Alberto Ponce de León, Un aliento insensible


BALADAS EN LA AUSENCIA, 3

Casi nada ya
queda de lo antaño:
sólo tu mirada
girando en los años.

Tenue como un pez
ella aún enciende
su pálido aro
de tristeza y fiebre.

Lejos estarás
contra otro Verano,
sonriendo a los seres
salvajes del año.

Tus pechos aún vivos
como ayer, creciendo
contra otras criaturas
absortas del tiempo.

Ellas hoy tendrán
tus piernas remotas
bajo sus pupilas
húmedas como hojas…

Casi nada ya
queda de lo antaño
sólo tu memoria
girando en los años…


PAISAJES, 5

El aire entrelazaba sus cabellos
haciéndola girar sobre sus ojos;
salpicada de sol, alta de vientos,
estaba iluminada en territorios
plenos de luz, de claridad y fuego.

¡Oh jardines de sol, humo de flores!
El mediodía se encendía en ella
como un gran abanico, con sus torres
altas de luz, entre sonoras flechas!

Y cual verdes antorchas, las praderas
ardían bajo el grito de la hora,
y en sus ojos la luz golpeaba llena
de espadas rojas!


ELEGÍAS NACIDAS DEL INVIERNO, 4

Una mujer, detrás de las cortinas
del Invierno, vigila desde el llanto,
y, apareciendo, a veces, nos llama hasta su vida,
y tristemente nos sonríe llorando.

Detrás suyo, y en largo sacrificio,
corre un río de márgenes derruidas,
y hay animales ciegos y solitarios ídolos
que en desnudez absorta cruzan por sus orillas.

Y la niebla que escapa de sus hombros,
de su pelo cubierto por lo triste,
transforma a esa mujer en alimento
del corazón, y lo frutal se extingue
y sólo aproximando mucho nuestros cabellos
logramos arrancar una llama imposible.

¿Quién es esta mujer? Desde su rostro
ella vigila nuestra infancia, y vive,
cuando la tierra es otra y el tiempo por los ojos
va pasando en la forma de un aliento insensible.


UN SUEÑO

Perseguida por las vacas azules
la joven galopaba la tarde, entre violetas,
y sus grandes pestañas, abiertas como nubes,
lloraban largamente, con alegría y pena.

Sus senos amarillos ya por el ensueño
rebotaban en medio de paredes verdísimas,
y las vacas azules lamían sus cabellos
tumbándola en el campo, bajo las mandarinas.


En: Tiempo de muchachas (Ediciones del Bosque, 1941), Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1962.Selección de textos: Jmp.
Alberto Ponce de León (La Plata, 2 de mayo de 1917 – Buenos Aires, 3 de junio de 1976).Posiblemente el mayor exponente de la generación del `40 platense. Dirigió la colección de poesía de Ediciones del Bosque. Murió trágicamente, en un incendio, en 1976. Imagen: Jmp, en Taller Mundo despierto, City Bell, 21 de noviembre de 2016.

Aurora Venturini, amiga de Poncho (como lo conocían sus más íntimos a Alberto Ponce de León), escribió: “Corrían todos los meses del año cuarenta cuando yo estudiaba Antropología, materia curricular de la carrera de Filosofía, en una de las aulas del subsuelo del poderoso edificio de nuestro museo de Ciencias Naturales, y coincidían mis aprendizajes con los del Alberto Ponce de León, variando el hecho, en que él prefirió Griego y Latín, en lugar de intrincarse en la floresta rústica del Homo (no sapiens), que devenía del vozarrón del doctor Cristofedo Jacob.

