Horacio Castillo (h), Tendido a mis pies, un cuerpo ennegrecido espera


DÍPTICO

Al retirarnos, con las cabezas aún estremecidas,
dos pájaros salieron a nuestro encuentro,
cayeron de los techos de las bóvedas negras
y mientras sobrevolaban los espacios pacificados, crujieron.
Crujieron juntos y nosotros con ellos,
y no entendimos, no podíamos entender ese coro de sombras
porque no era un sonido de pájaro, ni de anunciación,
era un graznido que se escucha por primera vez, por única vez,
graznido como de virgen o padre muerto.



NIÑO SONRIENDO EN UNA FOTOGRAFÍA

Cada tanto volvemos sobre el viejo álbum,
confirmamos nuestros recuerdos, asentimos con las imágenes
la continuidad entre este tiempo y el otro.
La fotografía coagula en su enigmático magma de colores
un instante del que ahora, extrañamente, somos espectadores.
Aún así nos llama la atención la unidad del conjunto,
porque de esa playa, de esa arena, de ese niño corriendo,
nada recordamos, entonces llega y nos atormenta una pregunta,
porque verdaderamente, hoy, no sabríamos reproducir esa sonrisa, ese gesto,
como si nos faltara el músculo correspondiente a la felicidad
o los argumentos para rebatir el error.



LA MIRADA DE LOS PERROS

Hoy es un día apagado, las cosas carecen de su brillo habitual,
reconozco entre las sombras las señales de la devastación
y me pregunto inútilmente sobre esta subterránea oscuridad.
Tendido a mis pies, un cuerpo ennegrecido espera,
una materia simple, organizada sin turbulencias,
dirigiéndome esa mirada que siempre tienen los perros en los ojos.




Horacio Castillo (h) (La Plata, 8 de julio de 1968).

Textos y foto tomados de FB. 

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