TAMARA DOMENECH Antes de morir, florecer




ANTES DE MORIR, FLORECER

         La primera vez que pensé en la muerte fue cuando tenía 17 años, leía La Náusea de Jean Paul Sartre y me invadió uno de los argumentos que él plantea allí, consistente en que un cenicero, creo que era, no me acuerdo bien, quizá era otro objeto, seguro sobrevivía la vida de quien lo tenía. En ese momento, sentí por primera vez la sinrazón de la existencia humana y enseguida se desataron pensamientos que nunca había tenido: qué sentido tenía seguir viviendo, para qué vivir, con quiénes vivir, cuál era el objetivo de la vida si la contracara era la muerte. Así como el pensamiento me había llevado a un callejón sin salida, un amigo me llevó de vuelta, me invitaba a su casa, en la que conocí el libro Los 20 arcanos de la poesía surrealista y me dijo algo así como que la vida tenía sentido porque cualquier cosa se lo daba: comer, besar, amar, leer, actuar, cantar. Sus palabras desactivaban, así, el existencialismo.
A los 24 años conocí a un hombre con quien después de 16 años me casé, con el que no me quería cuidar para tener relaciones sexuales. Entonces quedamos que cada cual se iba a ser un test de HIV para quedarnos tranquilos. Los resultados iba a estar al mes aproximadamente y cuando pedí a una amiga que los pasara a buscar porque ya no estaba viviendo en esa ciudad, me llamó por teléfono para decirme: no quisieron dármelos porque te salió +. Colgué el tubo, agarré un bolso, y tomé un taxi desde Capital Federal hasta La Plata. No tenía miedo. Tenía nervios. Mi cabeza iba más rápido que el taxi: quién me podría haber contagiado, cómo, cuándo, dónde, a quién o quiénes habría contagiado yo, cómo le iba a decir a la persona que había conocido lo que había ocurrido, en fin, una catarata de preguntas que cesó con análisis sucesivos hasta que descubrieron que era falso +. Esa frase tardó un año más o menos de drenar de mi cuerpo.
En el mes de julio del año 2003, la misma noche en la que festejé mi cumpleaños con mi familia históricamente separada, comencé a tener contracciones. Estaba embarazada de 7 meses, y hacía unos días que sentía que adentro mío se movía una piedra, no un bebé. Cuando lo ponía en palabras me decían: nada que ver, conectate con él, estará bien. Yo no me sentía bien, pero como era madre primeriza tampoco sabía cómo era sentir el movimiento de un bebé. Quizá se movían como piedras, no sé, chiquitas, calcáreas, más pesadas. Cuando fui al hospital me dijeron que el bebé había muerto. Que me fuera a mi casa para ver si tenía más contracciones y que volviera al día siguiente para que me indujeran al parto. Yo salí y era de noche, volví a casa y era de noche, al otro día de mañana para mí seguía siendo de noche y fue de noche por cinco años más. Hubo un momento de dolor total, en el que se conjugó el dolor físico y mental. Yo ya no quería tener a ese bebé adentro mío, creía que esa piedra iba a contaminarme la sangre. Esa vez le tuve miedo a la muerte pero de manera fugaz. El dolor con que cargaría, una vez externada, con las pechos vendados, iba a ser seguir la vida.
En el 2006 contraje HPV y me operaron de urgencia, yo entraba a un cuarto blanco y mi íntima amiga de la infancia, en el mismo hospital, estaba por dar a luz a su primera hija.
Hace dos años sí, fue la primera vez que me sentí aterrada. No me imaginaba nada hasta que una la palpa. Jugando con mi hijo al fútbol, abrazándonos después de un gol, sentí contra su cuerpo un nódulo en un pecho. La ecografista escribió en el informe, probabilidad de células cancerígenas. Yo me desesperé. No me quería morir. No me iba a morir así de rápido, o sí? Una se puede ir así de rápido, de una página, de sus libros, sus hijxs, sus amigxs?
Y después de hacerme análisis me dijeron que era benigno. Cada 6 meses los tengo que controlar porque, una vez que tomaron tejido para analizar cómo estaba compuesto, se hicieron dos más.
Fue un año violento no sólo por la espera, las agujas, sino y lo peor de todo fue hacerme preguntas: y si me pasara algo quién va a cuidar a mis hijos, yo los quiero ver crecer, cómo es posible que me haya enfermado, quién me enfermó, habré sido yo misma, qué podría hacer para evitar que las cosas pasen.
Y la verdad es que me di cuenta después de mucho ir y venir que las cosas pasan igual, por más controles y buenas pacientes que seamos, entonces como fue la primera vez que sentí de cerca a la muerte, no era una novela, una palabra, una idea sino que estaba desnuda, las tetas al aire, las manos de los médicos por todos lados y las ganas de que no me tocaran más, ahí no más pensé, casi en simultáneo, que antes de irme de acá, quería florecer, estar lo más presente posible en las cosas, trabajar dando lo mejor de mí, sin esperar, lo más linda posible, lo más contenta posible, que el mundo me vea comprometida en su hacer.


