ADEVO DI CIANNI Mirar el fuego





PIENSO LUEGO PIENSO

UNO

Uno yace como puede
en los suburbios de sí mismo.
Y  escribe como si eso fuese todo
lo que hace falta saber
para seguir de pie
sobre los negros barriales
de uno, la balsa de caña
que nos condena diariamente
a flotar, sin timón ni viento,
sobre el  ácido río de la fiebre.

Pero el verso es siempre el mismo
asunto del alma condenada
a los forzados trabajos de la carne,
clamando siempre un poco de luz,
de prieta luz como de paloma
que se resiste a ser tragada por el horizonte.


LA PESADILLA DE TODA FLECHA

Te morirás sin conocer al arquero
que te sacó de su aljaba,
el que disparó por su cuenta y antojo
para gloria y memoria de una puerta más
del templo de Papel Pintado.

Y menos conocerás el blanco
al que te diriges ciegamente.
Sólo ese temor, insuperable,
que al salir de la aljaba
ha comenzado y no cesa:
que tal vez no exista ningún blanco
y que no llegues a nada
cuando se te acabe el impulso.

Porque tarde o no tan tarde
has de saber que el tiro al aire
es pesadilla de toda flecha.

¿En qué pensar, mientras tanto?
¿En confiar con terquedad de asno
en ese arquero presuntuoso e impío,
flecha que jamás decidió ser disparo,
y menos aún lo de elegir ese blanco
que puede no estar esperándote?

Mientras tanto,
y para no caer en la única demencia
que espera a toda flecha,
una anhelo infernal te obsesiona:
¿cómo hacer para que el blanco
no sea el único sentido del disparo?


EL CENTRO DE LA ESFERA

Llegar a Itaca,
a ese puerto para el cual
fue construida esta nave,
ver la límpida bandera
flamear gallardamente
tras haber recorrido todo el mástil.

Pero qué Odisea
llegar enviscerado
al centro de la esfera.
Lo más probable
es que te demore fácilmente
cualquier Circe,
que se te pudran
las negras maderas del navío
en un viscoso oleaje de bahías,
conforme la bandera
con flamear a media asta,
a merced de un velludo viento selvático
que no ocultará en la arena
su marca de pezuña.

Llegar a Itaca
sobre tantas marejadas de carne.

Tu  ciego rapsoda
deberá taparse con hierro las orejas,
castrarte con dientes de sirena
y azuzarte el trasero
con la estaca que cegó a Polifemo.

Sólo en Itaca
serás el Odiseo que maquinó aquella argucia
del devastador caballo,
un destructor de cíclopes,
alguien que pone su casa en orden.


Y NO ALCANZA

Al principio no eres más
que un etéreo y opaco
gránulo de transparente nieve,
tembloroso y oscilante
al comienzo de la pendiente.
Y en  seguida el empujón
y a vivir a lo que salga
o como sea,
inevitablemente,
rodando
en armoniosa bajada,
porque finalmente
no habrá de ser otra cosa
lo que haces: rodar
y engrosarte de ti mismo,
ganar velocidad,
tamaño y sonido,
llegar más rápido,
ensordecerte
con el heroico estampido
que producirá ese colosal
alud de ti mismo
y que constituye tu vida
en caída,
en festejada caída,
o si prefieres tu descenso,
tu épico descenso.

Qué telúrica catástrofe
será entonces tu final
cuando,
majestuoso e inmóvil
como una ballena varada,
se acerquen a mirarte
atónitos habitantes
de tu magnífico e inconsolable
deceso.

Más de uno podrá decir
que no has nacido en vano.
Más de otro también dirá
que nacer no basta
y que a rodar hay que aprender,
y aún así no alcanza.

Lo dirán, sí.
La gente es mala y comenta.


TOMAR PARTIDO

Desde tu contrario
parece llamarte tu verdadera identidad.

Sientes que vientos rivales te habitan la mente.
Resbaladiza palestra de ángeles y diablos
parece ser tu cabeza.
El día y la noche,
las dos caras de ti mismo,
esa moneda de opuestas cantidades
con la que habrás de pagar
lo que pida tu destino
será mientras vivas
el único valor que encontrará
tu mano.