Igual solíamos encontrarnos a la salida, los viernes. El venía desde la Facultad de Humanidades andando unas calles invernales y neorrománticas, la tónica de ese momento. Yo subía por una escalerilla mínima del subsuelo de huesos y pelambres. Sufríamos de un mal tórrido: poesía. Intentábamos quebrar unos cristales de Samain tintineantes por López Merino; redondear los ciclos de Banchs, por ejemplo. Yo sufría de otro mal: París, que visité en otoño. Leíamos a Rimbaud en francés. En resumen de ideas, eran los tiempos de Alberto Ponce de León (Poncho). A cada época lo suyo.
Traía, en cierta oportunidad, este revolucionario de la poesía (él lo ignoraba) unos poemas que presentaría optantes al premio Martín Fierro, que ganaría María Granata con su "Muerte del Adolescente". 
El poeta edificó su libro "Tiempo de Muchachas", temulante desde la portada. El libro iba dedicado a la poetisa y profesora de letras, que fuera su profesora en el colegio Nacional, María Villarino. Ya dije que nos encontrábamos los viernes y que íbamos a la confitería del Paseo del Bosque a tomar un té humildoso, que yo invitaba porque ya tenía un empleo. Poncho, entonces, sólo estudiaba. De haber obtenido el premio Martín Fierro, otra fuera su situación económica, que mejoró años después cuando ganó el premio Planeta con su novela "La quinta". Volviendo al tiempo de poesía (en serio), cuento que a Poncho le encantaba leer sus versos éditos o inéditos. Cuento también que las mesitas y el sillerío de la confitería eran de hierro pintado de color blanco y que en torno al sitio, funcionaba un jardín de juegos infantiles. Poncho leía una tarde:

"Yo no sé qué sentido en las barandas/ miraba y respiraba por las tardes/ recortadas figuras de muchachas/ con ojos entre rosas, con cabellos/ mezclados a la lluvia y las plantas,/ y senos que en las hojas se perdían/ como aves entre ramas./ Y en las yerbas abríanse sus cuerpos/ llenos de una memoria dolorosa,/ y rodeado de pronto con el viento/ que las alzaba en sus mojadas alas,/ yo quedaba con ellas en el tiempo,/ entre risas y voces de muchacha".
Entrábamos de repente en una niebla grisácea, especialmente en otoño que fue cuando Alberto Ponce de León se apostó en la vereda de la escuela Miss Mary O'Graham, un día de setiembre, a regalar su libro "Tiempo de Muchachas", a las muchachas de un tiempo suyo, conquistado para siempre.”
(Diario El Día, domingo 9 de mayo de 2010).


María Dhialma Tiberti, No tengo cielo ni árbol


Y LA NOSTALGIA

Y a veces la nostalgia desnuda los dedos
sobre cada cosa.
Y pienso en voces, en gestos lejanos,
insustituibles y profundos.
Tu mirada donde resbala el color del musgo
hacia la última vertiente del otoño,
allí donde florecen los pájaros heridos
y las gotas de luz y los silencios.

Es tan fácil pensar en tonos distantes
cuando golpean en la ventana
los ángeles de lluvia
y la sombra se estira blandamente inclinada
dibujando mapas antiguos e inciertos.

La nostalgia tiene el talle fino y las manos azules.
Aprieta las cosas, los aromas;
se quiebra en pimpollos salados;
se prende fugaz a los objetos, al aire;
crece en la luz, se desmaya en una
casi sonrisa.

Pienso en tiempo de trigos,
en tiempo de ausencias, de lloviznas.
En perfiles nítidos, metálicos, inconfundibles
entre las multitudes,
encendiéndose de pronto, como lámparas.
Es tan sencillo construir nombres
cuando la tarde
se absorbe en sí misma en las violetas
y después y después.

Nostálgica.
Cuando se está solo sin soledad
oyendo rumores imprecisos que nacen en la distancia
y buscan su sitio en el mapa de sombras.

Y después aún.
Cuando las sonrisas inician sus viajes
en derredor de los retratos,
y las palabras vuelven, tangibles,
en voces tangibles y absurdas.
Y en las noches, llenas de ángeles mojados
y de ríos lejanos que sollozan
entre juncos perdidos.

Ah, después todavía.

