RICARDO BIZZARRA A manos de la manada



6

Decís que esto es el infierno.
Me sorprende
tu falta de imaginación.



28

Odio a los filósofos
del lenguaje
que me arrancaron el ser.
A los que me dejaron
sin absolutos
y no me dieron nada a cambio.

A los hombres que se ocuparon
de los asuntos públicos
vendiendo primero nuestras almas
y nuestro futuro, para quedarse
con los mismos denarios de Judas.

A los uniformados
que solo canjeaban
dolor por nada,
muerte por nada,
desapariciones por nada.
Que humillaron
y lastimaron cuerpos indefensos.

Cuerpos tiernos y flacos
y débiles y bellos
y hermosos cuerpos.

Odié a todos.
Las señorías de toga
y alcahuetes funcionarios
que solo miran la paja
en el ojo ajeno,
venales y corruptos.

Y así viví,
con ese odio
hacia los profetas
con sotanas,
y a las monjas silenciosas,
y a casi todo
lo que sea humano,

porque me detesto
y sé lo ruines que podemos ser.

No te preocupes, mujer,
no me agito más:
así no será mi muerte,
eso te lo puedo asegurar.



30

Por las noches escucho
a los pordioseros
revisar en nuestra basura.
Los oigo y no hago nada.

¿Qué tesoro esperan encontrar?

Saben que fuimos los mejores
y su esperanza es que este
símil vida
sea una farsa:

no tienen fe en nuestra miseria.



31

Lentamente los pilares
de nuestras raíces
se fueron cayendo.
Somos estos cuerpos,
nada más.
Los perros ya lo adivinaron:
somos sus iguales,
por eso se cobijan
entre nuestras piernas sarnosas.



40

Seguro que muchas veces
en tus sueños
habías visto mi mano
con el cuchillo,
te acariciaba
y lo hundía
en tu carne,
una y otra vez.

No era algo nuevo para vos,
por eso sonreías.
Nunca vi tanto amor
en un rostro.

Yo lloraba y tu mirada
me consolaba
mientras te apuñalaba.
Te amé tanto
que ya nada me queda de vos.

Lloré y me emborraché
con una botella de caña.
Y cuando desperté
creí que había soñado todo:
el esplendor, la ruina,
nuestra miseria.

Tu muerte, sobre todo
tu muerte,
me parecía un sueño.

Pero estabas ya fría,
con una flor roja en el cuerpo,
sobre los harapos
que no supe cambiar por vestidos.

Toda mi vida se quedó
en deseos que nunca se realizaron.

Por eso ahora, que no estás,
como Catón,
uso el mismo cuchillo
y saco mis vísceras con la mano.

Los perros ya olieron la sangre
y vienen, callados.
A ellos se les cumplió el sueño
que nosotros no vivimos.

Viste este final
pero igual te quedaste.

Me voy con vos,
mientras el dolor
de los mordiscos
de los perros
me hace aullar
como uno de ellos.

Qué mejor que morir
a manos de la manada.




 

Selección de textos: Jmp
En Decadencia, Ediciones En Danza, 2017.

Ricardo Bizzarra (La Plata, 1960). Foto: Jmp