En un único viento se mece la paloma.
Y hasta el río, que nunca es el mismo,
mantiene siempre la simple identidad del agua.

Ah, ser enteramente un homicida
sin que la piedad ni la clemencia
se entrometan con tu garra,
ser de punta a punta un santo
impermeable a la crueldad y otras negruras.

Mas siempre,
y seas el que seas,
habrá en ti un turbio y falaz contubernio
de gavilán y paloma.


LA BATALLA ES ETERNA

Hasta en la flor hay batallas.
Todo es benigno a la distancia,
callado como el sol
y casi siempre inocente
como los ojos de un cordero.

Algo que pisamos
de tan simple que es.
En la penumbra de un trébol
un puñado de rojizas hormigas
acaban de apresar a una incauta langosta.
Por suerte habremos de observar
solamente lo grosero:
sus minúsculas naturalezas en pugna
te librarán de escuchar y ver
como es que en verdad
se librará esa masacre.

En un charco de agua
del tamaño de la pisada de un caballo
puede haber más depredación y violencia
que en la guerra de Troya.

Hasta en la flor hay batallas.

Todo tiene diente.
Y cada movimiento es mordisco.
Hasta el beso es mordisco,
porque siempre algo nos arranca
su aparente dulzura.

La vida no es otra cosa
que un interminable
y minucioso mordisco
de franca supervivencia,
de irresistible poderío.
Se es en cada dentellada,
se existe en tanto se mastica,
y eso es así
desde la rosa a los rinocerontes,
desde un sapo con cola hasta Sócrates.


Y QUE NUNCA INTERESE

Comenzar de nuevo,
volver a ese rudo amanecer
de decisiva piedra
como un esquimal desengañado
vuelve a su témpano natal
después de haber pisado vanamente
una tierra gangrenada de asfalto,
a punto de partirse en dos
por un vital síncope de lava.

Comenzar otra vez
en una europa selvática,
con los días repletos
de lisuras y relieves vírgenes,
y las estrellas tan cerca
que olerían a belfos de reno,
y salir a ser
íntegramente,
ferozmente
hecho de sangre hasta los pelos,
en cada segundo de crucial
supervivencia,
y terminar o no
más vivo que el sol,
que el mar,
que el trueno,
con ojos sin razones
que no fueran viscerales,
bajo una luz ruda y descalza
que va a lamer tu diestra,
y tus núbiles mejillas de trueno,
mientras sigues el olor del reno
que ya has sentenciado
en las paredes de tu cueva,
a la luz de tu hoguera
y de tu hembra,
en una noche honda y  gruesa
como esa carne cruda
que habrás de destrozar
con el rayo de tu piedra,
bajo la noche con un cielo
embrutecido de estrellas
babeantes como bisontes
y que a nadie interesa.


LA FIESTA PIDE PEZUÑAS

¿No es la carne la única invitada
a esta inmensa mesa a la intemperie?
¿No se le pide al comensal
una buena dentadura,
interminable vientre,
ojos ávidos, caprinos,
un corazón amurallado
con la piel de un león
y el sexo despabilado
y convenientemente ciego?

¿Qué hace el alma
en esas gruesas regiones
de la víscera y el diente?
¿No es acaso la intrusa
que deberá justificar su miopía
como un monaguillo
que con palomas y lirios
ha entrado a un aquelarre?

¿No es Romeo sin antifaz
ante una Julieta sin ojos?


ALGO DE QUE AGARRARSE

Una palabra,
un pensamiento
firme como un peñasco,
duro como el acero
para hacerle frente al infortunio
o a la mismísima fortuna
de este paraíso minado
donde eres uno más,
apenas uno,
ante el dragón que gruñe
en el fondo de toda rosa.

Algo como un clavo
o rama o mango
de qué agarrarte,
no este escudo de espuma,
esta espada de niebla
para protegerte de ti mismo
y de los otros.

Si tuvieras una limpia
y constante razón
para hacer ir a la tristeza
como una hiena apaleada
y quedarte de pie,
afrontándola,
como una paloma afronta
la tormenta,
como la afronta un árbol,
como una flor la afronta.
Algo para esperar
que pase ese mal trago
o que no pase,
pero estar ahí,
de pie y de cara,
sin el pecho del héroe
ni la frente del sabio
o del mártir,
no,
solamente así,
de pie
y con la cara que te tengas
ante lo que sea:
como una paloma,
como un árbol,
como una flor
ante el mal tiempo.