Porque es tan fácil pensar en lo imposible
mientras se humedece el hálito de musgo de tu mirada
y ahora realmente, quién sabe dónde aletea,
entre qué pájaros.
Y a veces la nostalgia esparce sus cabellos
junto a mis labios
y se arrodilla sobre los espejos, temblando.

Y entonces pienso en voces, en gestos,
precisos, definitivos en luz del otoño;
otoño en territorio de llanto.

Cuando abril resbalaba lentamente
y en tus ojos cerrados se construía un mundo
y después, todavía después;
cuando pusiste el amor en agua
para que no se marchitara.
Ah, nostálgica;
y ahora que para iluminar un rostro
necesito de las lágrimas.


MI CORAZÓN ESTÁ OTOÑANDO

Mi corazón está otoñando hiedras
al comenzar el alba,
me punza con sus voces de oro y de nostalgia,
yo no sé a qué muro, a qué edad
podrán aferrar para salvarse
de los círculos premiosos del aire.
Primero fue la luz la que estaba sola,
después la humedad del viento en las retamas,
y luego todo y cada cosa
con su justa vocación de flor y lágrima.
Mi corazón está brotando estrellas
al regresar el alba
y no tengo cielo ni árbol para acunarlas.


ELEGÍA
(Fragmento)


(Ninguna otra flor caerá hacia la tarde
con su ardiente sangre derramada en el aire).


En: Primera antología poética platense. R. S. Cisneros, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1956; y Veinte poetas platenses contemporáneos. A. E. Lahitte, Ediciones Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1963.
María Dhialma Tiberti (La Plata, 25 de octubre de 1928 - San Isidro, 6 de enero de 1987). Publicó en poesía: Cielo recto, 1947; Tierra de Amapolas, 1949; y Las sombras amarillas, 1949.
Escribió AURORA VENTURINI: “Ella nació en el seno de un matrimonio que la amaba y admiraba, y floreció en un niño que colmó su vaso de felicidad. Fue alumna de la Escuela Normal Mary O. Graham y cursó estudios universitarios en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación logrando el título de profesora en Letras. Escribió varios libros: Cielo Recto (1947), Tierra de Amapolas (1949) y Las sombras Amarillas (1949), los dos últimos en Edición del Bosque. Dirigía Ediciones del Bosque el poeta rural Raúl Amaral y ella se desempeñó como secretaria. Esas Ediciones sellaron una época ilustre en nuestra ciudad de La Plata. Raúl, sumamente exigente, seleccionó los cuadernillos que se presentaron optantes a su publicación. En cuanto a Las sombras Amarillas, acertó y las poesías de María Dhialma Tiberti recibieron crítica de Silvina Bullrich, en Atlántida; de Horacio Rega Molina, en El Mundo y de Bernardo Verbitsky, en Noticias Gráficas, entre otros. María Dhialma profesaba gran apego intelectual por Raúl, aunque su poesía distó de ser rural y campesina, siendo leve e intimista; subjetiva. Los poetas del "40" generacional nos distinguimos por el respeto a la cuaderna vía, "a sílabas contadas que es gran maestría". Significo la corrección del soneto y los acentos silábicos que suenan musicales al oído del lector. La poesía es Arte de las Artes. Recuerdo a la joven, mejor, a la adolescente concentrada en unos versos de El Aire Adolescente, de Amaral: "Solo, entre flores y la yerba verde/ Si alguna luz amante se me pierde/ yo la salgo a buscar, desesperado./ Solo me encuentro. Triste pasajero/ de este viaje plural que es el primero/ y que siento yacer a mi costado". Significa el sexteto formado por dos tercetos, pie de un soneto bellísimo, rimado petrarquianamente. Nuestra escritora es la más joven del grupo universitario y culto platense. Sus poemas ligeros y frágiles obligan a una lectura serena y profunda, a fin de su captura, evitando las distracciones que puedan trizar su textura delicada. Muy alejado el estilo de María Dhialma, del rudo y terminante de Raúl Amaral, habitante que fuera de los campos de la localidad provinciana de Veinticinco de Mayo, que pisa fuerte en los surcos bucólicos como su antepasado Héctor Ripa Alberdi: "Feliz el hombre que al llegar el día/ lo encuentra el alba en los floridos campos/ entre una nube de palomas blancas/ siguiendo el ritmo de los bueyes mansos". Ambos, Ripa Alberdi y Amaral, son el dúo de juglares que loan a la pampa y la vierten en versos que la convierten en un océano de hierbas temblorosas y árboles sacudidos por el viento arisco. La secretaria de Ediciones del Bosque resulta ser introvertida, su universo interior se impone al mundo circundante. Ella dedicará a Raúl Amaral, un poema titulado "La Nostalgia", en el que se trasunta, en el cual exulta la postura de su naturaleza: "Es tan fácil pensar en tonos distantes/ cuando golpean en la ventana/ los ángeles de la lluvia/ y la sombra se estira blandamente inclinada/ dibujando mapas antiguos e ingenuos./ La nostalgia tiene el tallo fino y las manos azules./ Aprieta las coas, los aromas;/ se quiebra en pimpollos salados;/ se prende fugaz a los objetos, al aire;/ se desmaya en casi/ una sonrisa". Siendo el tema Muerte el constantemente agitado por nuestra generación neorromántica, María Dhialma es la excepción porque evita nombrarla. Ella emprende una espectacular carrera contra el flagelo inevitable. El último poema de esta poetisa dice: "Mi corazón está otoñando hiedras/ al comenzar el alba”. Implícita alusión a la fatalidad. La recuerdo linda y discreta, concentrada y lectora; ráfaga muy bella.”

