EL MISIONERO
(Poema
XVI de XVII)
XVI
Todos
le contemplaban descubiertos,
Cual si les atrajese algún abismo,
Y él, entonces, se alzó sobre sí mismo,
Y exclamó con los brazos bien abiertos:
“Ven a mi recua inmensa hija del llanto,
Escala del feliz, Luzbel hediondo…
¡Tengo todo el secreto de tu fondo,
Por la misma razón de qué soy santo!”
“Ven a mí, rey enfermo, vil canalla,
Quiero que con tus lágrimas me mandes:
Yo soy como aquel grande entre los grandes
Que no dobló su frente en la batalla.
“Sombra y luz, piedra y alma, seso insano
Y ángel lleno de dudas y malicia:
Yo no sé de Razón ni de Justicia...
¡Sólo quiero saber que soy tu hermano!
“Chusma ruin, que tus dedos como sondas
Hurguen en las heridas de mi brega,
Y palparás al menos, si eres ciega,
Que las hechas por ti, son las más hondas.”
“En tu árido desierto soy la palma
Que fue sombra, fue templo y fue cenáculo;
Ven a mí, que devore tu tentáculo
Los ubérrimos dátiles de mi alma.
“Mi concepto del triunfo no consiste,
Ni en lucir, ni en mandar, ni en tener suerte:
Yo soy el triunfador y soy el fuerte,
Porque no me acobardo de lo triste.
“Ven a mí, monstruo amigo, no estoy muerto,
Como no muere nunca una gran lira:
Que otros vivan la ley, que es la mentira,
yo vivo los impulsos, que es lo cierto.
“Aquí estoy, si me manchan tus minucias,
Tus terribles minucias, más me place:
El obrero mejor, el que más hace,
Tiene las manos más que todos, sucias.
“Y odie el feliz, que es bestia, ésta, mi fiebre;
Y me ultraje y repudie, y me dé coces...
¡Yo amo la libertad, como los dioses,
Y el feliz, como el asno, su pesebre!
“No me causa pavor, ni me difama,
Envolver con mi llanto tu persona:
No soy el Cristo-dios que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor, soy el que te ama!
“Quiero que el salivazo inexorable
Que cae sobre tu testa desde arriba
Mi soberana testa lo reciba
Primero que la tuya irresponsable.
“Pise sobre mi cuerpo, no perdone,
Toda la Sociedad pise y apriete:
No habrá de conseguir que la respete,
ni logrará jamás que te abandone.
“Aquí estoy que tu enorme espumarajo
Cual una enorme injuria se derrame
¿Enorme cruz enormemente infame
Quiero llorar en ti, como un andrajo!
Cual si les atrajese algún abismo,
Y él, entonces, se alzó sobre sí mismo,
Y exclamó con los brazos bien abiertos:
“Ven a mi recua inmensa hija del llanto,
Escala del feliz, Luzbel hediondo…
¡Tengo todo el secreto de tu fondo,
Por la misma razón de qué soy santo!”
“Ven a mí, rey enfermo, vil canalla,
Quiero que con tus lágrimas me mandes:
Yo soy como aquel grande entre los grandes
Que no dobló su frente en la batalla.
“Sombra y luz, piedra y alma, seso insano
Y ángel lleno de dudas y malicia:
Yo no sé de Razón ni de Justicia...
¡Sólo quiero saber que soy tu hermano!
“Chusma ruin, que tus dedos como sondas
Hurguen en las heridas de mi brega,
Y palparás al menos, si eres ciega,
Que las hechas por ti, son las más hondas.”
“En tu árido desierto soy la palma
Que fue sombra, fue templo y fue cenáculo;
Ven a mí, que devore tu tentáculo
Los ubérrimos dátiles de mi alma.
“Mi concepto del triunfo no consiste,
Ni en lucir, ni en mandar, ni en tener suerte:
Yo soy el triunfador y soy el fuerte,
Porque no me acobardo de lo triste.
“Ven a mí, monstruo amigo, no estoy muerto,
Como no muere nunca una gran lira:
Que otros vivan la ley, que es la mentira,
yo vivo los impulsos, que es lo cierto.
“Aquí estoy, si me manchan tus minucias,
Tus terribles minucias, más me place:
El obrero mejor, el que más hace,
Tiene las manos más que todos, sucias.
“Y odie el feliz, que es bestia, ésta, mi fiebre;
Y me ultraje y repudie, y me dé coces...