APENAS UN ADELANTADO

¿Llegará ese día,
esa hora, ese minuto
en que por fin podré decir:
estoy morando en mí
hasta con belleza,
soy el dulce jardinero
que con docta mansedumbre
recorre ese vergel que recomiendan
aturdidas abejas
y todas las palomas?

A eso apunto,
ese es todo mi fin,
mientras me voy haciendo
a mano,
a puñetazos y mordiscos,
y a los tiros,
en tanto me abro camino
a machetazo limpio,
perturbando pantanos,
aves de rapiña,
oscuridades.

He visto en mí
un templo maya
en pleno frenesí litúrgico
con sus sacerdote aviesos y verdes,
he visto las burbujas
de una olla caníbal,
narices anilladas hurgando mi axila,
soñolientos caimanes rojos,
un millón de hormigas de lava
pulverizando a una anaconda.

Por el momento es bien poco
lo que alcanzó a ser:
un colono de mi sangre,
apenas un adelantado
con su nao en manos aborígenes,
y solo,
siempre muy solo
para poder hacer de mí
algo claro y limpio,
un alto seco y seguro
y finalmente habitable.


ESPEJOS Y ABISMOS

Es como mirar el fuego
mirar el mar.

El primer hombre
debió darse a la piedra
para endurecerse y seguir.
Pero bastó esa obediencia
a la llama de una noche
gruesa como mastodontes
y más fría y perversa
que las entrañas de la luna,
para que el hombre
soltara el silex en la segura
vigilia que custodiaba un fuego
afilado hasta el alba
y se asomase a sí mismo
como a un grieta fulgente,
epitelial, relampagueante,
peligrosa y fascinante
de tan progresivamente abismal,
con tanta sirena en celo,
llamándote.

Y el mar es otro fuego,
otra grieta de luz
y otro avieso abismo
al acecho,
expectante,
llama azul encabritada
de crepitante espuma,
como saliva de escualo,
y que te llama
y te exige
y te empuja
hacia ese otro mar
insondable y absurdo
que te contiene
y que contienes
en tu imposible cifra
de ameba.

Como el fuego,
el mar te obliga a ti mismo,
al arbitrio
de un molusco ciego,
a merced de un brutal
destino de ángel ciego.


HUESPED

Hoy descubrí finalmente
ese caballo de madera
que será mi huésped
hasta la noche en que la luna
me busque en vano tierra arriba.

Observé las siete murallas
que creí inexpugnables,
al deiforme Héctor
dulcemente en casa,
tan lejos del atroz Pelida,
observé a Elena,
todavía fiel y en Esparta,
y a los remotos griegos,
tan pastoriles y fatuos,
tañendo esas liras
que envanece la celeste
pringosidad de las musas.
Y a un Homero muchacho
afilando la vista en una daga.

Pero el artero caballo
estaba lo mismo,
el vientre hinchado
de ávidas espadas
y la traición a un paso.
Pienso que esa negra bestia
existió siempre.
También las creídas murallas de Hylión,
el rapto de la adúltera,
la cólera y el talón de Aquiles,
yo.


LA CUMPARSITA

El gorrión gris terroso
bajó a la rama del limonero
con ganas de advertirme algo.
¿Qué? ¿Advertirme qué?

Ni siquiera a visitarme.

Lo conseguido no es motivo
Para desvincular tanto pájaro.
Los pájaros del alma.
Los gorriones de Auschwits,
De Hiroshima,
De Iraq.

Dios en el cielo
Como un pez en el agua.
Quién lo baja de allí.
¿Por qué es un tango la vida?
¿Un tango cursi?
Ni siquiera eso.

Los gorriones del sol.
Los gorriones son del sol.
Y de las costillas del aire.

¿Y los amigos…?
Ni siquiera eso.

Como un pez en el agua,
el progenitor de las amebas
y de los agujeros negros
juega al balero con un planeta vacío.
Mi cabeza…

¿Y el sol qué?
El sol poniéndose
como una gallina bermeja
sobre un matorral de espinas negras.

