ROBERTO THEMIS SPERONI: La araña está tejiendo a su capricho y otros poemas



Selección de textos: José María Pallaoro


La araña está tejiendo a su capricho


La araña está tejiendo a su capricho,
a su voz, a sus patas de neblina,
y tiene, como el mundo, una verruga
de silencio en el límite del cuerpo.

Me ha visto y nos hablamos en la tarde,
nos decimos de araña y hombre solo,
de caza y de trapecio, de la gente,
de cualquier cosa igual a las arañas.

Y mientras discurrimos, una mosca
ha llegado al principio de la tela.

(de “Paciencia por la muerte”, 1963)

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Al fondo de mi casa, en un baldío


Al fondo de mi casa, en un baldío
que aloja madreselvas y tacuaras,
envases, desperdicios y cadáveres
de madera fungosa; en un terreno
que un día fue patrón de las legumbres,
señor de las albahacas y el tomillo;
que tuvo un verde comercial y hermoso,
viven, con un chillar de porcelana,
las ratas que conozco. Por las noches,
a la lumbre bubónica del ojo,
con sigilo mental, siempre arrastrando
el calvo fleco en tubo de sus colas,
vagan entre geranios y hojalata,
erizadas de celo y amoníaco,
salivoso de hambre el diente agudo.

No me sorprenden ya. Sobre el cianuro
viven aún, rabiosamente invictas,
chispeando como piedras cenicientas
arriba de mis cejas, a los lados
de mi probable corazón, adentro
del hipnótico rombo de mi sangre.

Mis hijos las apartan, las persiguen,
les derraman aceite, las castigan
con afiladas llamas; mis hermanos
cavan anchos zanjones, tapan bocas
y clausuran hediondas galerías.
Pero vuelven al cabo de otra noche,
invaden mi silencio, y con jadeos,
se aposentan allí, donde yo canto,
allí, donde yo estoy cantando ahora.

(de “Solo canto de hierro”, 1975)

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La gente que lo espera, las abejas


La gente que lo espera, las abejas,
el maestro rural, las herraduras,
la pródiga vejez de las anguilas,
los silos, el abismo de las aves,
el caballo frontal de la memoria,
no quieren alejarse de su rostro,
del polvo azul que sube por sus sienes.
Hacen bien. El hierro, si florece,
logra estrechar el corazón, la sangre,
el vientre de la luz. Para saberlo,
va mi padre final pisando estrellas.
Viene de la razón. Entre sus brazos,
hay gaviotas y ruedas cardinales.

(de “Padre final”, 1964)

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Me he llevado a mi casa, para siempre


Me he llevado a mi casa, para siempre,
los libros de la hierba, los complejos
pergaminos del aire, los glaciares
manuscritos sonoros del granizo,
y me he puesto a leer, usando anteojos
de madera traslúcida, contento
de estar así, salvando y desligando
la dominante lengua de los meses.

Tengo un lugar, adentro de mi casa,
apoyado en dos troncos, sostenido
por mi entrecejo austral de jabalina.
Y estoy cómodo en él, mientras las horas
se parten como lentas avellanas
y en la cocina hay ruidos comestibles,
olores de tomillo, cuchicheos
de nobles y ferrosas cacerolas.

Leo sin fatigarme. Soy un alto
zapador de lectura, un fervoroso
jinete de lo cierto,
un hombre que procura dilatarse
para poder hablar con los certeros
lustradores del pan, con los antiguos
fundidores del pan y sus principios.

(de “Padre final”, 1964)

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¿Quién me puede prestar una botella


¿Quién me puede prestar una botella,
una paloma, un banco de cerezo,
y una miga de pan y un árbol solo,
para cantar a todo lo que amo,
lo que me quitan por estar desnudo?...

¿Quién me puede ofrecer un hueco infame
junto a las cucarachas y al residuo,
debajo de la muerte, en lo más triste?...

No preciso otra cosa. No deseo
lugares victoriosos. Solamente
un pedazo de paz, una tranquila
región donde poder mirar las nubes.

(de “Paciencia por la muerte”, 1963)

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Hoy 29 de septiembre se cumplen ochenta y seis años del nacimiento del poeta citibelense Roberto Themis Speroni (1922-1967), fallecido un día antes de cumplir los 45 años.
Imagen de cabecera: poema inédito de Roberto Themis Speroni, fechado el 2 de diciembre de 1943.

VERÓNICA RODRIGUEZ: Soy yo la que escribe poesías y otros poemas



urge una última dignidad:
asumir sostener
contra cualquier pretensión humanitaria
que, en verdad,
no hay más dolor en el mundo
que el que causa el desdén,
el propio

vean el hambre más feroz:
la espera de esa migaja, su respuesta
la tortura más inmoral:
su amor en otros asuntos

si ya no hubiera muerto
más de cinco o cien veces
de estas y peores cosas
rogaría a gritos
por el áspid, la cicuta…

pero no: soy
la mujer fénix
nutriré mis raíces con raíces más amargas
dormiré mi siesta con Morfeo
o su hermano o su amigo
lloraré lo increíble lo indecible lo imposible
vestiré y sonreiré de luto
todo el tiempo que quiera
porque soy la dueña del tiempo de dolor

y saldré a escena otra vez
otras veces
me pondré el traje de seda
rojo de seda
para llamar al ronco animal
al bruto al necio
lo tentaré lo llamaré a dolerme
(lo haré con el mismo u otro nombre)
porque soy la dueña del coraje de dolor

pero no es el dolor
soy yo
la que escribe poesías.