UN LUGAR MUY ESPECIAL

         Hace unos meses conocí, a través de mi hermana, una librería que se llama Libros que Van, la misma la lleva adelante Velu, una mujer que pasó por la carrera de diseño de la universidad de La Plata, tuvo dos hijxs, trabajó en una librería y pensó, que un modo de criar y trabajar era abrir una pequeña librería en el garaje de su casa. Así fue que inauguró este lugar encantado en el barrio de Gonnet, en una calle sin salida y a dos cuadras de un hospital abandonado.
La primera vez que fui no nos podíamos ir. Era como estar en mi casa porque me encontré con libros que nos regalaron o compré a lo largo del tiempo, cito algunos títulos: El hombre extraordinariamente fuerte de Magalí Le Huche, Los pájaros de Germano Zullo, Noticias de pintores de María Luque, El pueblo que no quería ser gris de Beatriz Doumerc, La casa de los cubos de Kunio Kato y Kenya Hirata, entre tantos otros ejemplares inolvidables.
Pienso en el trabajo incansable de escritorxs, ilustradorxs, editorxs, distribuidorxs, librerxs, y lectorxs. Porque leer también es un trabajo que tendría que ser ofrecido y estar al alcance de cualquier familia y no siempre sucede. Son libros costosos, es decir, o los compra el estado para donar a las escuelas, bibliotecas o centros culturales municipales, aumenta los sueldos para que los adultos se los puedan comprar o hay que ver cómo se tejen relaciones entre los objetos, los lectores y los espacios.
Pienso en una Biblioteca y Librería como La Nube, de la que las personas se puedan hacer socios para ver y entrar en contacto con estos tesoros. La dueña de la librería piensa en estas posibilidades, llevar los libros a un parque, una plaza, una escuela, ver la manera no de venderlos sino de mostrarlos, leerlos, verles la cara a los posibles interlocutores.
Es increíble el ritual que se despliega en torno a un libro, son infinitas las posibilidades.
Y también pienso en que estos libros tendrían que ser mostrados en otros ámbitos en los que haya adultxs, bares, asambleas, universidades, múltiples trabajos, porque quién dijo que los adultxs no queremos que nos cuenten cuentos o nos muestren dibujos, quién dijo que una frase escrita en un libro infantil no contiene doctrinas filosóficas, políticas, ideológicas, en fin, es una manera sencilla de movilizar la curiosidad, el juego, la imaginación de quienes tenemos la difícil tarea de enseñar, cuidar, guiar.
Ayer me compré tres libros, uno que se titula: Un árbol crece y nadie le pregunta por qué de Eugénio Roda y Cecilia Alonso Esteves, otro que se llama Un hoyo es para escarbar de Ruth Krauss y Pasión de enseñar de Gabriela Mistral.
Luego, volví a la casa en la que vive mi mamá y vi un grupo de karatecas, serían quince o veinte personas dando vueltas a la manzana para entrenar, quise creer que eran mariposas blancas fosforescentes en la noche, que después de cuarenta años, defendían mi niñez en el mismo lugar.


