ADRIANA COSCARELLI Haikus y poemas inéditos



Haikus

 

 

         I

Duende de ausencias

esfumando su luz.

Otoño en sepia.

 

 

         II

Pequeño arroyo

en confluencia con otros:

nacer al Ganges.

 

 

         III

Paciente amigo

acompaña mi noche

deseosa de alba.

 

 

         IV

Blanco aleteo

traspasando mi umbral.

Muerte de cisne.

 

 

         V

Se abre una flor:

beso de mariposas.

Sola, la noche.

 

 

         VI

Y en cada otoño

también la mariposa

vuelve a lo eterno.

 

 

         VII
Sabia ignorancia.
Entre copos de nieve
busco el camino.

 

 

         VIII

Duerme el deseo

en la blanca bahía

Alguien lo sueña.

 

 

         IX

Viaja un anhelo

en cada noche ausente

La luna espera.

 

 

         X

Canto de pájaros
taladrando este cielo.
Allí es la noche.

 

 

         XI

Iridiscencia

de peces y libélulas,

la noche insomne.

 

 

         XII

Blanco arenal

de oscuros peregrinos.

Huellas sin paso.

 

*

 

Vuelos de la muerte en el Rio de la Plata

 

No escuché trabajar a los obreros ni sus voces.

Silenciosamente me tapiaron el mundo.

(Murallas, Konstantino Kavafis)

 

Solían aparecer de noche o a plena luz del día

con sus túnicas impalpables

las cuencas de sus ojos extraviadas

en el horror del silencio

o la complicidad viscosa de los verdugos

 

telaraña de murciélagos

velando la tortura a cambio de su voz

 

-Una sola palabra y te redimo-

decía el eco

 

unasolaunaunasolaola

lo amortajó

 

*

 

A los militantes de la madrugada, a mi padre

 

         I

 

de este lado de las sábanas

                    las pestañas diminutas se entrelazan

                    en sueños de corsarios y piratas
                    castillos de arena a la orilla del mar
                    dragones ogros hadas y duendes

                    dientes que el Ratón Pérez alguna vez olvidó

 

del otro lado de las sábanas                  

                    bajo las persianas se esfuma el olor del pan crujiente
                    los pájaros desperezan su canción urbana
                    duda el sol asoma una nube y se pierde la luna
                    el rocío se disputa entre las flores y el asfalto
                    unos pocos son entonces los dueños del tiempo y del espacio

 

 

de este lado de las sábanas

                   se atraen los cuerpos en la sombra
                   hurgan avanzan investigan

                   ceremonia iniciática de los amantes
                   por la cartografía incierta de los labios
                   del empeine de la nuca de la piel              
                  
                                       
del otro lado de las sábanas
                   ya no importan las noches ni los días
                   sucede el mundo

                   simplemente sucede
                   siempre afuera

                   del revés de la trama
                   del otro lado

                   por los intersticios

                  

 

         II

 

persistiendo

de este lado de las sábanas

                     los revolucionarios sueñan cambios y utopías
                     los poderosos insomnes calculan sus ganancias

                     desvían el camino maquinan sus maldades

                     contactan los santos la misericordia de Dios
                     para que salve al hombre y su universo          
         

                  

y es allí

del otro lado

donde se hornean treguas alianzas y traiciones


donde una carta mata a Rodolfo o una foto borra a José Luis

 

y es allí

siempre allí

del otro lado de las sábanas y de los sueños

                  

donde ellos cargan la noticia al hombro

y la reparten silenciosos por los umbrales

 

cuando la realidad se zambulle en la pecera

y la luz se enciende y se enciende una voz

 

palabra de los que militan en la madrugada del mundo

y lo despiertan al alba y lo amanecen de luz

 

*

 

Del amor cotidiano

 

día a día la vida
se nos hace cabalgata

se nos corre por momentos
el paisaje
               lo que era llanura certera y cómoda
               se nos cambia en mar bravío
               o en escarpadas rocas

 

 

pero de pronto

                          en la mirada

                          en la palabra

                          en la caricia

                          en la sonrisa

                          en el abrazo

                          en el silencio

                                                 se nos reordena el universo

 

 

suele ocurrir de noche el milagro

cuando tu mano se entrelaza

en el sueño con mis dedos

 

                                                   y es el amor un bálsamo

                                                   un compás de melodías
                                                   tu aliento

 

*

 

Funámbula

 

         Tensa e infinita. Inciertamente segura en su paradójica flexibilidad de equilibrios.

         Mis ojos se abrieron en una suerte de picada invertida para contemplar, azorados, el techo de la carpa. Entonces, el circo era para mí el Universo. Aunque lo habían montado en el mismo descampado del barrio donde mi hermano mayor solía jugar a la pelota,  y yo supiera que era el barrio el que cabía en el Universo, y no al revés.