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voces

dejaré en una silla el pañuelo
que defendió mi cabello del viento
llevaré mis pies hasta la arena
(extrañaré un café)
probaré cantar
pero no habrá voz
porque para pensarte
acostumbré el silencio
y estoy tan muda de gritar tu nombre
que en vano pruebo recordar
los nombres de las cosas del mundo

el mar dirá las cosas
pero yo oiré tu música

el mar
hablará de otros hombres
de otras mujeres
de hombros que duelen bajo maderos
de manos callosas en un puerto
de bocas infectadas de delaciones
de vientres cóncavos y convexos
de pies torturados o sin rumbo

qué mezquina me volvería amarte
qué vacía pasearía mi vida en esta playa
si no te dedicara -como lo hago-
las lágrimas que lloro por el mundo.

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ciclo

me quedo pensando
en la hoja, el árbol
en la tierra

pienso en su diferencia y equivalencia
esenciales
y vuelvo a mí mis propios ojos

pienso en mi canto
que no es menos esencial
que inútil

pienso en tus ojos
que no me reconocen más
ni de otro modo
que este mismo modo mío
de distinguir una hoja, las hojas

pienso en lo breve, lo fútil, lo imperceptible
y en esta impaciencia del tiempo
que se va y no da crédito
ni importancia a mis planes

el ciclo
se sucede
vuelvo a pronunciar mis deseos
como si contemplara una mágica fuente
con una moneda entre los dedos
los digo al aire y al viento
pero ya no me engaño:
un día seré una hoja
más
en el suelo
y ni yo recordaré
mis pasados colores
y poco importará
cuántos sueños haya cumplido
o incumplido

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cartón

he trabajado duro
para domar tu imagen
he jurado ignorarla
y ella, que ahora es más obediente,
se ha comprometido
con firmeza
a ya no desvelarme

he debido explicarle
que pasaré de ella
y de su dueño
por el tiempo que reste en la aventura
de hallar un ser amable

la he escrutado a los ojos largamente
con la luz de la rabia:
no he logrado encontrar
ni aún un atisbo
de mella en su altivez
-sigue sonriendo-

ahora que se marcha
descubro sin embargo
que apura el paso…
teme
que me atreva, ahora sí,
a retenerla un instante
para rasparle un ángulo
para ver cabalmente
-libre ya del opio o del encanto-
que mis dedos se ensucian
con un dorado tinte.

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carcelera

te descubro una vez más
usando mi nombre
decís en mi voz y en mi nombre
las palabras los vestidos
de seda

nadie te pregunta
la mordaz respuesta
ensayás repetís ensayás
nadie escucha el retruque
altisonante
la fanfarria retórica
tu virtud edulcorada

esta tarde
harta de oquedades
quisiera saber los ojos
las manos el miedo
de la verónica
llorosa
-no la llorante-
de la magdalena
que en el fondo
tiene sed de esa lluvia de piedras

y quisiera no desear saber todo
decir todo parir todo
quisiera felizmente ignorar
el libre argumento
o el capricho
de la lágrima, la piedra
y que fueran libres de caer
de mí...
a mí...

¿la mujer que me invento se parece a mí
o bien
la mujer me inventa
porque no sabe cómo
parecérseme
porque no me conoce?

quisiera verme las verdaderas manos
el dolor la fibra el sueño
quisiera saber cómo amaría
si de verdad estuviera enamorada
quisiera dejar la literatura
para otra vida
y vivir
sin la mujer que me estudia
que me hace
que me escribe.
Libre
del estúpido disfraz tras el cual
un día me oculté tan bien
que ahora no me encuentro.

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no será

tira –inocente- del hilo
desteje, desrama, deshoja
el árbol, el libro, el hijo

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la soberbia

te hice de barro con mis propias manos
y te soplé un alma de mi propio aliento

pero nunca amaste
porque no soy una diosa

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MASAI

Como esas mujeres espiga
de barro y cuentas
collares y dientes
huesos y vestidos encendidos
yo daría uno, mil saltos al cielo
para encantarte
en esa tierra negra y feroz
saltaría
saltaría
saltaría
hasta que me miraras
y con el cráneo al sol
exhibiría mi amor y mis virtudes
saltaría
saltaría
a la vista de todos
siguiendo el ritmo
de un raro tambor interno
sin fatiga saltaría
hasta que al fin
en un instante
olvidara
porqué
salto
salto
salto
salto
y me amara a mí misma

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Verónica Rodriguez nació en Buenos Aires (1973) pero vivió en Puerto Madryn gran parte de su vida. Ahora está radicada en La Plata. Es una de las organizadoras y poetas que participan en las “Colgadas de Poesía” que se realizan en las plazas de nuestra ciudad desde el año pasado. Es profesora en Letras egresada de UNLP y dicta clases en algunos colegios de La Plata. También trabajó y trabaja como correctora de revistas, libros y textos académicos.