QUÉ ES UN LIBRO

         En el mes de diciembre de 2019 fui a la Dirección Nacional de Derecho de Autor, que también podría denominarse de Derechos de los Autores, quizá la falta de los plurales en los modos de denominar dependencias gubernamentales, redunde en lo que voy contar.
En ese momento, llevaba un manuscrito de un autor santafesino con sus correspondientes carátulas en las que se indicaba el número de ISBN, recibos de tasas abonadas e informaciones sobre lugares de impresión.
Cuando saqué un número y me atiendieron en la oficina de obras publicadas lo primero que me preguntaron fue: esto es un libro? sí, contesté yo. Y acto seguido se consultaron entre los compañeros si les parecía que era un libro, el sobre con hojas sueltas que les estaba presentando. Y les expliqué: hace 10 años creé una editorial que se llama Ediciones Presente que consiste en la publicación de poemas impresos sobre hojas que van sueltas dentro de un sobre, de modo tal, que quien lo adquiera lo pueda compartir o el libro adquiera distintos usos al tener la posibilidad de regalar sus páginas, pegarlas en los distintos lugares en los que una está, camina, se mueve, etc. Para qué, los muchachos cuando no esperan una respuesta distinta a la habitual, son el para qué de todo: yo no te puedo tomar esta obra así, a ver dónde hay información de tu editorial, los sobres que utilizás no son los que nos trajiste acá, tendrías que volver a tu casa y traer un sobre como el que figura en el blog. Entonces le pregunté, qué sentido tenía que me pidieran un sobre especial, aclaro que los sobres que utilizamos están hechos con papel de regalo, si sabían que este material no era regalar, por el contrario, era para archivar. Y continué: no me parece lógico ir hasta mi casa que encima queda a dos horas de esta oficina para envolver un regalo para un destinatario que será un estante. Pero mis respuestas los hacían enojar más y más entonces sacaron un código, qué código regula la actividad de un escritor, es civil, comercial, penal, la verdad es que no me acuerdo, era un tomo duro grandote y ahí no más, citó un artículo, lo cerró y me dijo: si yo aceptara esta obra tal cual la trajo ud. estaría faltando a la verdad porque el libro que deje tiene que ser igual al que luego venderá, y le pregunté por la verdad, si acaso no podía significar cierta correspondencia, nunca exacta, entre lo que dice la ley que fue redactada por un conjunto de personas y lo que a las personas les pasa. Y me dijo que no, me dio a atender que la ley es una especie de deidad del hombre, un metalenguaje incuestionable, entonces le contesté: muy bien, si tiene que haber una exactitud, un calco entre la letra del papel y el cuerpo como depositario de la palabra, haremos lo siguiente: de ahora en más, en la editorial, usaremos los sobres de papel madera que le traje, ajustaré la estética administrativa a la estética editorial. Le parece bien? El empleado me miró con zozobra y aceptó. Mientras que completaba las planillas, pensaba en que no estaba mal ajustar las estéticas si de lo que se trataba era de respetar un cuerpo, que va y viene, lleva y trae, es acarreado a realizar un sinfín de sellados, firmas, aranceles y seguros para ensanchar el cuerpo de dios, el cuerpo de los expedientes en las oficinas públicas, el dios de papel, no es un cuerpo finito, que necesita tiempo y dinero para moverse.
Desde ese momento la pregunta qué es un libro me atrapa, porque no es solamente el conjunto de letras reunidas sino fundamentalmente su funda, el vestido, su carcaza la que lo distingue de otro objeto, y me pregunto, un botella con una carta, una cajita con deseos escritos, doblados y guardados dentro, cartas dentro de un sobre, los recovecos de una billetera en los que las personas guardan estampitas, fotos y cartitas, no podrían ser pensados como libros? Para definirlos qué priorizaríamos, la estructura que contiene las palabras, la fachada o la función.


