Entrevista a Irina Bogdaschevski por José María Pallaoro

Irina Bogdaschevski en jardín de la casa de José María Pallaoro, City Bell

En la madrugada del jueves 14 de enero (2016), en una clínica privada de La Plata, falleció la querida Irina Bogdaschevski. Comparto este pequeño homenaje a su memoria, una entrevista que le realicé hace unos años para un número de la revista de poesía El espiniyo.

“La poesía es un gran río que arrastra nuestros sentimientos y pasiones...”

Irina Bogdaschevski, hija y nieta de rusos, nació en Belgrado, Yugoslavia, en 1927. Es lingüista, especialista en idiomas eslavos, traductora, escritora, poeta. Ella y su familia en 1944 fueron llevados por los nazis a trabajar a Austria, haciéndolos pasar antes por el campo de concentración de Matthausen, donde murió su madre por falta de atención médica. Después de la guerra comenzó sus estudios universitarios, se casó con Igor y en 1949 con su esposo y su pequeño hijo viajaron a Argentina. En nuestro país trabajó para el diario La Opinión, para el Centro Editor de América Latina y luego para otras editoriales. Escribió estudios preliminares y realizó traducciones de muchos escritores y poetas rusos de todos los tiempos: Pushkin, Turgueniev, Goncharov, Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Ajmátova, Blok, Maiacovski, Tzvetáieva, Mandelstam, Pasternak, Tarkovski, Bródski, Ajmadúlina. En sus traducciones Irina siempre intenta preservar la rítmica armonía y el estilo de la prosa y de los poemas originales. Publicó en 1991 un libro de cuentos cortos, Imágenes al negativo, y en 2001 la plaqueta Impreso por ardor. Desde 1966 vive en Villa Elisa, partido de La Plata.


Rusos en Yugoslavia
Mis padres, muy jóvenes, emigraron con sus familias desde Rusia a Yugoslavia y se conocieron estudiando en la universidad de Belgrado. Mi madre se recibió de médica y mi padre de ingeniero. Tuvieron dos hijas, yo soy la mayor; mi hermana Natalia vive en Estados Unidos. Entre los emigrados rusos en Belgrado había importantes personalidades: científicos, escritores, pedagogos, músicos, y el gobierno de Yugoslavia, además de darles la posibilidad de trabajar en los colegios y en la universidad, les adjudicó un gran edificio céntrico de cinco pisos en Belgrado, donde se ubicó: abajo un gimnasio, una enorme biblioteca en la planta baja, un gran teatro, luego los pisos de la escuela primaria y el colegio secundario, y en un ala del edificio, aparte, una pequeña Iglesia. Las jóvenes generaciones de los emigrados rusos en Yugoslavia pasaban prácticamente toda su vida en este edificio, estudiando, visitando la biblioteca, acudiendo a las misas y presenciando los espectáculos teatrales. El idioma ruso se preservaba en su mayor pureza, pero se estudiaban también, en primer lugar, el idioma del país, serbo-croata, luego el francés, el alemán y el inglés, además del latín y del griego. Los profesores del colegio secundario eran todos profesores de la universidad, era un privilegio tener como director del colegio al historiador y profesor de la universidad de Moscú L. Sujotín (yerno de Lev Tolstoi, ya que estaba casado con su hija Tatiana); la profesora de historia era una famosa egiptóloga que había trabajado como curadora del departamento de egiptología del Museo Británico; la profesora de Idioma (y preceptora mía) era una importante poeta rusa, Lidia Alexeieva, que ocupó después de la guerra el puesto de directora del departamento de lenguas eslavas en la biblioteca de Washington. En aquella época empecé a escribir poesía y también cortos trozos de prosa poética, fui muy estimulada y apoyada por mis padres y profesores.

