César Cantoni, Un arte invisible



Algunos poemas de Un arte invisible

FAMILIA TIPO CON PERRO

En la foto estamos papá, mamá, mi hermana,
el perro de la casa y yo.
Papá está serio, como siempre,
mamá está linda, como siempre,
mi hermana está asida al brazo de mamá,
el perro está absorto
y yo estoy más rígido que un soldado,
pendiente de la cámara.
Papá y mamá salieron de foco hace bastante,
mi hermana se jubiló,
al perro lo mató un tranvía
y yo, momentáneamente,
me aferro a esta foto que encontré entre otras,
plena de reminiscencias
y tan implacable como el tiempo.


1976

Ese año enterramos las armas
y las municiones:
el viejo revólver de papá,
y las dos escopetas de papá,
y la escopeta rota del abuelo,
y mi rifle de caza,
y las balas de plomo
y los cartuchos.
Todo lo enterramos
prolijamente en un baldío
para que la dictadura de turno
no se sintiera amenazada.


TEMA: EL UNIVERSO. EXPLICACIÓN GRÁFICA Y SENCILLA

El universo, también llamado cosmos o simplemente mundo,
es como un bolillero lleno de piedras gigantescas
que una mano invisible hace girar sin detenerse.
Algunas de esas piedras, como la Tierra, dan cobijo a la vida
y otras yerran en la desolación más absoluta.
Para la ciencia, el universo surgió de una explosión: el Big Bang.
Para la Biblia, en cambio, el universo es creación de Dios.
La Biblia enseña, además, que el Sol se mueve en torno de la Tierra,
pero un señor, llamado Nicolás Copérnico, insinuó lo contrario,
y otro señor, muy sabio, llamado Galileo Galilei,
demostró que Copérnico tenía razón.
Galileo fue condenado por refutar lo que estaba escrito
y tuvo que retractarse para no terminar en el cadalso.
Hoy, todavía hay muchos que creen que el Sol
se mueve en torno de la Tierra.
Por eso todo sigue tan mal como empezó.


SUPERVIVENCIA DE LAS CUCARACHAS

Vienen desde el origen de los tiempos. 
Sobrevivieron al Diluvio y a la bomba atómica.
Presenciaron el fin de los mamuts y de los dinosaurios.
Y un día verán sucumbir a nuestra especie,
confirmando el proyecto jerárquico de Dios.


UN ARTE INVISIBLE

El poeta camina
desnudo por la calle,
pero la gente no lo ve.

El poeta va al cine,
sale de putas,
viaja en colectivo,
siempre desnudo,
pero la gente
mira para otro lado.

El poeta no tiene modo
de llamar la atención,
porque la poesía
es un arte invisible.

La poesía se escribe
sin palabras.


El lunes 5 de diciembre a las 19:30 hs (puntual), presentamos UN ARTE INVISIBLE (Libros de la Talita Dorada, colección Tatuaje en el Viento), libro de poemas de CÉSAR CANTONI. El encuentro es en la ALIANZA FRANCESA, calle 59 N° 626, entre 7 y 8, de la ciudad de La Plata. Nos acompañarán con su presencia y palabras, los poetas Carlos Aprea y Sandra Cornejo. Cantoni leerá poemas de su nuevo libro. Y brindaremos por este arte invisible, la poesía, que nos cobija a todos.

Alberto Ponce de León, Un aliento insensible


BALADAS EN LA AUSENCIA, 3

Casi nada ya
queda de lo antaño:
sólo tu mirada
girando en los años.

Tenue como un pez
ella aún enciende
su pálido aro
de tristeza y fiebre.

Lejos estarás
contra otro Verano,
sonriendo a los seres
salvajes del año.

Tus pechos aún vivos
como ayer, creciendo
contra otras criaturas
absortas del tiempo.

Ellas hoy tendrán
tus piernas remotas
bajo sus pupilas
húmedas como hojas…

Casi nada ya
queda de lo antaño
sólo tu memoria
girando en los años…


PAISAJES, 5

El aire entrelazaba sus cabellos
haciéndola girar sobre sus ojos;
salpicada de sol, alta de vientos,
estaba iluminada en territorios
plenos de luz, de claridad y fuego.

¡Oh jardines de sol, humo de flores!
El mediodía se encendía en ella
como un gran abanico, con sus torres
altas de luz, entre sonoras flechas!

Y cual verdes antorchas, las praderas
ardían bajo el grito de la hora,
y en sus ojos la luz golpeaba llena
de espadas rojas!


ELEGÍAS NACIDAS DEL INVIERNO, 4

Una mujer, detrás de las cortinas
del Invierno, vigila desde el llanto,
y, apareciendo, a veces, nos llama hasta su vida,
y tristemente nos sonríe llorando.

Detrás suyo, y en largo sacrificio,
corre un río de márgenes derruidas,
y hay animales ciegos y solitarios ídolos
que en desnudez absorta cruzan por sus orillas.

Y la niebla que escapa de sus hombros,
de su pelo cubierto por lo triste,
transforma a esa mujer en alimento
del corazón, y lo frutal se extingue
y sólo aproximando mucho nuestros cabellos
logramos arrancar una llama imposible.

¿Quién es esta mujer? Desde su rostro
ella vigila nuestra infancia, y vive,
cuando la tierra es otra y el tiempo por los ojos
va pasando en la forma de un aliento insensible.


UN SUEÑO

Perseguida por las vacas azules
la joven galopaba la tarde, entre violetas,
y sus grandes pestañas, abiertas como nubes,
lloraban largamente, con alegría y pena.

Sus senos amarillos ya por el ensueño
rebotaban en medio de paredes verdísimas,
y las vacas azules lamían sus cabellos
tumbándola en el campo, bajo las mandarinas.


En: Tiempo de muchachas (Ediciones del Bosque, 1941), Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1962.Selección de textos: Jmp.
Alberto Ponce de León (La Plata, 2 de mayo de 1917 – Buenos Aires, 3 de junio de 1976).Posiblemente el mayor exponente de la generación del `40 platense. Dirigió la colección de poesía de Ediciones del Bosque. Murió trágicamente, en un incendio, en 1976. Imagen: Jmp, en Taller Mundo despierto, City Bell, 21 de noviembre de 2016.