(En diario El Día, La Plata, domingo 9 de enero de 2011).

Héctor Eduardo Ciocchini, La pura alegría


LOS SUICIDAS

Caen en la sombra, erguidos,
coronada la lívida cabeza por crispadas heridas,
rota la voz guardada como un puñal celoso.
Y ruedan como soles en la noche, gritando,
en su vértigo oscuro enamorados
de la fiebre impetuosa de la vida.
Los vi emigrar pálidos del sueño,
sangrando las desnudas cabelleras
en un viento sagrado;
rompiendo
las despreciables ligaduras.
O como agudas flechas, en nube ponzoñosa,
desafiar al Infierno.
Oh ángeles rebeldes,
os canto en las fronteras de vuestro reino impío
como hijo impuro de las negras Furias.
Aún los veo pasar,
con el dorado cuerpo delirante,
cubiertos de una pompa desesperada,
como hidras bebiendo
la dulce pestilencia de la vida.


CISNE DEL CIELO…

Cisne del cielo, pura revelación del agua,
te alejas flotando
sobre la noche imaginaria.
Estás llena de fuego y alto frío,
de suprema substancia irrepetible,
y dejas en el aire tu alabanza.


SE INTERNABA EN EXTRAÑAS…

Se internaba en extrañas geometrías del sueño,
en el silencio de los nuevos soles
y en desiertos de lava sin fronteras.
Su voz multiplicaba la apariencia del tiempo
y en auroras concéntricas llegaba
a la pura alegría.


En: Primera antología poética platense, Ediciones Antonio Zamora, 1956. Selección, prólogo y noticias de Roberto Saraví Cisneros.
Héctor Eduardo Ciocchini (La Plata, 1 de agosto de 1922 – 19 de mayo de 2005). Profesor en Letras, poeta, traductor. Publicó en poesía, entre otros libros, Los Dioses, La noche, Elegías, 1949; Los sagrados destinos, 1954; Canto del prisionero, 1958 y Cielo, 1960.
Es padre de María Clara, secuestrada y desaparecida, junto a su amiga María Claudia Falcone, en La Plata, desde el 16 de septiembre de 1976.

Carlos Ringuelet, Los dos bajo la noche


IV. 24.

¡Qué feliz dejo yo la librería,
los libros bajo el brazo,
reclamándole al viento, en mi alegría,
dos alas a mi paso!


