Ausentarse de la
propia ausencia
hasta no saber
dónde empieza el borde del mundo
dónde se guardan
las pócimas o el alcanfor
dónde queda eso que
todos llaman ‘a’ o ‘b’
ausentarme evadirme por un rato y destrabar
los nudos donde el
alma se acorrala
esos horcos que
quedan atrapados
por debajo de la
tráquea
ausentarme de él
aunque ya estemos ambos
eternamente
ausentes de las noches que antes nos fustigaban
con sus lenguas
fragantes
y sus manos
llenas de albor rosado
ausentarse de la
propia ausencia hasta estallar
y desconocer a
todos los habitantes de esta parcela del universo
que llamamos ‘a’ o
‘b’
escrúpulo o
síntesis de todo el resto
“Sucede que me
canso de ser hombre.”
Pablo Neruda
Sucede que me canso
de ser mujer
de anudar mis
raíces en la tierra blanca
de arramblar con
pecados ancestrales
—manzanas que yo no
mordí
serpientes que
entre mis piernas no bisbisearon
Sucede que la
hembra se cansa de ser sólo hembra
cáliz o grial
propicio
cuna o tumba
baguala o gacela
tigre o pantera
siempre en el
dilema de esto o aquello
Sucede que me canso
de aguardar mi nombre
—no el que me
pusieron o el que tengo
sino el verdadero
el que me puede dar
el otro:
par y complemento.
Anclada al mundo
el mundo se le hace
indiferente
la noche es otra
página en blanco
el día una
incógnita reconocida
el sol ese planeta
que remonta sus cabellos
y la tierra es un
almohadón con el que se pelea
Anclada al mundo
por el mundo
la mujer de carne y
arena se desviste de siglos
se deshace en las
manos tersas del viento
se corrompe
dulcemente
como una fruta
demasiado madura
y se dice que todo
pasará —incluso lo bueno
Esta travesía se
acaba: sin vértigo y sin pausa
queda en los
manantiales, parca en la sonrisa
—campo a traviesa
de tus hombros—
la música y la
salva de otras vigilias
y las rosas que en
su idioma refractan ahora —quietas—
el poema que me
urge con su don
a la escritura en
otras travesías
La caricia del
tiempo operó su milagro
—taumaturgia
liberada de todo pudor—
condonó la
fertilidad de mi cuerpo
por un tiesto que
portara flores y raíces
con orgulloso
resplandor
ahora el tiempo me
pide su parte del botín
y la luna amenaza
con descolgarse del cielo
y venir a cortar
con el filo de sus cuernos
el cordón umbilical
del que todavía pende
—tan sola— la savia
y todo su verde fulgor
Abruptamente la
palabra dejó de ejercer su dominio
antes alcanzaba con
decir
esto es aquello
tú eres aquel
yo soy esta
o ego sum qui sum
no somos nada ni
nadie
venga a nos
bájate ya del cielo
la palabra renunció
a decir otro padrenuestro
otra plegaria más
otro rezo que no
fuera
el que nace del
entripado
y la piel adentro
Pero más peligroso
es vivir sin el estremecimiento
del vértigo
sin saber qué labio
se abrirá como una flor ahora
sin ver qué ojos
nos herirán con sus rayos
el fondo satinado
de la retina
más peligroso es
vivir en el estancamiento de lo diario
en la rutina del
aseo
en la pátina de
indolencia del acaso
más peligroso es
vivir pendiente de
la nada
atisbar detrás de
las puertas
la vida que pasa
con su atávico caos del otro lado
y más peligroso es
perderse la emoción
—la ocasión—
la dicha cruel del
abrazo
Ni una luz en la
entraña del deseo
ni una hoja en los
árboles que antes
soltaban sus
pájaros y susurraban su nombre
ni un dios al que
rezarle bendito
ni una luna que se
queje de su soledad
en el cielo
infinito de la noche
ni un gato que
grite lo que yo ansío
con sus uñas sus
dientes su cola erecta
ni una sola luz en
la entraña de lo complejo
de lo que una vez
fue una mujer
y ahora es una niña
o una muñeca de nuevo
Se ha escrito una
palabra que arde
que esparce su
calor más allá
una palabra para
que se me recuerde
un vocablo que deje
huella
que atestigüe
lo que en mi
corazón ardía
antes de que todas
las demás palabras
fueran borradas
de la piel y sus
palimpsestos
En: “Peaches en regalía”, Hespérides, 2008.
Analía Pinto (Argentina, 1974).
Foto: AP en FB.
2 comentarios:
Muy buenos poemas. Indagan los cuestionamientos humanos y a las palabras, no sólo a través de ellas.
Después de leerla, es muy difícil no amarla.
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