Aurora Venturini, amiga de Poncho (como lo conocían sus más íntimos a Alberto Ponce de León), escribió: “Corrían todos los meses del año cuarenta cuando yo estudiaba Antropología, materia curricular de la carrera de Filosofía, en una de las aulas del subsuelo del poderoso edificio de nuestro museo de Ciencias Naturales, y coincidían mis aprendizajes con los del Alberto Ponce de León, variando el hecho, en que él prefirió Griego y Latín, en lugar de intrincarse en la floresta rústica del Homo (no sapiens), que devenía del vozarrón del doctor Cristofedo Jacob.

Igual solíamos encontrarnos a la salida, los viernes. El venía desde la Facultad de Humanidades andando unas calles invernales y neorrománticas, la tónica de ese momento. Yo subía por una escalerilla mínima del subsuelo de huesos y pelambres. Sufríamos de un mal tórrido: poesía. Intentábamos quebrar unos cristales de Samain tintineantes por López Merino; redondear los ciclos de Banchs, por ejemplo. Yo sufría de otro mal: París, que visité en otoño. Leíamos a Rimbaud en francés. En resumen de ideas, eran los tiempos de Alberto Ponce de León (Poncho). A cada época lo suyo.
Traía, en cierta oportunidad, este revolucionario de la poesía (él lo ignoraba) unos poemas que presentaría optantes al premio Martín Fierro, que ganaría María Granata con su "Muerte del Adolescente". 
El poeta edificó su libro "Tiempo de Muchachas", temulante desde la portada. El libro iba dedicado a la poetisa y profesora de letras, que fuera su profesora en el colegio Nacional, María Villarino. Ya dije que nos encontrábamos los viernes y que íbamos a la confitería del Paseo del Bosque a tomar un té humildoso, que yo invitaba porque ya tenía un empleo. Poncho, entonces, sólo estudiaba. De haber obtenido el premio Martín Fierro, otra fuera su situación económica, que mejoró años después cuando ganó el premio Planeta con su novela "La quinta". Volviendo al tiempo de poesía (en serio), cuento que a Poncho le encantaba leer sus versos éditos o inéditos. Cuento también que las mesitas y el sillerío de la confitería eran de hierro pintado de color blanco y que en torno al sitio, funcionaba un jardín de juegos infantiles. Poncho leía una tarde:

"Yo no sé qué sentido en las barandas/ miraba y respiraba por las tardes/ recortadas figuras de muchachas/ con ojos entre rosas, con cabellos/ mezclados a la lluvia y las plantas,/ y senos que en las hojas se perdían/ como aves entre ramas./ Y en las yerbas abríanse sus cuerpos/ llenos de una memoria dolorosa,/ y rodeado de pronto con el viento/ que las alzaba en sus mojadas alas,/ yo quedaba con ellas en el tiempo,/ entre risas y voces de muchacha".
Entrábamos de repente en una niebla grisácea, especialmente en otoño que fue cuando Alberto Ponce de León se apostó en la vereda de la escuela Miss Mary O'Graham, un día de setiembre, a regalar su libro "Tiempo de Muchachas", a las muchachas de un tiempo suyo, conquistado para siempre.”
(Diario El Día, domingo 9 de mayo de 2010).


María Dhialma Tiberti, No tengo cielo ni árbol


Y LA NOSTALGIA

Y a veces la nostalgia desnuda los dedos
sobre cada cosa.
Y pienso en voces, en gestos lejanos,
insustituibles y profundos.
Tu mirada donde resbala el color del musgo
hacia la última vertiente del otoño,
allí donde florecen los pájaros heridos
y las gotas de luz y los silencios.

Es tan fácil pensar en tonos distantes
cuando golpean en la ventana
los ángeles de lluvia
y la sombra se estira blandamente inclinada
dibujando mapas antiguos e inciertos.

La nostalgia tiene el talle fino y las manos azules.
Aprieta las cosas, los aromas;
se quiebra en pimpollos salados;
se prende fugaz a los objetos, al aire;
crece en la luz, se desmaya en una
casi sonrisa.

Pienso en tiempo de trigos,
en tiempo de ausencias, de lloviznas.
En perfiles nítidos, metálicos, inconfundibles
entre las multitudes,
encendiéndose de pronto, como lámparas.
Es tan sencillo construir nombres
cuando la tarde
se absorbe en sí misma en las violetas
y después y después.

Nostálgica.
Cuando se está solo sin soledad
oyendo rumores imprecisos que nacen en la distancia
y buscan su sitio en el mapa de sombras.

Y después aún.
Cuando las sonrisas inician sus viajes
en derredor de los retratos,
y las palabras vuelven, tangibles,
en voces tangibles y absurdas.
Y en las noches, llenas de ángeles mojados
y de ríos lejanos que sollozan
entre juncos perdidos.

Ah, después todavía.

Porque es tan fácil pensar en lo imposible
mientras se humedece el hálito de musgo de tu mirada
y ahora realmente, quién sabe dónde aletea,
entre qué pájaros.
Y a veces la nostalgia esparce sus cabellos
junto a mis labios
y se arrodilla sobre los espejos, temblando.

Y entonces pienso en voces, en gestos,
precisos, definitivos en luz del otoño;
otoño en territorio de llanto.

Cuando abril resbalaba lentamente
y en tus ojos cerrados se construía un mundo
y después, todavía después;
cuando pusiste el amor en agua
para que no se marchitara.
Ah, nostálgica;
y ahora que para iluminar un rostro
necesito de las lágrimas.


MI CORAZÓN ESTÁ OTOÑANDO

Mi corazón está otoñando hiedras
al comenzar el alba,
me punza con sus voces de oro y de nostalgia,
yo no sé a qué muro, a qué edad
podrán aferrar para salvarse
de los círculos premiosos del aire.
Primero fue la luz la que estaba sola,
después la humedad del viento en las retamas,
y luego todo y cada cosa
con su justa vocación de flor y lágrima.
Mi corazón está brotando estrellas
al regresar el alba
y no tengo cielo ni árbol para acunarlas.


ELEGÍA
(Fragmento)


(Ninguna otra flor caerá hacia la tarde
con su ardiente sangre derramada en el aire).


