mi boca una palabra, un monosílabo pronunciado en serbio. Así es que la lengua eslava se esfumó. Pero por poco tiempo.


La lengua

   A mi hijo el profesor argentino de violín le dice:
   - Tu papá es esloveno y tu mamá ¿de dónde es?
   - Es argentina pero nació en Belgrado.
   - Ah ¿es serbia?
   - No, es argentina.
   - No, es serbia. Si vos naciste en Italia, sos italiano. Yo nací en Argentina, soy argentino, por lo tanto, tu mamá, si nació en Serbia, es serbia.

   Felipe se queda mudo y piensa. No comprende el razonamiento. Desde que nació su madre para él es argentina.
   - ¿Y qué lengua habla tu papá?
   - Esloveno
   - ¿Y tu mamá?
   - Español. Pero nosotros en casa hablamos muchas lenguas: yo con mi hermano hablo esloveno, con mi papá italiano, con mi mamá español y mi papá y mi mamá entre ellos hablan serbio. Y mi hermano con mi mamá español y con mi papá esloveno.
   - Pero ¿tu mamá habla esloveno o serbio?
   - Mi mamá habla serbio pero los eslovenos entienden a los serbios, y los serbios a los eslovenos.
   - Ah, como nosotros con los peruanos.
   Concluye el profesor.




En: “Cruzando el río en bicicleta”, Mediterránea, Centro di Studi Interculturali, 
Dipartimento di Studi Umanistici, Università di Trieste, 2013.

Ana Cecilia Prenz Kopušar (Belgrado, 1964). Escritora. 
Actualmente vive en Trieste, Italia, en cuya Universidad trabaja 
como investigadora de literatura española.

Foto: Cecilia Prenz y José María Pallaoro. 
Portal de "La casa de Kamna", Kamna Gorica, Slovenija, 2013.

Juan M. González Moras, devolverte el aliento


DESEAR Y TENER
(Fragmento)


deseo tener tenerte
cerca
devolverte el aliento
la menta
la mente


y acaso tengo
que volver cada vez
después de ti


a ser quien
deseo


ser


y después del deseo


tener la mirada fija clavada afilada
tener más de una mirada
más de un ambiente para dar vueltas


pero tengo afiladas las uñas tengo la nariz que
siempre tuve
tengo que pintarme
tengo que vestirme


parecer

y sacarme
los pelos de la cara de las mejillas duras
y mostrar el carnet
o las tarjetas


tengo que ser dulce
y liviano
y una mierda


saber envolvernos bien para poder cagarnos bien
a palos
y luego sonreír


sonreír


eso es tener

pero tengo también tantos años que no me acuerdo
y un hijo
esperando


en alguna puerta
en todas las ventanas
en cada patio


al sol

pero tengo el deseo
y deseo tener tenerte acá


vestida y con flores y con tantas palabras
calladas
vestida
como una mano
con su guante suave
con su piel


y tener que desear
para seguir


para seguir tengo que seguir


cuando
cuatro palabras pueden más que todas juntas
las bestias del sol


y yo que

tengo el abecedario
herido
un hechizo partiéndome al medio
y poesías
que se alejan de sus cuevas
de sus centros
poesías como ventanas


y yo que tengo los recuerdos las caras las
manos las
piernas de tanta gente
la mirada el sudor el
aliento de tanta
gente
la saliva el humor el silencio
de nadie



Juan Martín González Moras nació en La Plata en 1973.
“Desear y tener”, Libros de la talita dorada 
/ Colección “Los detectives salvajes”, 2008.