         Cada vez más tensa. Y mi espera colgada de aquella cuerda, cordón umbilical alimentando futuros vértigos, confundidos con el mío.

         Todo no era más que un desfile inútil de animales amaestrados, payasos, trapecistas, acróbatas y malabaristas...ante mis ojos succionados por aquel vacío expectante.

         ¿Cuántas veces entraría mi altura en la distancia del piso a la cuerda? Diez, cien, miles...Tan lejos estaba de mis ojos, que por momentos me resultaba difícil verla. O no, no era la altura, eran las luces. El destello que de pronto iluminó su delicado cuerpo, sus hábiles pies de equilibrista. Recortada en el vacío, sustraída a la oscuridad del Universo, mi mirada se transformó también en un hilo acerado.

         Tenso, cada vez más tenso… como esta sensación en la boca del estómago donde un dragón comienza a devorarme, mientras aquellos pies caminan sobre el incierto filo.

 

*

 

Espejos y fisuras

 

         Y ella lee el prospecto que profetiza el síntoma.
         Busca en el diccionario la definición exacta: “alteración del sentido del equilibrio,  caracterizado por la sensación de inestabilidad  y de movimiento aparente rotatorio del cuerpo o de los objetos presentes”. Nada dice de los sentimientos (nada sabe de ellos en su lenguaje objetivo, donde cada palabra es lo que es, sin duda, sin discusión, sin variación, sin vida...casi). Y sin embargo, también giran.
         Y ella acepta que sea la progesterona la responsable del vértigo.
         Ella acepta y decide que lo mejor es acostar el mareo sobre las sábanas arrugadas del día anterior, y soñar que se trata de aquel viaje en barco por el Egeo, que se repite lejano. Cierra los ojos y recuerda el horizonte o más bien la pérdida del horizonte, porque ya no hay línea que divida mar y cielo, y todo es azul profundo.
         Y se pierde entre las olas, con los ojos bien apretados para ahuyentar el vértigo.
         Se deja mecer, se deja caer.
         Cae hasta besar medusas y corales. Permite que el vértigo se duerma junto a ella, porque ya nada resulta evitable, y todo es como debe ser, igual que en el diccionario.
         Y entre las aguas siente una lágrima que  también se marea, y se pierde en el fondo. En el fondo del fondo... iridiscente, donde los granos de sal heridos por el sol se vuelven amatistas. 

 

 

 

Adriana Coscarelli (La Plata, 21 de septiembre de 1959). Profesora en Letras (UNLP), con diploma en Didáctica del Español como lengua segunda o extranjera y Dra. con orientación en Lingüística (ambos títulos de la UBA); actualmente es docente en el Liceo V. Mercante, la Facultad de Humanidades, la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP e investigadora. Publicó dos libros de poemas: Entre cielo y tierra (Corregidor, Buenos Aires, 1999) y Haiku (Ediciones Tusitala, La Plata, 2002). / Fotos: jmp

CELIA DE LUCA Un pájaro acaba de inventar el cielo y poemas inéditos


 

I

 

 

Oscuridad en este perfil de mi rostro.

Oscuridad en esta continua abjuración del ser.

                   Y sin embargo hay algo

evanescente

en la travesía de la tarde:

                            desde tu espalda,

                            desde tus ojos

un pájaro acaba de inventar el cielo.

 

 

                                      (En los despojos de un exilio

                                      hemos gozado con la precaria

                                      ignorancia de la belleza.)

 

 

 

No compares tu dolor

con mi crueldad:

                   entre las piernas

                            el deseo

                   puede herir al juego.

 

 

 

Basta de no decir algo del poema,

algo

que ablande al agua calcinada

                            en diamante.

Algo

como el viento reducido

al vuelo de un ave

capaz de escoriarme

la carne nocturna:

         ese animal que paga con la muerte

         su minuto de asilo

         en el fondo de tus ojos:

 

 

                                      (Sin embargo espero

                                      como Dios espera la piel de los inocentes

                                      para tatuarse.)

 

 

 

II

 

Nadie puede alejarse

                   del fuego

ni de las cosas terribles.

Fuera de las palabras

                   no más casa.

 

 

 

Suele suceder que un sueño

parido prematuramente

envejezca un bosque sobre tu carne

y muerda en tus ojos

su fronda luminosa

                   de perro estrellado.

Entonces déjate errar

                   hacia el silencio

o empoza cada palabra en el corazón

para no decir

el otro nombre de tu muerte.

 

 

                                      (Los espejos pulverizarán su inocencia

                                      para que Dios olvide nuevamente.)