En: Primera antología poética platense. R. S. Cisneros, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1956; y Veinte poetas platenses contemporáneos. A. E. Lahitte, Ediciones Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1963.
María Dhialma Tiberti (La Plata, 25 de octubre de 1928 - San Isidro, 6 de enero de 1987). Publicó en poesía: Cielo recto, 1947; Tierra de Amapolas, 1949; y Las sombras amarillas, 1949.
Escribió AURORA VENTURINI: “Ella nació en el seno de un matrimonio que la amaba y admiraba, y floreció en un niño que colmó su vaso de felicidad. Fue alumna de la Escuela Normal Mary O. Graham y cursó estudios universitarios en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación logrando el título de profesora en Letras. Escribió varios libros: Cielo Recto (1947), Tierra de Amapolas (1949) y Las sombras Amarillas (1949), los dos últimos en Edición del Bosque. Dirigía Ediciones del Bosque el poeta rural Raúl Amaral y ella se desempeñó como secretaria. Esas Ediciones sellaron una época ilustre en nuestra ciudad de La Plata. Raúl, sumamente exigente, seleccionó los cuadernillos que se presentaron optantes a su publicación. En cuanto a Las sombras Amarillas, acertó y las poesías de María Dhialma Tiberti recibieron crítica de Silvina Bullrich, en Atlántida; de Horacio Rega Molina, en El Mundo y de Bernardo Verbitsky, en Noticias Gráficas, entre otros. María Dhialma profesaba gran apego intelectual por Raúl, aunque su poesía distó de ser rural y campesina, siendo leve e intimista; subjetiva. Los poetas del "40" generacional nos distinguimos por el respeto a la cuaderna vía, "a sílabas contadas que es gran maestría". Significo la corrección del soneto y los acentos silábicos que suenan musicales al oído del lector. La poesía es Arte de las Artes. Recuerdo a la joven, mejor, a la adolescente concentrada en unos versos de El Aire Adolescente, de Amaral: "Solo, entre flores y la yerba verde/ Si alguna luz amante se me pierde/ yo la salgo a buscar, desesperado./ Solo me encuentro. Triste pasajero/ de este viaje plural que es el primero/ y que siento yacer a mi costado". Significa el sexteto formado por dos tercetos, pie de un soneto bellísimo, rimado petrarquianamente. Nuestra escritora es la más joven del grupo universitario y culto platense. Sus poemas ligeros y frágiles obligan a una lectura serena y profunda, a fin de su captura, evitando las distracciones que puedan trizar su textura delicada. Muy alejado el estilo de María Dhialma, del rudo y terminante de Raúl Amaral, habitante que fuera de los campos de la localidad provinciana de Veinticinco de Mayo, que pisa fuerte en los surcos bucólicos como su antepasado Héctor Ripa Alberdi: "Feliz el hombre que al llegar el día/ lo encuentra el alba en los floridos campos/ entre una nube de palomas blancas/ siguiendo el ritmo de los bueyes mansos". Ambos, Ripa Alberdi y Amaral, son el dúo de juglares que loan a la pampa y la vierten en versos que la convierten en un océano de hierbas temblorosas y árboles sacudidos por el viento arisco. La secretaria de Ediciones del Bosque resulta ser introvertida, su universo interior se impone al mundo circundante. Ella dedicará a Raúl Amaral, un poema titulado "La Nostalgia", en el que se trasunta, en el cual exulta la postura de su naturaleza: "Es tan fácil pensar en tonos distantes/ cuando golpean en la ventana/ los ángeles de la lluvia/ y la sombra se estira blandamente inclinada/ dibujando mapas antiguos e ingenuos./ La nostalgia tiene el tallo fino y las manos azules./ Aprieta las coas, los aromas;/ se quiebra en pimpollos salados;/ se prende fugaz a los objetos, al aire;/ se desmaya en casi/ una sonrisa". Siendo el tema Muerte el constantemente agitado por nuestra generación neorromántica, María Dhialma es la excepción porque evita nombrarla. Ella emprende una espectacular carrera contra el flagelo inevitable. El último poema de esta poetisa dice: "Mi corazón está otoñando hiedras/ al comenzar el alba”. Implícita alusión a la fatalidad. La recuerdo linda y discreta, concentrada y lectora; ráfaga muy bella.”

(En diario El Día, La Plata, domingo 9 de enero de 2011).

Héctor Eduardo Ciocchini, La pura alegría


LOS SUICIDAS

Caen en la sombra, erguidos,
coronada la lívida cabeza por crispadas heridas,
rota la voz guardada como un puñal celoso.
Y ruedan como soles en la noche, gritando,
en su vértigo oscuro enamorados
de la fiebre impetuosa de la vida.
Los vi emigrar pálidos del sueño,
sangrando las desnudas cabelleras
en un viento sagrado;
rompiendo
las despreciables ligaduras.
O como agudas flechas, en nube ponzoñosa,
desafiar al Infierno.
Oh ángeles rebeldes,
os canto en las fronteras de vuestro reino impío
como hijo impuro de las negras Furias.
Aún los veo pasar,
con el dorado cuerpo delirante,
cubiertos de una pompa desesperada,
como hidras bebiendo
la dulce pestilencia de la vida.


CISNE DEL CIELO…

Cisne del cielo, pura revelación del agua,
te alejas flotando
sobre la noche imaginaria.
Estás llena de fuego y alto frío,
de suprema substancia irrepetible,
y dejas en el aire tu alabanza.


SE INTERNABA EN EXTRAÑAS…

Se internaba en extrañas geometrías del sueño,
en el silencio de los nuevos soles
y en desiertos de lava sin fronteras.
Su voz multiplicaba la apariencia del tiempo
y en auroras concéntricas llegaba
a la pura alegría.


En: Primera antología poética platense, Ediciones Antonio Zamora, 1956. Selección, prólogo y noticias de Roberto Saraví Cisneros.
Héctor Eduardo Ciocchini (La Plata, 1 de agosto de 1922 – 19 de mayo de 2005). Profesor en Letras, poeta, traductor. Publicó en poesía, entre otros libros, Los Dioses, La noche, Elegías, 1949; Los sagrados destinos, 1954; Canto del prisionero, 1958 y Cielo, 1960.
Es padre de María Clara, secuestrada y desaparecida, junto a su amiga María Claudia Falcone, en La Plata, desde el 16 de septiembre de 1976.