¡Yo amo la libertad, como los dioses,
Y el feliz, como el asno, su pesebre!
“No me causa pavor, ni me difama,
Envolver con mi llanto tu persona:
No soy el Cristo-dios que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor, soy el que te ama!
“Quiero que el salivazo inexorable
Que cae sobre tu testa desde arriba
Mi soberana testa lo reciba
Primero que la tuya irresponsable.
“Pise sobre mi cuerpo, no perdone,
Toda la Sociedad pise y apriete:
No habrá de conseguir que la respete,
ni logrará jamás que te abandone.
“Aquí estoy que tu enorme espumarajo
Cual una enorme injuria se derrame
¿Enorme cruz enormemente infame
Quiero llorar en ti, como un andrajo!
MILONGAS CLASICAS
(Poema
VI de IX)
VI
No lo
sé. Ni debo nunca
descubrirlo.
y no te asombres.
la
novela de los hombres
vale
más que quede trunca.
Y es
difícil y es ingrato
demostrar
lo razonable;
y no
siempre es confesable
cualquier
móvil inmediato.
No hay
hallazgo más traidor
que
acertar consigo mismo,
ni más
loco excursionismo
que
explorarse el interior.
Ni
trabajo ni jornada
donde
un óbice no quepa;
vale
más que no se sepa
los
orígenes de nada.
Vale
más que no analices
los
misterios de las cosas:
se
modelan a las diosas
sobre
torpes meretrices;
se
fabrican sacros panes
profiriendo
sacrilegios;
y
hospitales y colegios
con
limosnas de rufianes…
Porque
siempre ha sido escoria
la
razón de lo que brilla;
y
pelusa y arenilla
los
secretos de la gloria.
Horrorícete
de veras
las
acciones más gentiles:
¡son
muy necias y muy viles
las
verdades verdaderas!
Pero
no te desesperes
ni te
abata el desconsuelo:
cuando
corta el escalpelo
sólo
gimen las mujeres.
Pero
aguarda que mi mente
busque
luz y tome bríos;
bajo
túneles sombríos
no se
viaja eternamente.
Sobreponte
a los horrores
que mi
péñola te pinta;
la
verdad es una cinta
de
muchísimos colores.
La
verdad es camaleón
de
apariencias infinitas;
ni dos
veces la meditas
con la
propia entonación.
Mira,
pues, cómo la tomo
más
amable, menos dura
y te
muestro una figura
colorida
cual un cromo:
Pone
un joven su taller;
lo
abastece y lo acicala...
¡Si es
un nido, aquella sala,
que
dispuso una mujer!
Transparentes
muselinas
la luz
rigen y difuman,
mientras
todo lo perfuman
ramilletes
y resinas.
Terciopelos
genoveses,
pieles
indias y africanas,
perezosas
otomanas
y
magníficos arneses;
en los
muros y sitiales
mil
cartones y pinturas
y
marmóreas esculturas
en
gentiles pedestales;
por
las blancas chimeneas
renegridos
bronces viejos,
reflejando
en los espejos
decadentes
orquídeas;
y
riendo, sin control,
en
cuadrilla esplendorosa,
los
bambinos y la esposa,
con el
aire y con el sol.
En el
rico caballete
ya la
tela, virgen pura,
presintiendo
la figura
se
arrebola y se somete;
y los
pomos de color,
en la
caja, nuevecitos,
escuadrón
de soldaditos,
le dan
séquito de honor.
Todo
es vida, todo es luz
al
redor de aquella tela...
¡Tanta
dicha no revela
los
amagos de una cruz!
Y a la
blanca desposada
viene
un día su pintor,
como
vino el Creador
meditando
hacia la nada.
Gravemente,
con receta,
va
mezclando los colores:
hace
nubes, hace flores,
hace
tiempo en la paleta.
Y así
pasa cabizbajo,
largas
horas de pereza....
¡No
han bajado a su cabeza
los
demonios del trabajo!
¡Pero bajan!
Aquel tierno
mundo
azul se desvanece
y aquel
joven envejece
y
aquel nido es un infierno...
Suprimiendo
en el pintor
facultades
y pasiones,
por
las mil aberraciones
de la
forma y el color.
Va
extendiendo su reinado
la
feroz idea fija,
tan
tenaz y tan prolija
como
aceite derramado;
va
sembrando soberana
la
simpleza o la manía,
cual
gusano que vacía
de su
carne la manzana.
Como
en hora más dichosa
ya no
ríen sin control,
con el
aire y con el sol,
ni los
hijos ni la esposa.