 

 

 

III

 

Los metales

adquieren todas las formas de la muerte.

Ésta es mi máscara:

                            un papel de arroz.

 

 

 

Cómo asumir el rostro

que la desmemoria me adjudica,

si la brisa

                   cuece del arco iris

                   lo que mañana

ha de ser celebración de la tristeza.

 

 

                                      (Frente a esta penumbra aún

                                      es verosímil un reflejo:

                                      sólo es agua el reverso del diamante.)

 

 

 

POEMAS INÉDITOS

 

 

animal en llamas,

la noticia se propaga en los desarmaderos de la lluvia:

                                                                            se muere este domingo

como morirá la memoria de la luz

cuando se encienda el primer candil  

Una mano cerrada y en su palma la misma noche dentro

negra y absoluta en su ceguera,

espejo boca abajo

Lentas las calles que han respirado bajo nuestras sombras

pasan una a una 

nada volverá a ser 

Habrá otros amaneceres donde tu mano se aferre a la mía

donde el sudor del olvido deje intacta la sangre  

y nos regrese del exilio

Estos y otros seremos

en los cotidianos gestos de la ternura

en la melancolía de los muslos

en la fiebre de la mirada.

Iguales a la hora del milagro

iguales en el segundo del dolor.

 

 

                                    (La ciudad se detiene en sus campanadas

                                    en las hojas que jamás conocerán al río)

 

Marzo de 2015

 

 

a visitar los trenes he ido,

quedo mirándolos

y no se trata del crepitar de la tierra bajo los pies,

esa sensación de que algo se desprende en la noche

el olor rancio entre gasoil, sudor y lejía

distinto de otros olores,

las manos en los bolsillos contando las silabas

mientras tu vocecita aún lee la prosa del transiberiano 

y da vueltas en mi sangre:

“Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?”

Pero aquí no hay transiberianos,

sólo tristes andenes y vías casi muertas donde la miseria y la ignorancia

tienen su fiesta a diario.

Estoy sola en el frío

mirando un tren que se va.

 

Marzo de 2015

 

 

Ahí está parada en la vereda,

fina, limpia y dueña de una seducción asimétrica

como la de las nubes.

Sólo deletrea mi nombre,

pero aún no me llama,

no lo canta con la voz de mi madre.

La dejo estar recortada en esta luna feroz de diciembre,

mientras una taza de té entibia mis manos

como las entibiaron los pechos del aire

que sí me llamaron para destrozar mi aliento entre sus muslos:

                            piel y pellejo mordedura de una lágrima

                            tatuada en el revés de su lengua,

                            gemidos huérfanos cautivos en una almohada

                            donde no hay reposo

                                                   

                                                            vaivén de mariposas y estrellas

                                                            fuego que humedece lo que toca

                                                            y no devora las entrañas lentas del olvido.

 

La misma ausencia ahogándose en un grito hasta morir con la boca cubierta.

 

Sola ahí fina y limpia, parada en la vereda de este año

donde todos fuimos un poco peregrinos del desamparo,

espejo de mí en el que aún me miro y aguardo en silencio

la luz de tu candil, las letras de mi nombre.

             

Diciembre de 2020

 

 

No tenía ganas de escribir,

sólo me senté a ver la vida que rueda como monedita

desde este lado donde es diciembre

y los jazmines comienzan a hacer su marcha hacia las palmas de mis manos,

me senté a esperar que venga una ola del mar de la china

que traiga farolitos y mariposas

y se lleve los agrios trapos de los muertos.

Me senté entre la pila de libros y los ruidos de los muebles,

afine el oído y acompase el corazón entre las letras y las vetas

construí una ventana nueva que da a todas las despedidas

y tengo una cocina pintada con la sangre de una lechuga.

Me senté en esta noche a cortar hojas para enhebrar los sueños

Sin saber que algo de todo rodará hasta tu umbral como una monedita

para columpiarse en tus manos.

 

Diciembre de 2020

 

 

Ya las cuchillas se han retirado del campo de batalla

y toca desmontar sigilosamente el árbol

también pasó a retiro la tropa de cucharones, peroles y trapos.

Sólo basta un instante entre el agua que corre y una alacena donde se cobija la soledad,

para afirmar:

                          las fiestas han terminado.

Queda abrir las ventanas

dejar salir al sol que alguien trajo en una mandarina

levantar las migas que dejaron los muertos,

vendarse las muñecas rotas

alinear la sonrisa con los pies

y salir a transitar la historia de esta mañana.

 

Enero de 2021

 

 

 

En Dossier para el olvido, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1996 y poemas inéditos / Selección de textos y fotos: jmp / Celia De Luca nació en La Plata el 17 de octubre de 1960