Carlos Ringuelet, Los dos bajo la noche


IV. 24.

¡Qué feliz dejo yo la librería,
los libros bajo el brazo,
reclamándole al viento, en mi alegría,
dos alas a mi paso!


AL ABRIR LA VENTANA…

Al abrir la ventana, cuyos batientes cubre
de brotes verdeantes y de ramillas secas
añosa enamorada del muro, el sol de octubre,
como un agua de oro me llueve en las muñecas.

Tanto tiempo me quedo, callado, bajo el lujo
del sol, que en el silencio de la mañana canta
mi sangre desbordada, con tormentoso flujo,
socavando la torre viva de mi garganta.

¡Oh, dulce cuerpo mío, oh, dulce cuerpo mío,
cómo te agobia ahora la vida que sostienes,
la vida que es fecunda como curso de río,
y que también, a veces, te anega con sus bienes!

Y me digo: Sintamos la divina cordura
de mantener el cuerpo, joven, hermoso, fuerte;
el haza, bien labrada, da frutos con largura,
y el cuerpo, bien vivido, nos da una buena muerte.


FRAGMENTO
I

Veníamos los dos bajo la noche;
y tus pasos conmigo nuevamente
daban voz al silencio.

                               Levantaste,
para mirar al cielo, la cabeza,
y vi que despertaban las estrellas
donde pasó la sombra de tus ojos.
Después, me reveló tu voz distante
los elogios del cielo y de la noche;
y, en tus palabras, descubrí las cosas
que creía perdidas para siempre.

Lloraba, mientras tanto, en el silencio,
sobre mi corazón, iluminado.




En: Umbral soleado, 1934 (IV. “24.”), Olor de tierra, 1936 (“Al abrir la ventana…”), Veinte Poetas Platenses Contemporáneos, 1963 (“Fragmento, I”).
Carlos Ringuelet (La Plata, 1910 - ¿?). Publicó dos libros de poemas: Umbral soleado, 1934 y Olor de tierra, 1936. Además, ensayos literarios: Garcilaso y su paisaje, 1941; El amor en el mundo de Calisto y Melibea, 1943; Las Ruinas en la Poesía anterior al Romanticismo, 1943; etc. Su nombre no está incluido en el Quién es quién en la Plata, 1972. Fue amigo, entre otros, de Juan José Manauta, Vicente Barbieri, Roberto Themis Speroni, Alberto Ponce de León y Aurora Venturini (Hace unos años, en un encuentro en su casa de La Plata, Aurora me contó esta anécdota, que luego incluyó en uno de sus libros: “…yo escribí sobre la seguridad de que hay más allá otra cosa. Resulta que una amiga mía, compañera de la universidad, Dawsen el apellido, noviaba con Carlitos Cottella, esa chica tenía en su poder un libro que le había prestado, La rama dorada, y lo necesitaba porque tenía que rendir Estética. Voy a la casa de ella. Me recibe la mamá que es una señora irlandesa y me dice que no está en ese momento pero yo le voy a dar el libro y me lo dio. Me fui caminando hacia la calle 7 y diagonal 80 donde está la fuente. Ahí estaba Carlitos Ringuelet. ¿De dónde venís? Yo vengo de la casa de los Dawsen. ¡No puede ser, no está más la casa! Se fueron de La Plata. No, no, si vengo de allá, de la casa, y la mamá me acaba de dar el libro. Pero, ¿qué historia me estás inventando?, me dice. Lo trajiste de tu casa, vos nunca pudiste ir a lo de los Dawsen. Vení, vamos a ver, yo te voy a mostrar. Desandamos el camino y no había nada, había oficinas de abogados y esas cosas. No me quiso creer. Pero es cierto. Es atemorizador, es espantoso.” La transcripción es textual. En libro de Venturini el apellido es Dawson.
Imagen: detalle de tapa libro Umbral soleado, en Taller Mundo despierto. 

Rafael Felipe Oteriño, Con la convicción de los hermanos mayores


CANTÁBAMOS

a Néstor Mux

Cantábamos sin la lengua adecuada,
cantábamos con la voz del relámpago
y la urgencia del trueno.
Pero nuestro canto estaba inflamado
desde muy atrás:
por voces que nos sostenían
con su cantar ininterrumpido.

Con la convicción de los hermanos mayores,
con el diamante en el pecho
de los que nos habían precedido,
hijos de un lugar, cantábamos:
una canción más alta que nosotros mismos,
una Arcadia más dulce
que la corriente del agua entre los dedos.

¿A quién cantábamos?, ¿con qué imágenes
y artes desconocidas cantábamos,
que el relámpago nos tocaba el hombro,
y no lo sentíamos; que el trueno
era duro y áspero, y no lo oíamos;
que las manos tiraban de nosotros,
y no obedecíamos?

                                    Cantábamos
con labios acostumbrados sólo a cantar;
cada vez más lejos de nuestras casas,
por calles que ni los propios padres
reconocerían. Cantábamos, ¿lo recuerdas?,
y las cabezas rodaban de los cuerpos,
                 aún cantando.


Hace unos años, este poema, otro, se llamó “Hijos de un lugar”, ahora es “Cantábamos”, y está dedicado a Néstor Mux, y lo leímos, mientras las brasas ardían, un sábado 12 de noviembre, en City Bell. En: Eolo y otros poemas (1966 – 2016), Editorial Brujas, octubre de 2016. Foto: Elena B. Núñez. Néstor Mux y José María Pallaoro, bajo el sauce, City Bell, atardecer, sábado 12 de noviembre.

Saúl Yurkievich, Lo no debido es escribir


ANDANZA

Por dentro en galerías
marcha un resuello de locomotora.
Afuera el humo sube
hasta las luces.
Ruedan sobre el riel interminable
chiflan toda noche.
Pienso cargueros,
caravana que no se detiene.
Quedábamos sobre la yedra próxima al arroyo.
Recuerda. El tren retumba por el puente.
Se oye el traqueteo como entonces,
junto al arroyo nos amamos.


[NO FUE SUEÑO…]

No fue sueño
la muerte de mi madre
el último encuentro
con el amigo que no vive
inmóvil imagen
su rostro definitivamente hermoso
queda para siempre juventud
no es ilusión tu mirada, ojos
que tan oro calmo me fulgen dulzura
y todo va por este flujo
lo sido lo ideado lo creído
en sucesión se cese como
vagones entrechocándose con sordo retumbar.