¿La Cumparsita, Job?
 Faulkner: para morir
primero hay que sufrir un poco.

¿Dónde los amigos?

Por suerte no eres un niño
que vive en la isla de Borneo:
allí la pitón reticulada
se traga un perro como si nada.

¿El sol?
El sol nada.

¿Sigues con eso? La anaconda verde del Amazonas
también es capaz de… estar bien lejos.

Ni siquiera.
Pero está bien por hoy.
El sol no es más que eso:
Un grano de luz en la penumbra  de un cuervo.

Y está muy bien alguno que otro amigo ausente.


RETOZA LA CEBRA

Entramos en un sanatorio
como en un templo délfico.
Tras un aséptico altar de acero
sobre el cual se manipula
la liturgia de un vademécum,
de sellos profesionales,
de recetarios enérgicos,
el sacerdote de blanco
nos reclama con dedos de pitonisa
las profundas fotografías viscerales,
la contabilidad de mi sangre,
la verdad lisa y llana
de nuestros elementos residuales.

¿Vida o muerte?
¿El sol para nuestros ojos
o para la flor que abonaremos
desde abajo?
Con indefensa mirada larval,
pretendemos leer un miserable anticipo
en cada célula facial
del imperturbable sacerdote.
¿Qué podrá salir de esa boca divina,
de ese marmóreo portal
tras el cual podrá estar la luminosa doncella
o un toro negrísimo?

Por fin el irreductible veredicto
que se torna descarnadamente inteligible
después de tanto jeroglífico.
El albo mago sonríe,
es el ser más bueno de la tierra.
“No es nada”, nos dice:
“es psíquico”.
Seguramente
 nos recomendará un psiquiatra,
otro mago como él, ángel de luz.
Pero qué felicidad otra vez
o a partir de entonces.
No se vio una mosca
merodeando nuestros intestinos,
ellos huelen bien,
y en el corazón sigue habiendo palomas,
los pulmones son verdaderas postales del Artico.
Salimos del templo con el billete premiado.
El cielo es una moneda azul
que volvemos a tener en el bolsillo.
Agradecida, la cebra retoza de gozo
en la verde sabana.
El implacable león
hoy no la repetirá en sus ojos
cuando la tarde caiga sobre el río donde vuelves
a mirarte.


MAREA NEGRA

Que devuelvan el mar,
que le devuelvan su azul,
su sal.
Que le saquen ese negro veneno
que hace andar a las ruedas
y a las fábricas
(¿qué tienen que ver el mar y sus cometas
con toda esa inmunda energía
de chimeneas?),
que arranquen ese antiazul
de las olas,
de la sal,
de las escamas,
que se arrodillen
como leprosos caníbales
ante ese atroz cormorán
goteando hidrocarburo
sobre la negra arena:
que le devuelvan las alas
y el cielo
a esa vida estupefacta
que nos muestran los diarios
antes de que muera.
Que se apuren a buscar
esos ultrajados delfines
agónicos,
que los limpien y veneren
como a Infantes Reales
que los son,
que laven y lustren
cada escama mancillada
de esos peces ennegrecidos
y agónicos:
no son máquinas de nada,
no tienen tornillos ni neumáticos
para que le metan
esa negra vitamina de nada.
Que dejen el mar
como la mejilla de una sirena.
Y si finalmente
es del todo inevitable que deban
matarse,
hay lugares para ello,
bien a propósito,
ideales:
volcanes,
apagados y activos
que han demostrado ser
excelentes verdugos,
y si aún así falta algo
o no alcanza,
no digan que la luna no cuenta
con un imperdible lado oscuro
para tirar al montón
hasta que no quede ninguno.

Pero bajo el sol no,
y menos aún sobre la hierba:
no avergüencen a los pájaros,
no muestren sus vergüenzas
a las impúberes flores,
no cometan estupro en el mar
con sus zagalas de nácar.

Pero antes limpien el mar,
su azul,
su sal.
Y cada gaviota:
pluma por pluma,
y cada pez:
escama por escama,
Sirena por sirena. 