La guerra no sabe

Después de estallar la guerra, en abril del año 1941 Yugoslavia fue ocupada por las tropas alemanas. Y en 1944 un gran contingente de profesionales fue llevado a trabajar a Alemania y a Austria. Nos llevaron por la fuerza a mi familia y a mi a Austria, donde en una aldea llamada Matthausen, en octubre, murió mi madre, y mi padre con nosotras, sus dos hijas, hemos sido mandados a trabajar en el campo a una aldea de la provincia de Alto-Danubio llamada Weng bei Altheim. Después de la guerra, ya bajo la ocupación de los aliados, hemos ido a Salzburgo para que mi hermana y yo termináramos nuestros estudios secundarios; como a mí me faltaba sólo un año egresé en 1946, junto con Igor, también ruso, mi amigo del colegio yugoslavo, con quien me encontré en Salzburgo. Allí nos casamos en agosto de 1946 y nos fuimos en seguida a la ciudad de Innsbruck, porque la Universidad de Salzburgo no tenía facultad de Medicina, ni de Ingeniería que eran las carreras que pensábamos seguir. Además, allí vivían los padres de Igor. En la Universidad de Innsbruck hemos estudiado ambos hasta el año 1949, hasta nuestra partida a la Argentina.
En Innsbruck, además de las materias de medicina, yo he cursado materias de la facultad de Filosofía y Letras y trabajé un poco en las traducciones del alemán al ruso y del ruso al alemán. Tuve la suerte de que me ofrecieran darle clases de ruso al ex rector de la universidad de Innsbruck, quien además de pagarme, me permitió usar su biblioteca. Así pude leer en original todo Goethe, Schiller, Hölderlin, Rilke, Kafka, entre otros, y el último año antes de irnos, todo Nietzsche, con los comentarios del viejo rector, quien era un “nietzscheano”.

Rusos en Argentina
Partimos hacia Argentina con Igor, nuestro pequeño hijo de un año y medio, los padres de Igor y su hermano menor, Mijail. El traslado en barco al nuevo mundo estaba a cargo de la Organización Internacional de Refugiados (IRO). El barco era un antiguo transportador de tropa americana a Europa, se llamaba General Langfitte. Nosotros éramos seis personas. No sabíamos aún el castellano, no teníamos medios ni lugar donde vivir, y había que buscar cualquier trabajo para subsistir, las circunstancias conocidas por todos los exiliados del mundo.
En Argentina al principio tuve diversos trabajos: fui remalladora de los pulóveres del negocio James Smart, costurera que terminaba a mano las prendas de vestir de Gath y Chaves y Harrods. En los primeros años hice el curso en la municipalidad de Buenos Aires de Asistente Técnica de Laboratorio y trabajé en el laboratorio clínico del Hospital Rawson. A fines de los años 50 egresé de la Escuela de Bibliotecología, en la Biblioteca Nacional, cuyo director era Jorge Luis Borges, quien daba clases brillantes de traducción. Con el apoyo de Igor y de un gran amigo nuestro, Eugenio Bulygin, el futuro decano de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, que llegó a Argentina en el mismo barco que nosotros e hizo con nosotros nuevamente todo el colegio secundario libre, ya que nuestros diplomas austríacos no tenían validez en Argentina en aquella época, porque Austria no estaba libre aún, estaba ocupada todavía por las tropas aliadas. Con el acicate de ellos empecé a traducir primero del castellano al ruso, luego del ruso al castellano, a los escritores y poetas; me atreví a escribir pequeños ensayos y comentarios sobre la literatura rusa. Así tuve suerte de que el diario La Opinión me ofreciera colaborar en el suplemento cultural del domingo. Poco a poco, leyendo y trabajando mucho, he mejorado mi castellano.