LAS PALABRAS

las destructoras
las reiteradas ácidas carcomas
las garrapatas las chupaseso
las latosas
las almibaradas
las aparatosas
las nebulosas
as secantes
las aplanadas
as pastosas 
o si no esa cantilena noña
persistente
pegajosamente
metida en la memoria
que no elije


EL LIBRO

impreso en caracteres blancos
sobre blanco
sus páginas son
prácticamente incontables
y la palabra OM
está una vez y casualmente
introducida


[ME OBLIGAN A JUGAR…]

Me obligan a jugar. No sé las reglas. Tiro la carta más alta. Todo consiste en prologar la partida. Siempre se pierde.


SENTENCIA

no lee lo que debe
piensa lo que no debe
no dice lo que debe
escribe lo que no debe

no debe leer
no debe pensar
no debe decir
no debe escribir

debe leer lo debido
debe pensar lo debido
debe decir lo debido
debe escribir lo debido

lo no debido es leer
lo no debido es pensar
lo no debido es decir
lo no debido es escribir

existe como no debe
existe pero no debe
no debe existir


Selección de textos José María Pallaoro. Poemas “Andanza” y “[No fue sueño…]” en Volanda Linde Lumbre, Altamar, 1961. Poemas “Las palabras”, “El libro”, “[Me obligan a jugar…]” y “Sentencia” en Riobomba, Hiperión, 1978.
Saúl Yurkievich (La Plata, 27 de noviembre de 1931 – Caumont-sur-Durance, Francia, 27 de julio de 2005). Foto: Jmp, 2016.

Néstor Mux, Setenta y uno


NÉSTOR MUX, ENCUENTRO EN EL TALLER, UN COMIENZO

Por © José María Pallaoro

          Es el primero en llegar. Nos saludamos como buenos amigos. Aún tenemos tiempo para la muchachada del taller. Y conversamos. De cualquier cosa, pero a esa “cosa” la cargamos de sustancia, líquidos amables como el vino que vendrá después. En el largo rato compartido no enciende un solo cigarrillo, tal vez, como respeto a esa especie de santuario que es mi lugar de trabajo. No creo que a Mux le sea cercana la palabra “santuario”, salvo por William Faulkner. Comienza a abrirse y cerrarse el portón de calle, Carolina, Mechi, ahora Laura y Justine, Hermeto, Graciela. 
          Con Graciela iniciamos la propuesta de esta tarde. Durante un mes, además de otros trabajos del taller de lectura y escritura creativa que coordino, leímos poemas de Mux. Y Graciela relata su mirada escrita. “Muy lindo. Me quedé callado”, dice Mux. “Me emocionó”. Y así lo vemos, emocionado. “Disculpen, por suerte no tengo que agregar nada. Está todo dicho”. Pero parece que no. “¿Por ahí decís `imágenes instantáneas`? Como fotos. “Sí, siempre tuve esa idea, desde que era muy chico hasta ahora”.
          Néstor Mux nació en la ciudad de La Plata el 22 de octubre de 1945. Sara Raquel García Mardones, su madre. Eduardo Conrado Mux, su padre. De barrio Parque Saavedra.
          Precisar el foco de la máquina. Sacarla. “Sí, siempre tuve esa idea. Recién, cuando está resuelto el poema lo escribo”. La síntesis. “Claro, ahí está más o menos la síntesis. Poner en foco, que sea lo más preciso posible, tachando todo lo que está de más, que siempre es mucho. Y ahí te queda el poema. Eso es lo que intenté hacer”. Esa imagen, esos sonidos.

Las viejas maderas del techo
que no terminan de acomodarse, unas a las otras.
El insecto golpeando incansable contra la lámpara.
El motor de la heladera
que no interrumpe su transmisión.
Las ruedas del cartonero, en la calle,
y el perro que ladra al cartonero.
La fatiga de nuestra respiración
y la canilla que pierde, ajena a toda fatiga.
Pasos que parecieran llegar. La sombra de otros pasos
cuyo destino ya no somos nosotros.
¿Hay un límite acaso que separe
los sonidos que sólo prosperan
en nuestra propia tensión,
de aquellos otros que vienen fundidos
al espesor de la noche?

          Aún no entramos a ese espesor. “Está buena toda esta publicación que hizo Pallaoro porque yo me puedo ver”. En enero de 2009 Libros de la talita dorada editó Disculpas del irascible, con introducción de Mario Arteca. El período abarcado de esta antología va de 1978 (con el libro Como quiera que sea) hasta diciembre de 2008, con dos poemas incluidos en el blog Aromito. Dentro de los límites de esta antología se incluyen poemas de Perros atados (1982), Poemas (1985), Cosas que nos rodean (1986), Papeles a consideración (2004) y poemas publicados en diferentes números de la revista en papel El espiniyo, que dirigí entre 2005 y 2007. No incluye textos de sus primeros libros: La patria y el invierno (1965), Nosotros en la tierra (1968) y Cartas íntimas para todos (1974). Parte de todo este último material se puede leer en los blogs poéticos literarios Poesía La Plata y Aromito.
          “Es todo un recorrido de vida. No hay más remedio, uno anduvo en eso siempre. Y ahora lo veo con otra perspectiva, por eso me emocionó”. Pasaron muchos años. “Una pila de años. En realidad no hice otra cosa. Uno trató, sin saberlo, de publicar para que algún día ocurra lo que pasa ahora. Un día escuchar esto de todos ustedes. Hoy se dio”. ¿Nunca le pasó lo de ahora?, pregunta Carolina. “A veces llegan a destiempo las señales. El texto que pasa desapercibido”. “Sin quererlo muchos años escribí para encontrarme con esta síntesis generosa. Tampoco imaginaba…”, agradece Mux el aporte, a lo largo del encuentro, agradece Mux, las diferentes miradas de Laura, Hermeto, Mechi, Justine. “Hay un hilo conductor”, dice Mux. “De todos los libros este es el que más me gusta”. ¿Por qué dejaste tanto tiempo de escribir, entre 1986 y el 2004? “Los desánimos. No hubo poema. También está bien, dejar de escribir”. Sartre en Qué es la literatura dice que el deber de todo escritor (poeta, agregamos) consiste, no solamente en escribir sino también en saber callarse cuando es necesario. Mux ríe. Risa y emoción es lo que nos deparará este espacio nuestro de hoy, para el después, con abundante picada, botellas que se fueron vaciando, cigarrillos no encendidos y las hermosas canciones de Justine. La poesía nunca va sola, va metida entre los seres humanos, entre nosotros. Es un reflejo de cómo se siente el mundo, cómo lo padecemos.
          “Fue un tiempo que me desanimé, realmente, nada más, y eso es todo, eso fue todo.” Paralelamente la poesía también se hace con silencio “Lo que no está dicho en un poema. O está implícito”. Entrevisto. “Sí, claro”. “Es como la música. Sin silencio no se escucharía nada, diría que uno trató, tal vez, de no hacer grandes textos, sino que esos textos no desafinaran”.

