Escenografías
II
He
asesinado una luna entre los dientes,
una
dimensión blanca para ascender.
Aun
en los labios habita la Nada
y
el viento va empedrando el rostro.
Quien nombre
un mes nombra.
No
pertenezco al mediodía ni a la memoria.
Arrastro
la garganta de la noche
en
un pueblo sin músicos,
en
las máscaras del sosiego
donde
los rostros
son
una llanura inevitable.
IV
El
dorso de mi mano huele a tierra,
miro
el destiempo en las enredaderas
mientras
mis pies alumbran los astros
de
la casa.
Bebo
un vino sin salvar la oscuridad
y
muero en la alevosía de la duda.
No
beso bajo la lluvia,
solamente
rozo
la
revolución del agua.
V
Después
de los grandes incendios
mi
sombra vigila el cielo.
Recuerdo
el paladar de los navegantes
desde
siempre en la rueca del ocaso
y
observo mis desparejos pies
cruzando
el horizonte.
Doy
silencio al resplandor de los moribundos
y
tejo las pesadillas del éxodo
entonando
la canción del ausente.
Y celebro la mujer de tulipán
que viaja en mi mirada.
VII
Me
fue revelado el territorio,
el
olor de los cirios,
la
identidad invencible de la tarde
donde
héroes con nombres diversos
civilizaron
mi piel de antiguo pez.
Invoqué
la certidumbre en una ciudad,
cuando
ciertos dioses
en
las sombras de alguna vereda
detenían
la Palabra.
IX
Sentada
en el lado más bello del mundo
mis
iguales pueblan el infinito
mientras
un antiguo dios non nombre de inventario
horada
el corazón desprevenido.
En
mis pupilas transcribo lo permanente,
dibujo
un ideograma para imitar el tiempo
y
la multitud de pieles
inaugura
otros diluvios
en
una lingua estinta.
X
La
alquimia ha roto por enésima vez el origen
y
la fortuna es un mandala que no regresa.
Aún así amanece.
Todo
milagro es un camino al verbo,
un
país de encaje entre los dientes del hombre.
Esta
oblicua mirada de rocío,
la
garra de cuarzo del felino que soy
en
lo fugaz de toda huella.
XII
Desde
mi mano-viento
emigra
la tarde en sombras.
Sólo
recupero las estrellas
cuando
regreso desprevenida
de
la noche
a
bautizar dioses de miradas azules.
Imito
la rebelión
y
danzo sobre el corazón recién nacido.
Todo aquello
que he amado
acompaña
el vuelo de esta milenaria
mirada
que no me pertenece.
XIII
Descansa
una mañana en mi pupila
como
las fábulas en la voz de mi padre.
Mis
duelos con la palabra
van
donde las lluvias
escriben
el alto elogio
del
silencio.
Y un dolce color d´oriental zafiro
me deshabita por última vez.
Cantos de la
Etruria
HABILIDAD DEL ESCRIBA
Aún
poseemos el alfabeto,
Dejamos
los signos,
Migramos.
Arac, se dibuja en lenguas bárbaras.
Los pueblos lo invocan en el vuelo,
le traen el mejor aire,
lo cincelan en escudos
mas él es solamente brisa.
Turan
permuta oídos.
Posee
los códigos,
reanuda
los secretos de Areté,
los
torna su oficio
y
teje en lengua de aves
la
historia de su pueblo sin lectores.
Los sagrados pájaros, escriben con sus
patas
Trazos de una lingua estinta,
de una sola palabra transitiva.
CASA DEL CITARISTA
TABERNA D-IVNI
PROCURI
Alguien
habla, mientras
el
silencio labra sabiduría
en
las gargantas
de
la terra del vino.
Unos
pocos alumbran los templos.
Otros,
detienen las lenguas
y
alcanforan la eternidad.
Muy
lejos,
los
adoradores de carneros
resumen,
observan,
transmutan
en reptiles o aves.
Los
soñadores cultivan tubérculos,
los
buscadores de plumas
diseñan
palomas en el éter,
sibilando
profecías.
Tiempo
de héroes
en
calles muertas,
de
barcos bajo Selene,
de hechizados
bocas azules
que
siempre regresan
a
la traición de los océanos.
VALLE DE LOS MISTERIOS
Los dioses
soplan sobre las vísperas:
“Palomas de jade,
pasajeras de lo imprevisto:
¡Inventen el
aire!”
Ellas,
atraviesan el silencio y
la
multitud rasga el amanecer
para
verlas cruzar el último sol.
Se
descifra en cartas medievales:
una
antigua lengua romana,
el
límite entre lo propio y lo bárbaro.
Los
copistas se detienen,
bajan
en tinta sus miradas
y
deciden corazón o página.