De
tristeza rodeada
cual
tapiz a medio hacer,
reina
sola, en el taller
la
gran obra comenzada.
De
aquel nido encantador
ya no
queda ni la sombra:
salivazos
en la alfombra
y humo
denso en derredor.
Polvorosos
trapos viejos
respirando
trementina
y un
espectro que camina,
reflejado
en los espejos.
Pero
logra terminar
su
labor una mañana
y otra
vez, cual una diana,
vibra y
suena aquel hogar.
Y otra
vez, y sin control,
como
en época dichosa,
con
los hijos y la esposa
corre
el aire y brilla el sol.
Y otra
vez... pero no creas
que
aquel ser quedó sin dolo:
como
el cáncer y el vitriolo
nos
carcomen las ideas.
Miserables
prostitutas
que
nos hieren o marchitan
y nos
mandan y nos gritan
como
reinas absolutas.
Por
debajo de la palma
que ha
de honrarle por sus días
¡sabe
Dios qué vesanías
le
quemaron en el alma!
Sabe
Dios!... Pero tampoco
te
alucine su victoria:
la
corona de la gloria
no la
ciñe cualquier loco.
Que si
Dios no lo permite
no hay
calórico que baste:
por
más leña que se gaste
su
metal no se derrite...
Son
las almas de combate
manos
puercas y callosas:
no las
finas y olorosas
y
expresivas del abate.
No las
llenas de donaire,
de tez
cándida y pulida
que no
hicieron en la vida
más
que cruces en el aire;
sino
aquellas aguerridas,
dolorosas,
maculadas,
como
vendas empapadas
en el
pus de las heridas.
Nace
el río en los breñales;
y es
tan puro por un trecho,
que a
lo largo de su lecho
ves
rodar los pedernales;
pero
invade la llanura,
la
fecunda y embellece:
¡y
aquel río no parece
más
que líquida basura!
Así
manchan su cendal
los
heroicos, los amantes:
¡por
un cauce de diamantes
van a
dar al hospital!
Lleva
el río entre sus ondas
las
materias más inmundas,
y las
vidas más fecundas
las
vilezas más hediondas.
Y
aquel río llega al mar;
tenebroso,
pestilente,
cual
un viejo maldiciente
que
regresa de sembrar;
Y esas
almas y esas vidas,
a la duda
y al vacío,
como
el viejo y como el río
sin
vigor y corrompidas.
¡Sí!
La mínima faena
nos
enturbia como el agua.
¡Nunca
salen de la fragua
candideces
de azucena!
¡Mucho
barro hay que batir
en la
vía del sepulcro:
no hay
oficio menos pulcro
que el
oficio de vivir!
Ni más
frágiles encantos
que
las alas de lo puro;
ni
agujero más obscuro
que
las almas de los santos…
Para la publicación en POESÍA LA
PLATA de estos poemas he seguido dos ediciones en libro. En primer lugar Poesías. Primera y única edición clasificada
temáticamente, es de Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1942. Con prólogo de
Artemio Arán. El otro libro es Almafuerte.
Poesías Completas, de Ediciones Cenit, Buenos Aires, 1959. Con estudio
preliminar de Álvaro Yunque. Los textos difieren entre sí. Hay cambios en los
signos de puntuación, cambios de palabras, y otras cuestiones menores. Elegí estos
dos poemas porque Jorge Luis Borges, según Bioy Casares, hizo mención a ellos. Dijo
Borges: “Sé que me estoy jugando la vida, pero es una lástima que Almafuerte
leyera tantos diarios y tan pocos libros”. Y agregó: “De esa lectura de diarios
proceden muchas de las fealdades que hay en sus versos.” En un momento lo
definió como “un bruto orgánico” (después, al traducirlo, comentó que Whitman
era más bruto que Almafuerte). Aun así, Borges, admiraba a Almafuerte. De estos
dos poemas “elogia” algunos versos: “Soy un Cristo mejor, soy el que te ama” (“El
misionero”) por lo novedoso de la idea y “No hay oficio menos pulcro / que el oficio de vivir.” (“Milongas clásicas”).
El 13 de mayo, día de nacimiento de
Pedro Bonifacio Palacios, se conmemora el Día del Escritor Bonaerense.
Pedro
B. Palacios, es decir, Almafuerte (San Justo, hoy partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, 13 de mayo de 1854
– La Plata, 28 de febrero de 1917). Selección de textos y fotos: Jmp
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