Como se sabe,
cada uno es lo que hace
y las dificultades de la época
(mezcladas con nuestras propias carencias)
ponen en cuestión la identidad de nosotros.

Después de años, equivocaciones
y vacíos sobrevividos en silencio
vuelvo a reconocer por azar en la poesía
–aunque imprecisa– una música de mi pertenencia.

Ella me hace respirar otra vez
la convicción inocente que la intemperie
no nos alcanza del todo
si regresamos a bailar con nuestro propio ritmo.

          ¿Y cómo entraste en “carrera”?, digo, tus comienzos. “Éramos muy pibes. Nuestros padres nos conseguían el primer trabajo. Comencé en el Hipódromo, como vos bien sugeriste. Ahí lo conozco a (Rafael Felipe) Oteriño. Me preguntó qué iba a hacer con mi vida. Creo que voy a hacer periodismo. ¿Y te gusta eso?, dice. No, digo. Aunque después estudié y trabajé como periodista antes de jubilarme”. Un día le dice Oteriño. “Dice Oteriño: No le digas a nadie. Yo escribo versos. Yo voy a hacer versos y vos vas a hacer periodismo”. “¡No, yo también escribo versos y sólo quiero hacer eso!”. Al otro domingo se encuentran, están armados de carpetas. Comienzan a leer sus poemas. “Versos muy malos. Intercambiábamos opiniones. Esto está de más, esto está mal dicho. O le decía: esto es retórico, humanizalo más.” Comienzan a convocar a jóvenes poetas. Con Horacio Ponce de León (h), Enrique Dillon y otros, arman el grupo La Voz en el Tiempo, editan una serie de cuadernillos y mosaicos de poesía.
          “Nos juntamos, o mejor, nos amontonamos. No éramos un grupo, no tenía nada que ver los versos de unos y otros”. Pero se juntaron. Armaron los cuadernillos y le pusieron un broche. “Así arrancamos”, dice Mux. “En esa época, había entre los cines y los chistes, al costado,  había una sección que se llamaba Prosa y Verso. Sacaban un texto poético y abajo narrativa o pensamientos. Y eso era todos los días”. Y eso era en el diario El Día de La Plata. “Publicábamos asiduamente, porque a dos periodistas encargados de la sección les gustaban nuestros versos, y eso se hablaba, se comentaba en esa época. No sé lo que pasa ahora pero en esa época se hablaba”. Y además “hacíamos unos afiches también, que pegábamos en la calle. Engrudo en un tacho”. Esto fue por 1962, 1963, hasta 1968. “Por esos años, sí”. Donde además de La Voz en el Tiempo, y el Grupo Escalas, realizaban movidas semejantes el Grupo de Los Elefantes, el Movimiento Poético Platense. La tradición poética platense, caminando, siempre caminando. “Y llenos de expectativas. Nos alentábamos entre nosotros”. En 1965 aparece el breve libro Antología generacional con prólogo de Horacio Núñez West y trece jóvenes poetas nacidos entre 1934 y 1947, Osvaldo Elliff, Liliana Báez. “Después había señales de que uno estaba funcionando”. ¿Un ejemplo? “Vino mi padre del trabajo y me cuenta que va un cliente al trabajo y le pregunta qué relación tenía con el poeta, si eran parientes, y vino contento, y me lo cuenta”. “Algo estábamos haciendo. Entonces le metíamos”. A la poesía mural. “Por esos papeles pegados, se acerca una vez una piba. Y me dice: Yo necesitaría que usted me firme este poema. Había sacado el afiche de la calle, tenía un poco de engrudo. Y lo firmé. Vivimos juntos hasta que ella murió, treinta y tres años vivimos juntos”.

Con ella naufragamos muchas veces
y combatimos otras tantas
por reconquistar la paz que merecemos.

Con ella nunca dejamos de intentar el cielo
a pesar de saberlo apoyado sobre esta tierra
cada vez más difícil.

Con ella soy, somos y son nuestros hijos,
sin más armas que las que nos da
este profundo e inexorable deseo de vivir.

Con ella, lejos de la melancolía del mundo,
nos perpetuamos en el amor
por esa luz tenue, humilde, pero empecinada
que nos alumbra por dentro y que no quiere apagarse.

          Con Silvia Aducci tuvo tres hijos: Griselda, la menor, Julieta y Juan Pedro.

Debajo del sol
el niño juega con su paraguas ardiente
hasta que algo nos hace creer que llueve
porque el corazón profundo de la casa
se moja de alegría.

