Haikus
I
Duende
de ausencias
esfumando
su luz.
Otoño
en sepia.
II
Pequeño
arroyo
en
confluencia con otros:
nacer
al Ganges.
III
Paciente
amigo
acompaña
mi noche
deseosa
de alba.
IV
Blanco
aleteo
traspasando
mi umbral.
Muerte
de cisne.
V
Se
abre una flor:
beso
de mariposas.
Sola,
la noche.
VI
Y
en cada otoño
también
la mariposa
vuelve
a lo eterno.
VII
Sabia ignorancia.
Entre copos de nieve
busco el camino.
VIII
Duerme
el deseo
en
la blanca bahía
Alguien
lo sueña.
IX
Viaja
un anhelo
en
cada noche ausente
La
luna espera.
X
Canto
de pájaros
taladrando este cielo.
Allí es la noche.
XI
Iridiscencia
de
peces y libélulas,
la
noche insomne.
XII
Blanco
arenal
de
oscuros peregrinos.
Huellas
sin paso.
*
Vuelos de la muerte en el Rio de la Plata
No escuché trabajar a los obreros ni sus voces.
Silenciosamente me tapiaron el mundo.
(Murallas,
Konstantino Kavafis)
Solían aparecer de noche o a plena luz del día
con sus túnicas impalpables
las cuencas de sus ojos extraviadas
en el horror del silencio
o la complicidad viscosa de los verdugos
telaraña de murciélagos
velando la tortura a cambio de su voz
-Una sola palabra y te redimo-
decía el eco
unasolaunaunasolaola
lo amortajó
*
A los militantes de la madrugada, a mi padre
I
de este lado de las sábanas
las pestañas diminutas se
entrelazan
en sueños de corsarios y
piratas
castillos de arena a
la orilla del mar
dragones ogros hadas
y duendes
dientes que el Ratón Pérez
alguna vez olvidó
del otro lado de las sábanas
bajo las persianas se
esfuma el olor del pan crujiente
los pájaros desperezan su canción
urbana
duda el sol asoma una
nube y se pierde la luna
el rocío se disputa
entre las flores y el asfalto
unos pocos son
entonces los dueños del tiempo y del espacio
de este lado de las sábanas
se atraen los cuerpos en la
sombra
hurgan avanzan
investigan
ceremonia iniciática de los
amantes
por la cartografía
incierta de los labios
del empeine de la nuca
de la piel
del otro lado de las sábanas
ya no importan las
noches ni los días
sucede el mundo
simplemente sucede
siempre afuera
del revés de la trama
del otro lado
por los intersticios
II
persistiendo
de este lado de las sábanas
los revolucionarios sueñan
cambios y utopías
los poderosos
insomnes calculan sus ganancias
desvían el camino maquinan
sus maldades
contactan los santos la
misericordia de Dios
para que salve al
hombre y su universo
y es allí
del otro lado
donde se hornean treguas alianzas y traiciones
donde una carta mata a Rodolfo o una foto borra a José Luis
y es allí
siempre allí
del otro lado de las sábanas y de los sueños
donde ellos cargan la noticia al hombro
y la reparten silenciosos por los umbrales
cuando la realidad se zambulle en la pecera
y la luz se enciende y se enciende una voz
palabra de los que militan en la madrugada del
mundo
y lo despiertan al alba y lo amanecen de luz
*
Del amor
cotidiano
día
a día la vida
se nos hace cabalgata
se
nos corre por momentos
el paisaje
lo que era llanura certera
y cómoda
se nos cambia en mar bravío
o en escarpadas rocas
pero
de pronto
en la mirada
en la palabra
en la caricia
en la sonrisa
en el abrazo
en el silencio
se nos reordena el universo
suele
ocurrir de noche el milagro
cuando
tu mano se entrelaza
en
el sueño con mis dedos
y es el amor
un bálsamo
un compás de melodías
tu aliento
*
Funámbula
Tensa e infinita. Inciertamente segura
en su paradójica flexibilidad de equilibrios.
Mis ojos se abrieron en una suerte de
picada invertida para contemplar, azorados, el techo de la carpa. Entonces, el
circo era para mí el Universo. Aunque lo habían montado en el mismo descampado
del barrio donde mi hermano mayor solía jugar a la pelota, y yo supiera que era el barrio el que cabía
en el Universo, y no al revés.
Cada vez más tensa. Y mi espera colgada
de aquella cuerda, cordón umbilical alimentando futuros vértigos, confundidos
con el mío.
Todo no era más que un desfile inútil
de animales amaestrados, payasos, trapecistas, acróbatas y malabaristas...ante
mis ojos succionados por aquel vacío expectante.
¿Cuántas veces entraría mi altura en la
distancia del piso a la cuerda? Diez, cien, miles...Tan lejos estaba de mis
ojos, que por momentos me resultaba difícil verla. O no, no era la altura, eran
las luces. El destello que de pronto iluminó su delicado cuerpo, sus hábiles
pies de equilibrista. Recortada en el vacío, sustraída a la oscuridad del Universo,
mi mirada se transformó también en un hilo acerado.
Tenso, cada vez más tenso… como esta
sensación en la boca del estómago donde un dragón comienza a devorarme,
mientras aquellos pies caminan sobre el incierto filo.
*
Espejos y
fisuras
Y ella lee el prospecto que profetiza
el síntoma.
Busca en el diccionario la
definición exacta: “alteración del sentido del equilibrio, caracterizado por la sensación de
inestabilidad y de movimiento aparente
rotatorio del cuerpo o de los objetos presentes”. Nada dice de los sentimientos
(nada sabe de ellos en su lenguaje objetivo, donde cada palabra es lo que es,
sin duda, sin discusión, sin variación, sin vida...casi). Y sin embargo,
también giran.
Y ella acepta que sea la
progesterona la responsable del vértigo.
Ella acepta y decide que lo mejor
es acostar el mareo sobre las sábanas arrugadas del día anterior, y soñar que
se trata de aquel viaje en barco por el Egeo, que se repite lejano.
Cierra los ojos y recuerda el horizonte o más bien la pérdida del horizonte,
porque ya no hay línea que divida mar y cielo, y todo es azul profundo.
Y se pierde entre las olas, con
los ojos bien apretados para ahuyentar el vértigo.
Se deja mecer, se deja caer.
Cae hasta besar medusas y
corales. Permite que el vértigo se duerma junto a ella, porque ya nada resulta
evitable, y todo es como debe ser, igual que en el diccionario.
Y entre las aguas siente una
lágrima que también se marea, y se
pierde en el fondo. En el fondo del fondo... iridiscente, donde los granos de
sal heridos por el sol se vuelven amatistas.
Adriana Coscarelli (La Plata, 21 de septiembre de 1959). Profesora en Letras (UNLP), con diploma en Didáctica del Español como lengua segunda o extranjera y Dra. con orientación en Lingüística (ambos títulos de la UBA); actualmente es docente en el Liceo V. Mercante, la Facultad de Humanidades, la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP e investigadora. Publicó dos libros de poemas: Entre cielo y tierra (Corregidor, Buenos Aires, 1999) y Haiku (Ediciones Tusitala, La Plata, 2002). / Fotos: jmp