En casa de Irina, José María Pallaoro y Eduardo Bechara
Algunos amigos

Conocí en aquellos años a unas cuantas personas maravillosas y con muchas de ellas trabé una firme amistad que dura hasta hoy. Para nombrar sólo algunos, me hice amiga de Luis Gregorich y Alicia Dujovne Ortiz, de La Opinión; de Odile Barón Supervielle, la gran amiga del padre Carlos Mujica, de La Nación; de Enriqueta Muñiz, de La Prensa (diario en el que también trabajé); de Josefina Delgado y de José Luis Mangieri. Un entrañable amigo mío fue el poeta Rogelio Bazán, que murió en 1987. A principios de los años 60 conocí al poeta, mi vecino en Villa Elisa, Arnaldo “Cacho” Calveyra, y a través de él a dos grandes poetas: Mario Porro y Juan Gelman. En la década del 70 me hice amiga de mi vecina en Las Toscas, Uruguay, la maravillosa poeta Idea Vilariño. Estos últimos tres poetas: Porro, Gelman y Vilariño, más la poeta Olga Orozco, fueron traducidos por mí al ruso para una selección de los mejores poetas hispano hablantes de la revista rusa La Literatura Extranjera.

Algunas traducciones
En los años 80 pasé como legado del diario La Opinión a las huestes del Centro Editor de América Latina, donde hice los estudios preliminares para su colección de los clásicos rusos en la “Biblioteca Básica Universal”. Para los florecientes medios periodísticos rusos durante los cambios de la Perestroika empecé a preparar entrevistas y traducciones de sus obras de grandes escritores argentinos como Abelardo Castillo, Juan Gelman, Ernesto Sábato, quien estaba incluido a propósito del libro Nunca Más, en un especial programa de radio y televisión moscovita sobre el “Juicio a los responsables del genocidio argentino durante la dictadura militar”. Traduje cuentos de Abelardo Castillo para la Gazeta Literaria de Moscú. Y para esta misma revista hice una entrevista y traduje algunos poemas de Juan Gelman al ruso. También traduje al ruso la novela de Mempo Giardinelli Luna Caliente para la editorial de la Gazeta Literaria, que tuvo dos ediciones de 10.000 ejemplares cada una.
Para las revistas literarias Neva de Petersburgo y Gazeta Literaria de Moscú traduje también a narradores contemporáneos argentinos como Leopoldo Brizuela, Pablo De Santis, Griselda Gambaro, Sara Gallardo, Paulina Juszko y Gabriel Báñez.
En lo que se refiere a las  traducciones del ruso al castellano, trabajé para diferentes editoriales, como Galerna, A–Z, Editorial de la Universidad de Montevideo. Traduje para ellos e hice estudios preliminares a las obras de Antón Chejov, de Iván Alexándrovich Goncharov, de Lev Tolstoi...

Y en el 2000 también
En esta primera década del segundo milenio trabajé para Santiago Arcos Editor. Publiqué allí la traducción y un breve estudio de la obra en prosa de la gran poeta rusa Marina Tsvietáieva: Mi Pushkin. Y se publicó allí también la antología Simbolistas Rusos (ver comentario en este número de ee) con introducción de Laura Estrín, la profesora del departamento de Lenguas Eslavas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y con mi traducción de setenta y cinco poemas de diez poetas simbolistas rusos (ver comentario). Para el trabajo de cátedra de Laura Estrín, Victor Shklovski, traduje del ruso algunos fragmentos de los artículos y ensayos de Shklovski. Recientemente, en julio de 2006, se publicó en la editorial cordobesa Alción un importante trabajo de Marina Tsvietáieva, sus tres poemas grandes, traducidos por mí, con la importante introducción de Laura, junto con el ensayo crítico del poeta Joseph Bródski, Premio Nobel de Literatura 1987, escrito como comentario para uno de los poemas de Tsvietáieva, que se presenta en ese libro: “Poema Del Año Nuevo” (“Novo godneie”).

Lo que vendrá
Tengo muchos trabajos terminados que despiertan interés en algunas editoriales pequeñas, exquisitas, que publican poesía. Tengo selección de Osip Mandelstam y de Vladimir Maiakovski; una gran selección, prácticamente las obras completas, de Velemir Jlébnikov; un poemario de Boris Pasternak y otro de Arseni Tarkovski. Tengo traducidos los poemarios de Anna Ajmátova y de Bella Almadúlina. Todo esto, desde ya, del ruso al castellano.