AL ABRIR LA VENTANA…

Al abrir la ventana, cuyos batientes cubre
de brotes verdeantes y de ramillas secas
añosa enamorada del muro, el sol de octubre,
como un agua de oro me llueve en las muñecas.

Tanto tiempo me quedo, callado, bajo el lujo
del sol, que en el silencio de la mañana canta
mi sangre desbordada, con tormentoso flujo,
socavando la torre viva de mi garganta.

¡Oh, dulce cuerpo mío, oh, dulce cuerpo mío,
cómo te agobia ahora la vida que sostienes,
la vida que es fecunda como curso de río,
y que también, a veces, te anega con sus bienes!

Y me digo: Sintamos la divina cordura
de mantener el cuerpo, joven, hermoso, fuerte;
el haza, bien labrada, da frutos con largura,
y el cuerpo, bien vivido, nos da una buena muerte.


FRAGMENTO
I

Veníamos los dos bajo la noche;
y tus pasos conmigo nuevamente
daban voz al silencio.

                               Levantaste,
para mirar al cielo, la cabeza,
y vi que despertaban las estrellas
donde pasó la sombra de tus ojos.
Después, me reveló tu voz distante
los elogios del cielo y de la noche;
y, en tus palabras, descubrí las cosas
que creía perdidas para siempre.

Lloraba, mientras tanto, en el silencio,
sobre mi corazón, iluminado.




En: Umbral soleado, 1934 (IV. “24.”), Olor de tierra, 1936 (“Al abrir la ventana…”), Veinte Poetas Platenses Contemporáneos, 1963 (“Fragmento, I”).
Carlos Ringuelet (La Plata, 1910 - ¿?). Publicó dos libros de poemas: Umbral soleado, 1934 y Olor de tierra, 1936. Además, ensayos literarios: Garcilaso y su paisaje, 1941; El amor en el mundo de Calisto y Melibea, 1943; Las Ruinas en la Poesía anterior al Romanticismo, 1943; etc. Su nombre no está incluido en el Quién es quién en la Plata, 1972. Fue amigo, entre otros, de Juan José Manauta, Vicente Barbieri, Roberto Themis Speroni, Alberto Ponce de León y Aurora Venturini (Hace unos años, en un encuentro en su casa de La Plata, Aurora me contó esta anécdota, que luego incluyó en uno de sus libros: “…yo escribí sobre la seguridad de que hay más allá otra cosa. Resulta que una amiga mía, compañera de la universidad, Dawsen el apellido, noviaba con Carlitos Cottella, esa chica tenía en su poder un libro que le había prestado, La rama dorada, y lo necesitaba porque tenía que rendir Estética. Voy a la casa de ella. Me recibe la mamá que es una señora irlandesa y me dice que no está en ese momento pero yo le voy a dar el libro y me lo dio. Me fui caminando hacia la calle 7 y diagonal 80 donde está la fuente. Ahí estaba Carlitos Ringuelet. ¿De dónde venís? Yo vengo de la casa de los Dawsen. ¡No puede ser, no está más la casa! Se fueron de La Plata. No, no, si vengo de allá, de la casa, y la mamá me acaba de dar el libro. Pero, ¿qué historia me estás inventando?, me dice. Lo trajiste de tu casa, vos nunca pudiste ir a lo de los Dawsen. Vení, vamos a ver, yo te voy a mostrar. Desandamos el camino y no había nada, había oficinas de abogados y esas cosas. No me quiso creer. Pero es cierto. Es atemorizador, es espantoso.” La transcripción es textual. En libro de Venturini el apellido es Dawson.
Imagen: detalle de tapa libro Umbral soleado, en Taller Mundo despierto. 

Rafael Felipe Oteriño, Con la convicción de los hermanos mayores


CANTÁBAMOS

a Néstor Mux

Cantábamos sin la lengua adecuada,
cantábamos con la voz del relámpago
y la urgencia del trueno.
Pero nuestro canto estaba inflamado
desde muy atrás:
por voces que nos sostenían
con su cantar ininterrumpido.