          “Parecería que en esa época estábamos encajados en algo. Cosa que no me pasa ahora. Hablo de lo mío personal. Ahora no coincido en nada. Recuerdo el poema de…”. Guillermo Boido. “Sí. Poema de dos líneas”. Sociedad de consumo se llama: La poesía no se vende / porque la poesía no se vende. “La poesía no se vende / porque la poesía no se vende. Es maravilloso. Hay que padecerlo al que escribe poemas. Hay que aguantar. En aquella época había algo que tenía que ver más con nosotros, en lo que estábamos inserto”.
          En taller leímos y disfrutamos tus textos. “Claro, pero lo que decía al comienzo, para mí es una maravilla poder estar disfrutando este diálogo porque secretamente dije para que un día ocurriera esto, un encuentro, que gustan los versos. Pero, como te digo, no te enterás siempre de lo que ocurre”.
          Volvemos a 1965, sale el primer libro de Mux, La patria y el invierno, a instancias de Javier Villafañe. “Javier Villafañe era grande, más que mi padre, para tener una referencia. Yo había hecho un libro completo, tan flojito como los poemas que publicamos para darnos ánimo. No tenía rigor. Lugares comunes, la nieve blanca. Yo ya estaba en periodismo, y Villafañe vino a dar una conferencia o no recuerdo porqué estaba ahí. Era un titiritero famoso y poeta, y le doy el libro, con los ganchos, para que se pueda leer como objeto. Bastante pretencioso. Y le digo si se anima a leerlo. Y `Cómo no`, dice”. “Nos juntábamos, comíamos cornalitos, tomábamos vino en un bar de calle 8 y 56. Un bar, una fonda. Nos reuníamos ahí, en ese lugar, y claro, iba Javier Villafañe, se sentaba, se ponía una servilleta en la mano y le hablaba al que traía los cornalitos. Y nos matábamos de risa, pero ni una letra de mi libro. Y yo no le voy a preguntar, no me voy a meter, es una impertinencia, así que no le decía nada. Pasan los días, caía él, y nada. Una tarde casi noche llaman de La Rosa Blindada que era en ese momento la editorial de poesía más importante”. Los libros se vendían en los kioscos de diarios y revistas, con buena difusión y una tirada importantísima si la comparamos con la tirada de los libros de poesía de hoy día. “Queremos saber cuando puede venir a firmar el contrato. Debe haber un error, digo. Yo no mandé nada. Sí, nuestro asesor literario Javier Villafañe sugirió la publicación de su libro”. Y se publicó. “Agradecidísimo a Villafañe. En el libro hay cosas ilegibles. Vos me diste el libro un día, y lo leí en casa. Era para no publicarlo”. Te dio el impulso para seguir escribiendo. “Sí, que yo iba a dedicarme a eso solo”. En 1968 aparece Nosotros en la tierra. “Hay cosas que se sostienen como para leerse, no como el primero”. En 1974, tu tercer libro, Cartas íntimas para todos, de prosa poética. “Coincidía todo el reverdecer del país. Es un libro que, más allá de los valores que puede tener, encajaba en la época”. Y se leyó mucho.
          Hablaste de tus compañeros poetas de generación, también de Osvaldo Ballina que conociste a través de Oteriño, todavía no de tus mayores. “Me hice amigo de Speroni, de Núñez West, que me sirvieron mucho. Los tuve de maestros a los dos. Acá está el poema breve Juanpedro”. Conté la historia. Contála vos para ver si macaneé. “Mi viejo me presentó a Horacio Núñez West. Un día viene a visitarme, vienen a cenar varios poetas, a comer un asado, y yo estaba luchando con un texto en la Olivetti, una Lettera 22, chatita, muy simpática. Había montones de estrofas, y estaba Núñez West detrás mío, y le digo, esperá que resuelvo esto y voy con el asado, así no se me escapa. Y Núñez West miraba desde arriba y dice y marca, y todo esto para qué, el poema está acá. En estas primeras cuatro líneas”. “Fijate qué maestro. Lo que yo quería decir estaba arriba, para qué voy a explicar en una página entera. El poema eran esas cuatro líneas. Y así quedó”. El resto habrá avivado el fuego que estabas preparando. Reímos.

Un aire inexplicable
nos hace andar por el aire puro

nuestros ojos de siempre
por primera vez
ven hasta el otro lado del mundo

la quietud de corazón
es una estación que nos faltaba
y deja en la boca el gusto
ecuánime de todas las estaciones

llueve y es como si lloviera
para nosotros

el pájaro en el hilo telefónico,
la vecina que barre, el ciclista,
los árboles de la mañana
cantan para nosotros:

la alegría.

          Con Como quiera que sea de 1978 se inicia Disculpas del irascible, el libro. Una poesía que va a lo esencial desde lo cotidiano. “Es una excusa para hablar de los hombres. Lo hace más aprensible hablar de la cama o de una lámpara o de un cuchillo que de una abstracción. De alguna manera me acerca a mí al texto y al posible lector a ese poema”.

Envainado, se deja estar
sobre el estante
y con libros, cigarrillos o llaves
comparte inmovilidad y silencio.

Por el esmero de la empuñadura
y el filo cuidadoso
podría pensarse que aguarda la mano
que lo acerque, finalmente,
al cuello del indigno
y corte por lo sano.

Pero sólo es convocado, cada tanto,
a rebanar el ajo y las cebollas
o desgrasar la carne para los comensales.

          Al hablar de los hombres se trasciende las generaciones y los contextos. “Los temas en cuanto a la obra poética, sí. Yo me refería que la realidad o la vida cotidiana ya no tienen nada que ver, por lo menos conmigo. Cuando yo antes creía que lo que hacía tenía que ver con lo que hacían los otros. Siempre estuve convencido que este era un oficio al igual que cualquier otro, el que pinta paredes o te arregla la bicicleta. Creía otra cosa, y ahora no tiene nada que ver lo que uno hace…”. Nadie te pide que escribas.

Nunca llegará hasta la casa
en la que no es esperado.

No habla si no le piden opinión
porque entiende que la palabra
no modifica la historia
y en algunos casos puede ser
invasión al otro,
como de intruso que atropella la puerta.

Tampoco, nadie le pide que escriba.
No obstante, cuando nadie lo ve,
cuando todos están lejos
– con su confusión y sus convicciones,
con su sombra y sus jardines –
él coloca en la máquina el papel en blanco
como una forma de desobediencia,
de alivio o de revancha.

          Mundo de nadie. Mundo de todos. “Trato que sea de todos. Dialogando con el prójimo”. Acerca de la antología. “Quise que los poemas de antes y los de ahora sean un vaso comunicante con los demás. Nunca me gustaron las abstracciones, me gusta cuando está apoyado en algo”.

En la pared de un alojamiento de Mallorca
Aurore Dupin, baronesa de Dudevant,
llamada George Sand, en 1842 anotó condescendiente:
pobre Chopin.

Ahora, solo en la casa, escucho el compact
que me regaló mi hija mayor la última navidad:
un piano prodigioso recrea sonatas de sencillez esmerada.