Irina Bogdaschevski y José María Pallaoro en Las Toscas, Uruguay
No existen traducciones perfectas

A pesar de que no existen traducciones perfectas, ideales, hay que hacer todo lo posible para acercarse al ideal, valga la paradoja, sentirse imbuida en el texto que estás traduciendo para poder, con mayor dedicación y delicadeza transmitir no sólo las ideas y el estilo del escrito, sino también la sonoridad y, especialmente, el ritmo. Es una gran responsabilidad, traduciendo tanto prosa, como poesía, depende mucho del traductor la impresión que pueda tener el lector de dicha obra. En poesía, que en pocas líneas contiene todo un mundo de ideas, a veces abstractas, es bastante más difícil de ser fiel a la metafísica del poeta; pero, por suerte, los idiomas que yo manejo tienen un riquísimo vocabulario, infinidad de sinónimos que facilitan la búsqueda de la aproximación al original. Trabajo siempre con tres o cuatro diccionarios, comparo con otros idiomas: alemán, francés... Todas las teorías sobre la traducción artística no son válidas si la obra no le interesa al traductor. Es un trabajo creativo y hay que leer muchas veces el texto, sentirse identificado con el poeta o con el novelista o cuentista. ¡No hay duda que si el traductor también es poeta, esto le ayuda mucho en la tarea! Se produce entonces como una simbiosis entre el traductor y el poeta que se traduce, el espíritu, la intención se hacen propios, y la transmisión puede llegar a ser muy cercana a la perfección.      
Desde los comienzos hasta hoy, mi meta era siempre hacer que los argentinos amantes de la literatura universal conozcan  a los mejores poetas rusos, tanto a los clásicos como a los modernos, nuestros contemporáneos. Esa era mi misión y en mi selección juegan un papel muy importante mis conocimientos y preferencias en este ámbito. Este mismo criterio prevaleció en mi elección para traducir a los poetas de habla hispana y algunas veces del alemán al ruso. Me guiaban, desde ya, preferencias personales, pero basadas siempre en la mayor excelencia de calidad e importancia para la literatura en general.