Con la convicción de los hermanos mayores,
con el diamante en el pecho
de los que nos habían precedido,
hijos de un lugar, cantábamos:
una canción más alta que nosotros mismos,
una Arcadia más dulce
que la corriente del agua entre los dedos.

¿A quién cantábamos?, ¿con qué imágenes
y artes desconocidas cantábamos,
que el relámpago nos tocaba el hombro,
y no lo sentíamos; que el trueno
era duro y áspero, y no lo oíamos;
que las manos tiraban de nosotros,
y no obedecíamos?

                                    Cantábamos
con labios acostumbrados sólo a cantar;
cada vez más lejos de nuestras casas,
por calles que ni los propios padres
reconocerían. Cantábamos, ¿lo recuerdas?,
y las cabezas rodaban de los cuerpos,
                 aún cantando.


Hace unos años, este poema, otro, se llamó “Hijos de un lugar”, ahora es “Cantábamos”, y está dedicado a Néstor Mux, y lo leímos, mientras las brasas ardían, un sábado 12 de noviembre, en City Bell. En: Eolo y otros poemas (1966 – 2016), Editorial Brujas, octubre de 2016. Foto: Elena B. Núñez. Néstor Mux y José María Pallaoro, bajo el sauce, City Bell, atardecer, sábado 12 de noviembre.

Saúl Yurkievich, Lo no debido es escribir


ANDANZA

Por dentro en galerías
marcha un resuello de locomotora.
Afuera el humo sube
hasta las luces.
Ruedan sobre el riel interminable
chiflan toda noche.
Pienso cargueros,
caravana que no se detiene.
Quedábamos sobre la yedra próxima al arroyo.
Recuerda. El tren retumba por el puente.
Se oye el traqueteo como entonces,
junto al arroyo nos amamos.


[NO FUE SUEÑO…]

No fue sueño
la muerte de mi madre
el último encuentro
con el amigo que no vive
inmóvil imagen
su rostro definitivamente hermoso
queda para siempre juventud
no es ilusión tu mirada, ojos
que tan oro calmo me fulgen dulzura
y todo va por este flujo
lo sido lo ideado lo creído
en sucesión se cese como
vagones entrechocándose con sordo retumbar.


LAS PALABRAS

las destructoras
las reiteradas ácidas carcomas
las garrapatas las chupaseso
las latosas
las almibaradas
las aparatosas
las nebulosas
as secantes
las aplanadas
as pastosas 
o si no esa cantilena noña
persistente
pegajosamente
metida en la memoria
que no elije


EL LIBRO

impreso en caracteres blancos
sobre blanco
sus páginas son
prácticamente incontables
y la palabra OM
está una vez y casualmente
introducida


[ME OBLIGAN A JUGAR…]

Me obligan a jugar. No sé las reglas. Tiro la carta más alta. Todo consiste en prologar la partida. Siempre se pierde.


SENTENCIA

no lee lo que debe
piensa lo que no debe
no dice lo que debe
escribe lo que no debe

no debe leer
no debe pensar
no debe decir
no debe escribir

debe leer lo debido
debe pensar lo debido
debe decir lo debido
debe escribir lo debido

lo no debido es leer
lo no debido es pensar
lo no debido es decir
lo no debido es escribir

existe como no debe
existe pero no debe
no debe existir


Selección de textos José María Pallaoro. Poemas “Andanza” y “[No fue sueño…]” en Volanda Linde Lumbre, Altamar, 1961. Poemas “Las palabras”, “El libro”, “[Me obligan a jugar…]” y “Sentencia” en Riobomba, Hiperión, 1978.
Saúl Yurkievich (La Plata, 27 de noviembre de 1931 – Caumont-sur-Durance, Francia, 27 de julio de 2005). Foto: Jmp, 2016.