Esteban Peicovich, Hacer un poema de amor no es hacer el amor


COMO QUIERO MI CARA

Hay quien lleva su bondad en la cara
como otros sus anteojos.
Hay quien lleva su largo amor, su hambre
como otro su noche
en plena cara.
Hay quien lleva su cara
y en ella no otra cosa
y tiene que cuidarla
hablarle
todos los días mostrarla
a riesgo que digan
que es de otro.

Y darle pena
lluvia, cada tanto
y hacerla improvisar
para que sirva un poco más
que mera cara de uno.

Y ajena del espejo
ver que no pierda un ojo
una esperanza.
Es decir
una cara para siempre.
De poder darse vuelta cuando quiera
y verla usada, a poco
por los hombres.


EL TIEMPO

Es inútil pactar con tu infamia
apedrear tu tejado, huir
en borracheras
de verbos que confundan tu estrago:
fechas al pájaro, calendario a la flor
mensajes a la Luna.

Ese mar de luz que nos das
esos ciegos cuchillos
tu evangelio según la mariposa,
el vuelo sin volar.

Qué sería de ti si mi flauta de polvo
no soñara un camino.

Qué sería de mí
si no te dieras cuenta.


ADIÓS AL PADRE

Padre mío que estás en el polvo
hágase su voluntad: dame tus huesos.

Tu lápida te murió aquel mayo del 62
pero fue hoy tu derrumbe
hoy la fecha de tu racimo roto, de tu occipital yorik
de tu fémur yorik, en mi mano.

Empezó a suceder cuando María bordó la A de Andrés
en la bolsa de pan de tu ayer,
en la lluvia de talco,
en el preamanecer de Plaza Constitución
en la ciudad de Lima que era Buenos Aires:
ciego de pie podrido, enano fumador,
la poca luz, el frío.

Padre de átomos que estás en el polvo
ese obrero llegó en su bicicleta,
faja negra, toscano, pico, pala, una conversación.
Y luego se inclinó sobre tu apagado pecho aquel
trayéndote del fondo de lo negro
hundiendo el pico hasta ese lunes del 62.

Padre de átomos que estabas en el polvo
levantamos tus brazos
la última tranquilidad de tus manos,
ese desorden marrón, y uno a uno, tu cuerpo.
La redondez de tu cabeza llegada del Adriático,
los antiguos lugares de tu voz,
el dónde de tus ojos.

Padre vuelto a la luz,
después nos fuimos a beber
con tu gran mano posada como pan en la mesa
y tu ceniza alzada hasta el color.

Voluntad de mamá,
padre aire
ya no estás en el polvo.


EL TELEGRAMA

El encuentro en Verona
obliga a considerar como inevitable
que también viaje
el ruiseñor.

Es asunto de tres.


TEORÍA

Hacer un poema de amor no es hacer el amor
sino tan sólo navegar encima,
al lado, detrás del tiburón.
Hacer un poema de amor
no es hacer el amor
sino tan sólo dibujar una futura
cara en el espejo.

Puede hacerse mil veces y una vez
y no estar seguro ni del amor ni del poema
y el tiburón detrás,
y el tiburón ya en ti
y el espejo en la espera.


EUROPA

Grandes señoras, las gaviotas
Desayunan, soberbias
en los bordes morados del mar
de Amsterdam.

Cuando el primer Vermeer alumbra
el horizonte
ellas untan sus patas en petróleo
y picotean lo que llega del mundo.

Las grandes señoras están ciegas.
Confunden el velero, se posan
torpemente
en el mastil de los semáforos
de la Wilhelmstraat
y allí se quedan, redondas y blancas,
sin saber cómo morir.

En ninguna se ve ese relámpago
que hace volar
a sus famélicas hermanas
del Mediterráneo.
Ninguna insinúa perderse en el mar
o aligerarse
más allá del plomo de sus alas.

No hay una sola con forma
de mujer italiana
o de guitarra griega.
A ninguna le ha quedado
en la estría del ojo
el refucilo último del color
de Van Gogh.

Debajo de sus plumas, las gaviotas
de Amsterdam
han perdido la estructura del vuelo,
el pájaro que eran.
Grandes señoras, las gaviotas
de Amsterdam
ya no son ni de la tierra ni del mar.


Selección de textos: Jmp. (“Como quiero mi cara”, de La vida continúa, 1963; en: Berisso. Trabajos Literarios, Edición de la Municipalidad, 1973. “El tiempo”, “Adiós al padre”, “El telegrama”, “Teoría” y “Europa”, en Instruciones al pavo real, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993. Los poemas de Instrucciones al pavo real lo leímos junto a la querida Irina Bogdaschevski, un atardecer de años atrás, en su casa de La Toscas, Uruguay.

Esteban Peicovich (Zárate, Provincia de Buenos Aires, 22 de diciembre de 1929). Desde los tres años vivió en Berisso, y pasó su infancia entre las calles Ostende, Callao y Guayaquil. Imagen: Johannes Vermeer (1632-1675), “La lechera”, óleo sobre tela, 1660.

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