1
El
día
es
un viejo demente
atado
a una rama de Dios.
La
noche
es
una paloma sin cuerpo
encerrada
en la palabra
que
la nombra.
Mi
alma,
pobre
damasco,
se
pudre
bajo
el sol
2
Aquello
que supe de la muerte
fue
una marca de tiza roja
en
el lomo del cordero.
La
pupila cegada de la liebre
cuando
asoma curiosa en el pastizal.
El
ruido de un sólo disparo
en
el galpón de las herramientas.
Nubes
negras descargando agua
sobre
las paredes de una casa vacía.
3
Buscamos
figuras en las nubes.
Buscamos
rostros en el fuego.
Buscamos
mapas en la corteza de los árboles.
Forma
desesperada de hablar con el todo.
Y
pensar que a veces
tu
alma y la mía
frente
a frente
no
saben qué decir.
4
Sabes,
creador
de todo,
que
el dolor ya estaba.
Incluso
antes
de
tu primera palabra.
5
Árbol
de lo muerto
se
curva tu espalda
buscando
la luz.
Duermas
donde duermas
los
ruidos de la noche
son
siempre los mismos.
Abre
tu pecho de anillos
que
viene cansado
ese
viejo juglar.
¿Cuánta
furia soporta una amapola en el río?
6
No
supimos habitar nuestro dolor
ni
hacer una fogata azul.
No
pudimos hablar
durante
la noche
si
vivir un día, como las efímeras,
es
mucho o poco tiempo.
No
pudimos adivinar formas
en
las manchas húmedas del techo.
No
pudimos habitar nuestro dolor
ni
encontrar sentido en los ruidos
de
un edificio abandonado.
7
Cuando
Dios nazca
lo
cuidaré.
Soy
un hombre aniquilado
pero
guardo algo de ternura.
Me
gustaría decirle
que
lo azul se llama cielo
en
toda su vasta extensión,
que
es una casa enorme
que
Él lo ha creado para ser eterno
y
que mi pecho
pequeño
y sin color
también
es un hogar.
8
Vendrá
el dolor
pétalo
transparente
astillando
la porcelana del día.
Vendrá
el dolor
aparcando
su navío
entre
pájaros oscuros.
Vendrá
el dolor
como
un azote de napalm
en
la espalda desnuda.
Vendrá
el dolor
y
será un enigma recibirlo
como
a un hermano.
9
Son
más de cien las señales de un regreso.
Esa
sombra discontinua que dibuja
el
níspero más alto del jardín.
El
sendero orquestado por chicharras
que
curvan su voz en el final.
Las
marcas que el fuego deja
en
la piel de una culebra.
La
calandria suave del día
que
la ciudad espanta con torpeza.
Tantas
señales veo desde aquí,
sentado
sobre mi muerte.
10
El
verano huyó
dejando
tras de sí
un
clavel muerto de miedo.
Algunos
pájaros se quedaron,
aquí
hay al menos dos
que
se llaman desde lejos.
No
tengo adónde ir
y
es lindo verlos hablar en la llovizna.
11
Hemos
colgado una corona de laurel bendecido para custodiar el sueño.
La
noche martilla duro
sobre
el lomo de los edificios.
Hay
pasadizos que salen y llegan
en
la garganta con miedo.
¿Cuántos
colores tenía el amanecer de mi pueblo?
12
Hoy
hemos visto una gaviota
como
flecha del aire
entrar
al mar y no salir.
¿Qué
seña de sal
flotaba
en el oleaje?
¿Qué
misterio de algas
acuna
en el fondo
su
cuerpo de ahora?
El
ángel del vuelo se irá
dejando
atrás lo abandonado
y
entonces ahí se quedará
rayo
blanco
en
el agua
hasta
que esta eternidad
sea
devorada por otra.
13
Ya
se aleja la luna,
redonda
cabeza de ajo
volando
sobre el tapial.
Mienten
quienes dicen
conocer
su corazón.
Es
blanca en la noche
pero
azul en el recuerdo
y
así pasa
titila
y
agoniza.
14
Madre,
me
quedo un día más.
¿Te
alegras?
Un
día más
bajo
tu suave sombra,
entredormido.
15
Supe
que te ibas
porque
hablabas todo el día
con
los muertos.
Porque
acariciabas
un
perro negro invisible
que
nunca tuviste.
Porque
le decías
ya
vamos,
ya
vamos.
16
La
estrella fugaz se desprendió
como
un botón del sobretodo
que
a veces se pone el cielo.
La
vimos caer detrás
de
los edificios del centro.
Ahí
donde también cayó
mi
amigo,
el
más triste,
desde
un balcón.
17
En
este pueblo
hasta
el viento huye
cuando
oscurece.
Así
de feroz
tiene
que ser la noche
para
limpiar tanta codicia.
18
En
este pueblo
todos
los ciclos
están
alterados.
Vive
una mariposa más
que
la raíz
del
sauce blanco.
Se
acuesta la luna
sin
dejar sus perros
de
luz en la vigilia.
Dura
tu nombre en el aire
tanto
que
no se irá.
19
La
raíz que crece a oscuras
cuando
se supone que todo está dormido.
Las
cucarachas que cruzan la mesada
cuando
se supone que todo está dormido.
Los
ricos que se hacen más ricos
cuando
se supone que todo está dormido.
El
tumor que rompe sus bordes
cuando
se supone que todo está dormido.
El
ojo abierto de mi padre en la tristeza
cuando
se supone que todo está dormido.
20
Con
garras afiladas
hiciste
una cueva
para
hibernar en mí.
Pero
ya no hubo veranos.
Y
seguís
vos
ahí
gran
oso blanco muerto
en
mi corazón.
21
De
la nada
florece
un río.
Muchas
almas
en
las márgenes
contemplan
quizá
con dudas.
Yo
me lanzo,
Señor,
sonriente
en
la deriva.
22
Me
siento en el borde de la cama
y
acomodo tu pelo.
Digo
tu nombre
después
el mío
y
después
uno
por uno
el
nombre
de
todas las cosas
que
quieren huir.
23
La
bilis negra enloqueció
al
barquero que te guía.
El
mapa de las estrellas
se
sacudió como un perro mojado.
Vas
prendida del milagro.
Siguen
tus dientes anclados
en
el cuero de la noche.
Hugo Conese (Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, 1 de noviembre de 1980) se presenta en las redes sociales como “Hugo Coneus”, es Profesor de Educación Física, poeta y compositor de canciones, reside en la ciudad de La Plata
Foto: jmp
1 comentario:
Es una belleza la poesia de Hugo!!! Gracias!
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