6
Decís
que esto es el infierno.
Me
sorprende
tu
falta de imaginación.
28
Odio
a los filósofos
del
lenguaje
que
me arrancaron el ser.
A
los que me dejaron
sin
absolutos
y
no me dieron nada a cambio.
A
los hombres que se ocuparon
de
los asuntos públicos
vendiendo
primero nuestras almas
y
nuestro futuro, para quedarse
con
los mismos denarios de Judas.
A
los uniformados
que
solo canjeaban
dolor
por nada,
muerte
por nada,
desapariciones
por nada.
Que
humillaron
y
lastimaron cuerpos indefensos.
Cuerpos
tiernos y flacos
y
débiles y bellos
y
hermosos cuerpos.
Odié
a todos.
Las
señorías de toga
y
alcahuetes funcionarios
que
solo miran la paja
en
el ojo ajeno,
venales
y corruptos.
Y
así viví,
con
ese odio
hacia
los profetas
con
sotanas,
y
a las monjas silenciosas,
y
a casi todo
lo
que sea humano,
porque
me detesto
y
sé lo ruines que podemos ser.
No
te preocupes, mujer,
no
me agito más:
así
no será mi muerte,
eso
te lo puedo asegurar.
30
Por
las noches escucho
a
los pordioseros
revisar
en nuestra basura.
Los
oigo y no hago nada.
¿Qué tesoro
esperan encontrar?
Saben
que fuimos los mejores
y
su esperanza es que este
símil
vida
sea
una farsa:
no
tienen fe en nuestra miseria.
31
Lentamente
los pilares
de
nuestras raíces
se
fueron cayendo.
Somos
estos cuerpos,
nada
más.
Los
perros ya lo adivinaron:
somos
sus iguales,
por
eso se cobijan
entre
nuestras piernas sarnosas.
40
Seguro
que muchas veces
en
tus sueños
habías
visto mi mano
con
el cuchillo,
te
acariciaba
y
lo hundía
en
tu carne,
una
y otra vez.
No
era algo nuevo para vos,
por
eso sonreías.
Nunca
vi tanto amor
en
un rostro.
Yo
lloraba y tu mirada
me
consolaba
mientras
te apuñalaba.
Te
amé tanto
que
ya nada me queda de vos.
Lloré
y me emborraché
con
una botella de caña.
Y
cuando desperté
creí
que había soñado todo:
el
esplendor, la ruina,
nuestra
miseria.
Tu
muerte, sobre todo
tu
muerte,
me
parecía un sueño.
Pero
estabas ya fría,
con
una flor roja en el cuerpo,
sobre
los harapos
que
no supe cambiar por vestidos.
Toda
mi vida se quedó
en
deseos que nunca se realizaron.
Por
eso ahora, que no estás,
como
Catón,
uso
el mismo cuchillo
y
saco mis vísceras con la mano.
Los
perros ya olieron la sangre
y
vienen, callados.
A
ellos se les cumplió el sueño
que
nosotros no vivimos.
Viste
este final
pero
igual te quedaste.
Me
voy con vos,
mientras
el dolor
de
los mordiscos
de
los perros
me
hace aullar
como
uno de ellos.
Qué
mejor que morir
a
manos de la manada.
Selección
de textos: Jmp
En
Decadencia, Ediciones En Danza, 2017.
Ricardo
Bizzarra (La Plata, 1960). Foto: Jmp
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