Algo dice que esta confortabilidad provisoria
desprende cierta atmósfera anacrónica
cuya melancolía no encaja en nuestros días.

Pero la realidad, más allá de la ventana,
suena hosca, estridente, fuera de escala humana.
Y por un rato – sólo por un rato –
aquí se está bien con uno
y con el pobre Chopin, un siglo y medio después.

          Tocar la tierra. “Antes creía que sí, que tocaba todo, ahora dudo un poco. Hoy es algo distinto. Por lo que estamos charlando ahora. Este encuentro no se produce casi nunca, en mi vida personal, como no hago vida literaria, no me ocurre. El problema es de uno. Este diálogo, en este taller, es muy satisfactorio, no se da todos los días, diría que casi nunca o nunca. Para mí, estar acá, era una cita de honor viniendo de Pallaoro. Yo retomé la escritura gracias a él. Me insufló un aliento del que carecía. Volví a escribir. Salieron dos libros en esta editorial”.

En intimidad el irascible
entrega y recibe amor.
Afuera, en la realidad,
el irascible, como un derrotado,
grita contra el mundo.
Es posible que sangre por la herida.
Es posible que el amor
salve al irascible.

          ¿Estás escribiendo algo? “Intentando. Estoy viendo. Todas las noches y las mañanas, cuando me duermo y me despierto, los sueños. Todavía no me largué al papel”. La fotografía. “No inventé yo que los sueños te revelan cosas. Sabato decía: de los sueños de un hombre se podrá decir cualquier cosa, menos que no sea la estricta verdad”.

El cielo está negro
como el sol de los muertos.
Pronto llegará la lluvia
y su sonido apagará otros sonidos
que hacen mal al alma
y nos dejaremos llevar por esa paz ajena,
por esa confianza del agua en las ventanas.

          “Al despertar o durante, porque me despierto a la noche a tomar el jugo y vuelvo a dormir, y no falla nunca eso, el sueño te enfrenta a las más feroces verdades. Son sueños, pero es cierto, no debe haber cosa más real para un hombre que los sueños”.

Al despertar, día tras día, abrimos
la ventana para comprobar que los dueños de la tierra
todavía no la han destruido del todo.

Acariciamos los animales
que protegen el descanso de los nuestros
mientras el agua hospitalaria
de la pava y el mate recibe condescendiente
a estos modestos poetas de provincia.

La razón apenas entreabierta, entonces,
el cuchillo de ardor en el estómago
y la cáscara fastidiosa de los sueños
no dejan de recordarnos que sin porvenir
la palabra – como la vida – es difícil.

Sin embargo con la cautela de los náufragos
nos acercamos a la máquina de escribir
y en el espacio sin límites
de la hoja en blanco, creemos escuchar
un silencio poblado de temblores,
una música que insiste
hundida en un territorio de promesas.
 
          “Me gustaría eso, hacer textos sobre los sueños. Pero todavía no he podido, no lo encuentro. Todos los amigos muertos vienen y hablamos. Algo así era. Cómo llegaron hasta acá si están muertos. Y me desperté con eso, y dije cómo enchufa este texto. Querían estar vivos los amigos.”

Desde lo más hondo
se van abriendo paso impunemente
hasta instalarse en el centro de nosotros.

Como dulces fieras o ángeles pavorosos
vuelven a recobrar los pedazos de sí,
dejándonos a cambio el oprobio
que les dimos o las maravillas efímeras
que a nuestra vanidad se le antojaron inmortales.

Sólo fantasmas recorriéndonos hasta el final,
para que no olvidemos nunca que nuestras vidas
están construidas también con la memoria,
el estupor y la carne borrosa de esas muertes.


          Mux sueña la casa de barrio Jardín. Sueña el jazmín. “Soné, por ejemplo, que este jardín de la pérgola que está acá, en el libro, esperé pacientemente que creciera, que diera las flores. Como digo en el verso, mucho esperé”.

La realidad habitualmente adversa
debiera invitarnos, al menos,
a hacernos de una larga paciencia.

No obstante, anhelantes
del amparo de su sombra
controlamos, después de la lluvia,
cuanto prosperó el jazmín en la pérgola.

Incluso, le hablamos, cuando nadie nos mira.

Pero los tiempos del jazmín
se toman su tiempo.
Nuestro presente es perpetuo
y aquel tiene todo el futuro a su disposición.

Hace bien. Cuando así lo disponga
traerá su sombra (y su energía, su perfume
y su gracia) para nosotros
o para cualquiera que sepa esperar
o no tenga paciencia
y hable solo como un idiota.

          “Y la otra noche cuando despierto soñé que algo le pasaba al jardín de la pérgola. Cazo el teléfono y llamo a mi casa, la casa que ahora es de mi hija menor, y diciendo así medio elípticamente y la pérgola cómo anda. La podé, de abajo, me dice. Y quedé anonadado. Y soñé con el jazmín y la nena que me dice que vino el de acá a la vuelta con la motosierra. Cuando la pusimos era una ramita que atamos con un hilo a la columna de la pérgola. Y lo soñé”. En todas estas horas no fumó un solo cigarrillo. “Es muy difícil escribir eso, juntar un asunto con otro. Y darle credibilidad. Estoy con eso”. Con el fuego interior.

Como si se tratase de una puerta
hacia la felicidad, aun continuamos
haciendo caso al fuego interior que nos precipita
y caídos o extranjeros o convertidos
en nuestra propia condena
nuevamente ofrecemos un corazón sin excusas.

          Ahora es momento de vinos, picada sobre la mesa; y charlar, charlar acerca del tío Coco y otros instantes del mundo, charlar hasta tarde, muy tarde.


(Continuará). City Bell, 10 de octubre de madrugada, 14 de octubre al atardecer.-


El encuentro con Néstor Mux se concretó el jueves 9 de octubre de 2014 en Mundo despierto, el taller de lectura y escritura creativa coordinado por José María Pallaoro en el Espacio-Encuentro La Poesía. Entre las 18hs. hasta cerca de la medianoche dialogaron con el poeta los integrantes del taller: Laura Ceniceros, Carolina Cortazzo, Graciela Abal, Hermeto González, Mercedes Do Eyo y Justine Bevilacqua. Parte de lo vivido en esas intensas horas presenta esta breve crónica.

Publicado en La Tecl@ Eñe.