PIENSO LUEGO PIENSO

No paro de pensar,
no se puede parar:
pensamientos nobles, virtuosos,
dignos del bronce, de la lápida,
pensamientos aviesos, rapaces,
falsos y huecos
como tinajas de plástico,
pensamientos errados y tercos,
y tan depredadores uno con otros,
que se persiguen como pirañas en celo,
caníbales y autocaníbales,
pensamientos limpios pero sin cola,
rojos o negros, con bocas de saurio,
de hurón, de mamba negra
y la aleta dorsal negra y filosa,
pensamientos de cola mordida,
corridos por pensamientos gendarmes,
prepotentes, policías,
pensamientos incestuosos, ladrones,
malolientes, genocidas
que se  amotinan en los sueños
y rompen al alba
como una manada de lobos de fuego,
pensamientos obscenos, caprinos,
castos, de cola sin cola,
que no pueden verte quieto
un instante sin relamerse,
segregando como oscura hemorragia
una ávida saliva de escualo,
de santos de espuma verde de fauno,
siempre, tres veces siempre,
has de tener pensamientos
muertos de hambre por ti
todo el tiempo contigo,
sin parar un segundo,
ladrándote los talones
a cada segundo,
para que piense
que te morirás pensando
que si paras de pensar
se te vendrá el cielo encima
y miras el cielo y no entiendes
qué significa semejante
jungla sideral,
miras la luna
y es una luna de asombro
tu negra boca mirándola,
miras tu carne
bajo tantas estrellas
sucias de distancia,
y oscuro sobre la tierra
oscura te preguntas
qué podrá ser toda
esa carne oscura,
a oscuras,
bajo desde el revés de la luna,
redonda y oscura
como el más sencillo
pensamiento de esta noche
de pérfidos fulgores violáceos,
rosario insoportable
de aserradas cuentas de hielo
grueso y oscuro,
espeso y oscuro,
pesado y oscuro,
cada vez más oscuro.




EL ANCLA DE LA GUITARRA

Con el número dos comienza la pena.
Leopoldo Marechal

Una guitarra de coral
Me fue dada para que le arrancara
Sonidos de ballenas y sirenas
Antes de que el amanecer se adueñe
De los muelles.

Los marinos de ojos tatuados
Caminaran por la borda de los barcos
Cuando los peses voladores
Enmudezcan al tomar impulso
Coral afuera.

La guitarra e coral sonará en las manos
De los príncipes del mar.
Músicas de otros mundos,
La música griega que se perdió para siempre.



Algo que suele tener el  filo de un pájaro
Me dio en los ojos y se abrió la vida 
Como las fauces rosadas de un colibrí
Que no quiere despertarse
Del rubio pecho de una rosa.



El presidio de la luna
Se llenó de adolescentes.
Entró de todo.
Cleopatra, Julieta,
Romeo, y otros tantos imbéciles
Pero también entró mí mujer
Y estoy a punto de entrar yo. 



Solamente en el frescor del Salmo XXIII
Podría dormir como Dios duerme,
Al píe de ese pastor
Cuyo báculo podrá limpiar
Cada mal pensamiento,
Cada nuevo temor de despertar
Y no ver nada, salvo esta oveja descarriada
Que no necesita la acechanza de un lobo
Para temblar de miedo y empezar otra vez
Como si nada.



El trompo giraba entorno así mismo
Con un impulso interior incontrolable,
Sujeto a su propia fuerza
Con un vigor demencial que no podía controlarla
Verde trompo con una llama verde,
No dejó un lugar en la arena sin tocar,
Hasta que una gran ola verde
Le cambió el impulso y el rumbo
Y se perdió en los aires azules y blancos
Y se detuvo en la luna
Donde siguió girando
Hasta que la agujereó toda
Y allí quedó como un palo verde,
Inmóvil y en paz.


 
Selección de textos de JMP, de los libros de poemas inéditos Pienso luego pienso y El ancla de la guitarra.
Adevo Di Cianni es Profesor en Castellano, Literatura y Latín. Poeta y escritor. Nació en La Plata el 8 de agosto de 1954. Vive en Barrio Monasterio.
Fotos: Jmp. Diciembre de 1993. Archivo de La Talita Dorada.

No hay comentarios: