ÁNGELA GENTILE Sentada en el lado más bello del mundo



Escenografías

II
He asesinado una luna entre los dientes,
una dimensión blanca para ascender.
Aun en los labios habita la Nada
y el viento va empedrando el rostro.
Quien nombre un mes nombra.
No pertenezco al mediodía ni a la memoria.
Arrastro la garganta de la noche
en un pueblo sin músicos,
en las máscaras del sosiego
donde los rostros
son una llanura inevitable.


IV
El dorso de mi mano huele a tierra,
miro el destiempo en las enredaderas
mientras mis pies alumbran los astros
de la casa.
Bebo un vino sin salvar la oscuridad
y muero en la alevosía de la duda.
No beso bajo la lluvia,
solamente rozo
la revolución del agua.


V
Después de los grandes incendios
mi sombra vigila el cielo.
Recuerdo el paladar de los navegantes
desde siempre en la rueca del ocaso
y observo mis desparejos pies
cruzando el horizonte.
Doy silencio al resplandor de los moribundos
y tejo las pesadillas del éxodo
entonando la canción del ausente.
Y celebro la mujer de tulipán
que viaja en mi mirada.


VII
Me fue revelado el territorio,
el olor de los cirios,
la identidad invencible de la tarde
donde héroes con nombres diversos
civilizaron mi piel de antiguo pez.
Invoqué la certidumbre en una ciudad,
cuando ciertos dioses
en las sombras de alguna vereda
detenían la Palabra.


IX
Sentada en el lado más bello del mundo
mis iguales pueblan el infinito
mientras un antiguo dios non nombre de inventario
horada el corazón desprevenido.
En mis pupilas transcribo lo permanente,
dibujo un ideograma para imitar el tiempo
y la multitud de pieles
inaugura otros diluvios
en una lingua estinta.


X
La alquimia ha roto por enésima vez el origen
y la fortuna es un mandala que no regresa.
Aún así amanece.
Todo milagro es un camino al verbo,
un país de encaje entre los dientes del hombre.
Esta oblicua mirada de rocío,
la garra de cuarzo del felino que soy
en lo fugaz de toda huella.


XII
Desde mi mano-viento
emigra la tarde en sombras.
Sólo recupero las estrellas
cuando regreso desprevenida
de la noche
a bautizar dioses de miradas azules.
Imito la rebelión
y danzo sobre el corazón recién nacido.
Todo aquello que he amado
acompaña el vuelo de esta milenaria
mirada que no me pertenece.


XIII
Descansa una mañana en mi pupila
como las fábulas en la voz de mi padre.
Mis duelos con la palabra
van donde las lluvias
escriben el alto elogio
del silencio.

Y un dolce color d´oriental zafiro
me deshabita por última vez.


Cantos de la Etruria

HABILIDAD DEL ESCRIBA

Aún poseemos el alfabeto,
Dejamos los signos,
Migramos.


Arac, se dibuja en lenguas bárbaras.
Los pueblos lo invocan en el vuelo,
le traen el mejor aire,
lo cincelan en escudos
mas él es solamente brisa.


Turan permuta oídos.
Posee los códigos,
reanuda los secretos de Areté,
los torna su oficio
y teje en lengua de aves
la historia de su pueblo sin lectores.


Los sagrados pájaros, escriben con sus patas
Trazos de una lingua estinta,
de una sola palabra transitiva.


CASA DEL CITARISTA

TABERNA D-IVNI PROCURI

Alguien habla, mientras
el silencio labra sabiduría
en las gargantas
de la terra del vino.
Unos pocos alumbran los templos.
Otros, detienen las lenguas
y alcanforan la eternidad.

Muy lejos,
los adoradores de carneros
resumen,
observan,
transmutan en reptiles o aves.

Los soñadores cultivan tubérculos,
los buscadores de plumas
diseñan palomas en el éter, 
sibilando profecías.

Tiempo de héroes
en calles muertas,
de barcos bajo Selene,
de  hechizados bocas azules
que siempre regresan
a la traición de los océanos.


VALLE DE LOS MISTERIOS

Los dioses soplan sobre las vísperas:

“Palomas de jade,
pasajeras de lo imprevisto:
¡Inventen el aire!”


Ellas, atraviesan el silencio y
la multitud rasga el amanecer
para verlas cruzar el último sol.


Se descifra en cartas medievales:

una antigua lengua romana,
el límite entre lo propio y lo bárbaro.
Los copistas se detienen,
bajan en tinta sus miradas
y deciden corazón o página.


Las pasajeras de jade
en balanzas egipcias
pesan las almas
y retoman el silencio
dejándonos la levedad
de la memoria,

esa tierra indescifrable.


ÁGORA

ARAC
Los nuestros amaban cultivar, destinaban toda la noche a purificar bajo Selene las buenas hierbas y regresaban a la tierra del vino.

TURAN
Ha pasado el viento desierto y pronto la estable temperatura permitirá beber.

ARAC
El aire impulsa el paso de los dioses.

TURAN
Aunque el sol dude del día y se vista de ave y rasgue el cielo.

ARAC
Bellos son los resplandores, las magias y una ciudad inexistente.

TURAN
Lo perdurable está en el viento.

ARAC
Un espacio entre el principio y el final del Mare Nostrum.

TURAN
Nos quedan los puentes circulares, sus pendidos por nuestras miradas.

ARAC
Y aquellos pasos entre la Etruria y la eternidad.

TURAN
O tal vez los mensajes nunca leídos en la ciudad sin rostro.

ARAC
Venimos de otro océano a espaldas del trópico.

TURAN
Como sabrás, aquí, el tiempo es memoria.

ARAC
Lo he leído en las vísceras de las aves.

TURAN
El vacío es un sinónimo de recompensa.

ARAC
Permíteme inscribir el último poema,
los vientos reclaman alguien que los nombre.


Diáspora griega en América

ANNA KRITILAKIS, LOS SABORES DE GRECIA

Los campos griegos sembrados de olivos, de limoneros y de hortalizas, viajaron en el corazón de Ana Kitrilakis desde la mítica isla de Chios. Anna representaba el temple de los que –escapando de la guerra y habiendo sufrido hambre y enfermedades- se alzaron para reunir a todos en torno de su magistral mesa. Atrás quedaba la muerte, a mano de los nazis, de su hermano Giorgos, de sólo 14 años, simplemente por pedir comida. Esta mujer de baja estatura pero de gigante fortaleza cargó a sus espaldas la depresión de su madre Déspina Theodorakis y la vida de sus pequeños hermanos: Ángela, Giorgos y Tzeni.

Se podría hablar de las manos maravillosas de Ana en la cocina; pero a su persona también la envuelve un halo de heroísmo como al dios Hermes. Ella colaboró llevando información a su tío que era parte de la resistencia; y fueron sus pequeñas huellas las que transitaron la tierra helena con los mensajes provistos por su padre Hércules (Hrakli), por amar aquello que los griegos sostuvieron desde siglos: La Libertad. Estos ejemplos de patriotismo son parte de un pueblo anónimo, patrimonio y orgullo en primera instancia de sus descendientes y de toda una comunidad.

En las brumas del Egeo se perdía por el año 1944 un barco que transportaba griegos hacia un campo de refugiados creado por los ingleses en la isla de Chipre. Allí, Ana enfrentó la muerte y como gran luchadora superó la operación de un tumor craneal. De regreso a su amada tierra abandonó los estudios elementales; pero como los amados de los dioses reciben dones, ella al igual que la antigua feacia Areté, o la eterna Atenea, aprendió a bordar y a vender en los mercados su arte.

La vida de Ana se mimetiza con la gran epopeya griega, con esas figuras rebeldes y nobles que sustentaron la historia de la cuna de la civilización oriental. En el año 1959 vendió sus cabellos y juntó sus ahorros, y partió hacia Argentina. Es en esta tierra donde finalizó su instrucción gracias al esfuerzo de aprender a leer y escribir en español de manera autodidacta, leyendo las revistas en el quiosco de su tío. Ana y la vida pudieron encontrar un equilibrio, la nostalgia siguió en el recuerdo; pero aquí conoció a Celestino Gronchi y tuvo a sus hijos Sergio, Marcelo y Elisabeth. Ana, portadora de los sabores de Grecia, fue digna embajadora de la gran gastronomía helena. 



Néstor Mux, Ricardo Gil Soria, Octavio Prenz, Lalo Painceira,
Ángela Gentile y José María Pallaoro en City Bell, febrero de 2015

Hermosa charla, anoche, en su departamento de La Plata, con Ángela. De ese encuentro, la selección de estos textos.
En Escenografías, Ediciones del Copista, Córdoba, 2005; Cantos de la Etruria, Ediciones del Copista, Córdoba, 2008; Diáspora griega en América, Hespérides, 2015. Selección de textos y fotos: Jmp y Archivo de la talita dorada.
Ángela Gentile (Berisso, provincia de Buenos Aires, 5 de agosto de 1952).

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