HERNÁN PAS: La estupidez del tango y otros poemas


El aire se espesa en el socavón
quedo, y a los pulmones llega
con un resto de incertidumbre
que traduce las miradas apenas
entrevistas por la luz de los cascos
que visitan la mina. Se reinicia allí
la historia de la viuda que custodia
día a día el porvenir de los obreros.
(No hay blanco ni verde, rojo ni azul
en el trabajo elemental del carbón
en las células). El derrumbe es acto
puro en la memoria familiar, fábula
en la demótica sintaxis de los credos:
mujeres ya no entran desde entonces
a ese vientre horadado de la piedra.

El relato no alcanza, sin embargo,
a cautivar las almas que allí miden,
incrédulas, capacidades netamente
humanas.

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Aspecto físico de la república Argentina
y caracteres, hábitos e ideas que engendra


La velocidad no permite reparar que las chapas
de zinc, bajo el sol del mediodía, hierven
el hedor del verano, y recorta en pocos
minutos las hectáreas que al costado de la ruta
cultivan ácaros en forma de desechos:
latas oxidadas, botellas partidas, montañas
de neumáticos que en un humo denso
esparcirán su condición de abandono.

La velocidad escalda los ojos, sólo
contornos avanzando hacia atrás
como una película en retroceso.

Niños sucios y cubiertos de harapos
con una jauría de perros
pueden
verse, sin embargo, cada tanto,
entre la desalineada arquitectura
de las precarias casillas y los postes
que ceñirán de luz la noche
por venir. Allí la toponimia fragua
matemática pura.
Muchos intuyen
el todo homogéneo telúrico que se distingue
por su amor a la ociosidad e incapacidad
industrial. Se tiene en cuenta para esto
el incremento en el índice de exportación
de cereales y hortalizas ya embutidas y listas
para su inmediata exposición en las góndolas
de cualquier supermercado del mundo.

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El sentido de lo apócrifo
(sobre Antonio Mamerto Gil y sus detractores)

No todos discurren por igual en esas horas
que entre tacuaras embadurnadas de rojo
y cientos de improvisados ofertorios
al santo apócrifo asiste la verbena; hay
quien saca fotos de la estatua y nada
deja, quien se arrodilla y prende velas,
quien compra estampitas y quien vende,
quien danza descalzo y quien se entrega
por espacio de una hora a la oración,
y quien tumbado queda por la nefasta
combinación de sol, vino y cansancio
acumulado en las faenas de la siega.
Por eso el acólito cristiano
que en el periódico hizo públicas sus quejas
no estimó que al condenar de un plumazo
por pagano ese festín y por ocioso
la inapelable adjetivación de sus frases
condenaba también sus ideas
al triste reservorio de la guerra
que en esa y otras zonas y otro
tiempo, menos simbólica y a caballo,
en nombre de Minerva ejecutaba
el sonante sostén de la sotana.

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Te preguntás

A la noche, cuando apretás el botón
rojo del control remoto y pensás
en todo lo que no hiciste en el día
(hay que podar esas ramas que tocan la ventana,
hay que curar los ajíes, remover
la tierra, fumigar), condescendés
cómplice a la esquila inapelable del tiempo
(su continua apariencia de agua estancada
el lento rubor del eucalipto
que sólo los años
sabrán acontecer).

Jeroglíficos de una época.

Ponés ese disco de los Chalcha:
dueeerme, dueeerme, negriíito...

te preguntás cómo
todavía escuchás
semejante canción y

te dormís

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Fast Food

Los cristales estallan en la vía pública.
Crujen, vuelan, multiplicando el estampido
de los muñones arrojados por manos
dedicadas en otro tiempo al común
trabajo de la república. No tan común,
porque en la forma de arrojar y de increpar
se observan indicios que permiten
imaginar en la diversidad la lógica
particular de ese intercambio.

En los pedazos de vidrio quedó
como muestra amenazante de la furia
una mancha de sangre. Se irá
con el camión de la basura. El mismo
cristal que a la mañana siguiente
estará nuevamente lustrando
el empleado de limpieza.

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Ese verde

No irse es un modo de la semilla.
Un modo de la semilla o del amor.
Pero entre cajas de cartón y papeles
arrumbados después de la tormenta,
el único lenguaje que nos une
se parece a una promesa de los dioses
que no nos asistieron: ese verde
de la planta que resiste
en el centro de la casa
que dejamos.

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La estupidez del tango

A menos de medio metro,
cuatro ojos mirando el cielorraso.
Lo único común el cigarrillo.
La paulatina desaceleración de las pulsaciones
que apenas retienen lo que hace minutos
los hurtó de la realidad brevemente.
La farsa inevitable de cualquier comentario
en la punta de la puta lengua
mientras en uno de los vientres
empieza a secarse el esperma.
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Hernán F. Pas nació en La Plata en 1974. Es profesor y licenciado en Letras de la Universidad Nacional de La Plata, donde trabaja como docente de Literatura Argentina. Los poemas presentados forman parte de un libro inédito.