Porro, Gelman, Orozco y Vilariño
De los poetas de habla hispana hice una selección de los poemas de mi maestro, Mario Porro, de Juan Gelman, de Olga Orozco y de la uruguaya Idea Vilariño. Consideré que dentro de su original diversidad son los mayores representantes de la poesía contemporánea latinoamericana. Juan Gelman es un gran innovador del idioma poético, la riqueza de sus imágenes es enorme, él une la osadía formal con la emoción honda y sincera. Su libro titulado Dibaxu, poemas escritos en español-ladino y “traducidos” por él mismo al castellano contemporáneo, es una joya de sonoridad e imaginación. La poesía de Mario Porro es también la maravillosa combinación de dos elementos sugestivos: de la sencillez y de la profundidad metafísica, corroborando así la idea de Heidegger de que los poetas son en realidad más filósofos que los mismos filósofos, ¡y los aventajan exponiendo las finas ideas metafísicas con la increíble economía de medios! Tanto para Gelman como para Porro, no hay nada en la vida y en el mundo que les sea indiferente, todo es digno de atención, todo puede ser importante, pero... son como Tolstoi y Dostoievski (considerando la distancia): Gelman, como Tolstoi, vuelca sus experiencias anímicas, interiores, hacia el exterior; Porro, como Dostoievski, guarda todas las vivencias y conocimientos exteriores en el alma. Y estas dos formas de sentir y emocionarse se reflejan en su correspondiente poesía.
En lo que se refiere a las dos grandes poetas, Orozco y Vilariño, aquí también me guié por sus tendencias tan divergentes y al mismo tiempo tan sugestivas. La poesía de Olga Orozco es como un gran río, a veces violenta y tempestuosa, otras veces pacífica y mansa; pero que siempre arrastra nuestros sentimientos y pasiones, así como arrastra el río los camalotes y hasta piedras a lo largo de todo su trayecto. Las dimensiones de sus poemas son grandes, con largos períodos, con abundantes analogías esotéricas. Sin embargo Idea Vilariño es parca y muy severa, sus metáforas son insólitas; pero al mismo tiempo sobrias, templadas como acero de una espada. De pronto uno siente que algo como un sollozo le bulle en el alma, lo sacude y lo deja sin aliento. Los cuatro responden perfectamente a la exigencia que siempre nos mencionaba Mario Porro como calidad imprescindible de una obra de arte: ¡Uno se siente muy cambiado después de haberla conocido, es otra persona, se ha enriquecido imperceptiblemente!
Es interesante que la poesía de cada uno les gusta o les gustaba (en caso de Olga Orozco y de Mario Porro que ya fallecieron) a los otros, pero la reacción de Orozco, Gelman y Vilariño a la poesía de Mario Porro era igual: “¡Pero es un genio! ¿Cómo puede ser que no lo conozcamos suficiente?”. La especial característica de Mario consistía en no preocuparse por ser publicado (yo suelo decir que en Argentina hay dos clases de escritores, unos que escriben y otros que publican..., claro que siempre hay excepciones).
Los cuatro son poetas del siglo XXI o quizás como dice Marina Tsvietáieva: “¡Son de todos los siglos!”. Viven ahora, en este mundo de hoy, aceptan el mundo de hoy con todas sus contradicciones. Nada de lo que importa a la humanidad contemporánea les es ajeno. Y además los cuatro tienen una cualidad muy importante que destaca el filósofo griego Heráclito que a mí me parece fundamental en todo artista: “Conviene sin duda que tengan conocimiento de muchísimas cosas los hombres amantes de la filosofía” (a lo que yo le agregaría: “¡y del arte!”). Sin embargo debo destacar que mis cuatro poetas preferidos, a quienes todo les parece digno de atención, son además ¡inteligentes!, y cumplen también con el otro precepto de Heráclito: “La mucha erudición no enseña a tener inteligencia”. Los cuatro son seres metafísicos que se preguntan por el sentido de la existencia, por el sentido del universo. ¡Saben que van a morir y tienen plena conciencia de ello!, pero se lanzan igual a la aventura de pensar y de aceptar su finitud en el mundo infinito.

Escribir y publicar
Es cierto que escribo poesía desde los nueve años, pero la escribía en ruso a pesar de tener antes muy pocas probabilidades de publicarla. En los años 80 me atreví a empezar a escribir en castellano, aunque jamás soñé publicarlo. Sin embargo Igor, mi marido, mi mejor amigo, hizo todo lo posible para que un librito con una docena de mis cuentos cortos se publicasen en 1991 con el título Imágenes al Negativo. Algún relato de este librito lo publicó Mempo Giardinelli en su revista Puro Cuento.
Tanto Reflejos como otros trabajos (Instantáneas y Enfoques) son escritos inclasificables: miradas, observaciones emocionales que indagan y reflexionan sobre el mundo y la vida, sobre el ser humano y la eternidad.
En lo que respecta a Reflejos, algo así como poemas en prosa, es cierto que comencé a escribirlos en 1999, pero llegué a tener sólo seis o siete fragmentos. Sólo después de la enfermedad y la muerte de Igor completé los cincuenta fragmentos y así los consideré terminados. No he pensado en publicarlos todavía… Bueno, hasta este momento en que me estás obligando a dar a conocer a los lectores de el espiniyo algunos de ellos… ee

Las Toscas (Uruguay), Villa Elisa (Argentina), 2006
City Bell, 2007
José María Pallaoro
En revista de poesía El espiniyo, número 5/6, verano otoño de 2007.
Fotos: Archivo de la talita dorada.