En el camino a la pieza tres viejas
me dicen cosas que
no entiendo
—o que no quiero
entender—.
Ella se asoma como
si todavía flotara
en una panza reseca.
Sin ni siquiera luchar
por salir, porque
no recuerda cómo.
Todos los días me
espera, y desespera, como si
aún estuviera
pataleando dentro suyo.
Ahora que la beso
me doy cuenta: estoy viniendo
porque de alguna
manera también
la estoy esperando.
Me da su ropa sucia
para que lave, pero nunca me dará
lo que quiero que
verdaderamente limpie.
Hablamos de que no
fue al baño o de que fue
mucho al baño. Pero
no hablamos de él, de mí
de nosotros (yo caí
de pie —casi no nazco—; mi padre
murió solo y
borracho). Todo esto me lo contó
antes alguien, no
mi madre.
Sería muy fácil
odiarla, pero tomo el camino
más difícil. Porque
cuando me voy sé que está
mordiendo un tiento
demasiado duro. Y que hace
fuerzas para abajo mientras
yo sigo haciendo fuerzas
para arriba.
Hoy tu voz está oscura
como el goteo de
una caverna.
Te paso la mano
como si limpiara
un mueble viejo.
Pongo una carpeta
al crochet y ahí
encima, un adorno.
Para que vuelvas a
estar,
a ser hermosa.
Hubo una cueva, no cariño.
Un agujero.
Y el cielo, allá en
el fondo. Salir.
Sólo se trataba de
salir.
Y no olvidarse de
esa primera visión.
Mi madre ha sido el
mundo, y todas las cosas
que ella ha
desechado, me criaron.
Hubo una cueva,
hacia allá voy.
Chapaleo en el
guano.
Llevo una vela.
Y tengo miedo.
Nadie me ha preguntado si quiero estar aquí.
Es el sitio donde
la gente hace fila para morir.
La única que parece
eterna es la enfermera del cuadro.
Silencio, silencio.
Mi madre está
sentada y yo detrás.
Soy un torpe
fantasma que aparece en los estudios.
Algo entre la luz
del tubo fluorescente
y el ojo del médico
que se pone a predicar
mientras señala
como si fuera un
dios.
El jacarandá que un día me diste
ya tiene más de seis metros de alto.
¿Te acordás que era una plantita
de no más de diez centímetros?
No recuerdo muy bien cuántos años
hace de ese día en que vos, sonriendo,
lo pusiste entre mis manos. Pero me
acuerdo de que esa fue tu última sonrisa.
Un día voy a llevarte a casa
para que lo veas. Quizá en noviembre,
o diciembre, cuando se pone más lindo.
Vamos a mirar hacia arriba, los dos juntos.
Yo te voy a ayudar a mirar hacia arriba.
Y vas a verlo, acunándose como un niño
en el regazo de una pollera celeste.
Porque por algo fue que me diste
aquel jacarandá aquella vez. Algo que aún
no alcanzo a comprender bien del todo.
Solamente he aprendido que la belleza,
algún día, cae. Se va. Y que la flor fecundada
en esta especie, se torna dura; muy dura.
Como una boca semiabierta, reseca;
que no sabe muy bien qué decir.
Pero un día de estos, voy a traerte, mamá,
para que veas la inmensidad de lo que hiciste,
casi sin querer.
Allá arriba, buscando el sol,
está tu árbol, ahora.
ya tiene más de seis metros de alto.
¿Te acordás que era una plantita
de no más de diez centímetros?
No recuerdo muy bien cuántos años
hace de ese día en que vos, sonriendo,
lo pusiste entre mis manos. Pero me
acuerdo de que esa fue tu última sonrisa.
Un día voy a llevarte a casa
para que lo veas. Quizá en noviembre,
o diciembre, cuando se pone más lindo.
Vamos a mirar hacia arriba, los dos juntos.
Yo te voy a ayudar a mirar hacia arriba.
Y vas a verlo, acunándose como un niño
en el regazo de una pollera celeste.
Porque por algo fue que me diste
aquel jacarandá aquella vez. Algo que aún
no alcanzo a comprender bien del todo.
Solamente he aprendido que la belleza,
algún día, cae. Se va. Y que la flor fecundada
en esta especie, se torna dura; muy dura.
Como una boca semiabierta, reseca;
que no sabe muy bien qué decir.
Pero un día de estos, voy a traerte, mamá,
para que veas la inmensidad de lo que hiciste,
casi sin querer.
Allá arriba, buscando el sol,
está tu árbol, ahora.
Te tiré un puñado de tierra
para no enterrarte
del todo.
Manito sucia que no
se despide.
La misma que tomaba
tu garra
hace muy poco.
Tengo algo en la
nuez que sube y baja.
Como en la plaza
Belgrano, aquella vez
que había sol
y contemplábamos
aquel jilguero
balanceándose en el
medio de la tabla,
cantándonos el
mundo.
Mirando ahora,
retrospectivamente,
eras toda una niña
para mí.
Subíamos y bajábamos,
mirando al cielo.
El juego se detuvo.
No sé si vos estás
arriba
y yo abajo. O al
revés.
Sólo escucho aquel
último chirrido
que me dice que
hubo una tarde
en la que alguna
vez fuimos felices.
Selección
de textos: Jmp. En: “Lucía sin luz”, Ediciones El Mono Armado, 2016.
Gustavo
Caso Rosendi (Esquel, provincia de Chubut, 3 de agosto de 1962). Reside en la
ciudad de La Plata.
Imagen: Lucía.
Detalle de tapa.
1 comentario:
Hermoso, qué bello todo lo que escribe Gustavo.
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