Las
pasajeras de jade
en balanzas
egipcias
pesan
las almas
y
retoman el silencio
dejándonos
la levedad
de la memoria,
esa tierra indescifrable.
ÁGORA
ARAC
Los
nuestros amaban cultivar, destinaban toda la noche a purificar bajo Selene las
buenas hierbas y regresaban a la tierra del vino.
TURAN
Ha
pasado el viento desierto y pronto la estable temperatura permitirá beber.
ARAC
El
aire impulsa el paso de los dioses.
TURAN
Aunque
el sol dude del día y se vista de ave y rasgue el cielo.
ARAC
Bellos
son los resplandores, las magias y una ciudad inexistente.
TURAN
Lo
perdurable está en el viento.
ARAC
Un
espacio entre el principio y el final del Mare Nostrum.
TURAN
Nos
quedan los puentes circulares, sus pendidos por nuestras miradas.
ARAC
Y
aquellos pasos entre la Etruria y la eternidad.
TURAN
O
tal vez los mensajes nunca leídos en la ciudad sin rostro.
ARAC
Venimos
de otro océano a espaldas del trópico.
TURAN
Como
sabrás, aquí, el tiempo es memoria.
ARAC
Lo
he leído en las vísceras de las aves.
TURAN
El
vacío es un sinónimo de recompensa.
ARAC
Permíteme
inscribir el último poema,
los vientos reclaman alguien que los
nombre.
Diáspora
griega en América
ANNA KRITILAKIS, LOS SABORES DE
GRECIA
Los campos griegos sembrados de
olivos, de limoneros y de hortalizas, viajaron en el corazón de Ana Kitrilakis
desde la mítica isla de Chios. Anna representaba el temple de los que –escapando
de la guerra y habiendo sufrido hambre y enfermedades- se alzaron para reunir a
todos en torno de su magistral mesa. Atrás quedaba la muerte, a mano de los
nazis, de su hermano Giorgos, de sólo 14 años, simplemente por pedir comida. Esta
mujer de baja estatura pero de gigante fortaleza cargó a sus espaldas la
depresión de su madre Déspina Theodorakis y la vida de sus pequeños hermanos: Ángela,
Giorgos y Tzeni.
Se podría hablar de las manos
maravillosas de Ana en la cocina; pero a su persona también la envuelve un halo
de heroísmo como al dios Hermes. Ella colaboró llevando información a su tío
que era parte de la resistencia; y fueron sus pequeñas huellas las que
transitaron la tierra helena con los mensajes provistos por su padre Hércules
(Hrakli), por amar aquello que los griegos sostuvieron desde siglos: La
Libertad. Estos ejemplos de patriotismo son parte de un pueblo anónimo,
patrimonio y orgullo en primera instancia de sus descendientes y de toda una
comunidad.
En las brumas del Egeo se perdía por
el año 1944 un barco que transportaba griegos hacia un campo de refugiados
creado por los ingleses en la isla de Chipre. Allí, Ana enfrentó la muerte y
como gran luchadora superó la operación de un tumor craneal. De regreso a su
amada tierra abandonó los estudios elementales; pero como los amados de los
dioses reciben dones, ella al igual que la antigua feacia Areté, o la eterna
Atenea, aprendió a bordar y a vender en los mercados su arte.
La vida de Ana se mimetiza con la gran
epopeya griega, con esas figuras rebeldes y nobles que sustentaron la historia
de la cuna de la civilización oriental. En el año 1959 vendió sus cabellos y
juntó sus ahorros, y partió hacia Argentina. Es en esta tierra donde finalizó
su instrucción gracias al esfuerzo de aprender a leer y escribir en español de
manera autodidacta, leyendo las revistas en el quiosco de su tío. Ana y la vida
pudieron encontrar un equilibrio, la nostalgia siguió en el recuerdo; pero aquí
conoció a Celestino Gronchi y tuvo a sus hijos Sergio, Marcelo y Elisabeth. Ana,
portadora de los sabores de Grecia, fue digna embajadora de la gran gastronomía
helena.
Néstor Mux, Ricardo Gil Soria, Octavio Prenz, Lalo Painceira, Ángela Gentile y José María Pallaoro en City Bell, febrero de 2015 |
Hermosa
charla, anoche, en su departamento de La Plata, con Ángela. De ese encuentro,
la selección de estos textos.
En
Escenografías, Ediciones del Copista,
Córdoba, 2005; Cantos de la Etruria, Ediciones del Copista, Córdoba, 2008; Diáspora
griega en América, Hespérides, 2015. Selección de textos y fotos: Jmp y Archivo
de la talita dorada.
Ángela
Gentile (Berisso, provincia de Buenos Aires, 5 de agosto de 1952).
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