UNA PINTURA QUE NO ENTIENDO

         Una puede amar hacer algo y que sin embargo, a veces sólo se produzca un disfrute pleno, total de la cosa que haga. Una mano que cuenta con otra sobre la cual apoyarse, ya es dejarse llevar. O en la que se posa una hormiga, un caracol, una lombriz es un tiempo de unión sin rebaje de otra preocupación, agua o cualquier otro elemento que distraiga de ese instante camino.
Cuando pinto me pasa que lo hago con cronómetro interno, apurada, no me da el tiempo para pintar y hacer otras cosas que me gustan hacer y debo. Ganarme la vida, hacer dinero, tareas de la casa, responder cuando me piden.
En cambio, hoy, estoy sola en mi casa y enseguida es como si abriera una ventana alta que costaba abrirla sin la ayuda de nadie, no era tan pesada. Y me invade una necesidad que dejo estar que es pintar con el propósito de ensuciarme.
Pruebo: pintar sobre distintas superficies me enseña a entender que por algunas, la mano y los materiales se deslizan y por otras, se frena; que podemos pintar con un pincel o con la mano y que si lo hacemos con la mano la superficie nunca queda lisa, sino que parece violenta, quedan rastros humanos en algo que será un objeto, se produce una tensión entre objetos que guardan rastros humanos y otros en los que se domestican, me imagino la letra, una inscripción sobre la corteza de un árbol, sobre una columna de cemento, un poste de luz, queda una incisión conmovida.
Me gusta pensar que las palabras están debajo de los soportes sobre los que pinto, que están mezclados de manera invisible con el propio cartón, madera o papel, y que al volver la mirada sobre estos materiales, ellos las revelan, nos las dictan. A veces, me pasa que pinto un fondo y con la yema del dedo, la parte de arriba de un pincel o lo que encuentre que deje marcas, las escribo y me sorprende el lenguaje realizado con surcos blancos, las frases se vuelven caminos claros sobre fondos más oscuros a los dedos.
Desde hace un mes volví sobre el collage, una técnica que me lleva a mi habitación de juventud. Me gusta volver a ese cuarto cuando el actual no compite con aquél en relación al tiempo.
Permanecer encerrado en un cuadro, qué significa, qué quiero decir. Eso, decidir encerrarse en un movimiento que no quiere terminarse al cabo de un tiempo. Es amar y dejarse amar, una experiencia de infinito. Es mi corral, en él me alimento, no me escapo, soy dócil. Es en el único lugar. Del resto yo desconfío.
Hoy pinté primero una especie de nube con plasticola, a la que luego le eché brillantina, después pensé en dibujarle el contorno de una camisa o un tronco, y enseguida dudé. Es una pintura que me hace dudar de lo que sé: es un árbol con cabeza de nube? Una nube con cuerpo de árbol? Una inmensa lágrima con camisa? Un llanto vestido? Y si bien no sé qué pasó con este último collage, me quedo con esta última frase. Qué bien que la pintura vista una emoción para que no esté desnuda. De lo que está desnudo la gente tiende a reírse. Es humillante reírse de una persona que no está. O está en condiciones desiguales a las nuestras. Yo estuve allí y sentí que las palabras desvisten, a veces, mejor que escribir es pintar, dibujar un saco, una manta, algo que proteja a quien precise protección.
Y mejor que eso debe es que una mano lo haga, un brazo, un cuerpo en quien confiar.


En Comentarios (arte, vida, paseos, afectos, 2020), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Libro digital, PDF, 2020.
Tamara Domenech nació en la ciudad de La Plata el 23 de julio de 1976; es Licenciada en Comunicación Social (UNLP), Diplomada en Gestión Cultural (UNSAM), Profesora de Nivel Superior (UTN), escritora, editora y artista visual; vive y trabaja en Buenos Aires.
Foto: Jmp

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