HUGO CONESE Sentado sobre mi muerte





1

El día
es un viejo demente
atado a una rama de Dios.

La noche
es una paloma sin cuerpo
encerrada en la palabra
que la nombra.

Mi alma,
pobre damasco,
se pudre
bajo el sol


2

Aquello que supe de la muerte
fue una marca de tiza roja
en el lomo del cordero.

La pupila cegada de la liebre
cuando asoma curiosa en el pastizal.

El ruido de un sólo disparo
en el galpón de las herramientas.

Nubes negras descargando agua
sobre las paredes de una casa vacía.


3

Buscamos figuras en las nubes.
Buscamos rostros en el fuego.
Buscamos mapas en la corteza de los árboles.
Forma desesperada de hablar con el todo.

Y pensar que a veces
tu alma y la mía
frente a frente
no saben qué decir.


4

Sabes,
creador de todo,
que el dolor ya estaba.

Incluso antes
de tu primera palabra.


5

Árbol de lo muerto
se curva tu espalda
buscando la luz.

Duermas donde duermas
los ruidos de la noche
son siempre los mismos.

Abre tu pecho de anillos
que viene cansado
ese viejo juglar.

¿Cuánta furia soporta una amapola en el río?


6

No supimos habitar nuestro dolor
ni hacer una fogata azul.

No pudimos hablar
durante la noche
si vivir un día, como las efímeras,
es mucho o poco tiempo.

No pudimos adivinar formas
en las manchas húmedas del techo.

No pudimos habitar nuestro dolor
ni encontrar sentido en los ruidos
de un edificio abandonado.


7

Cuando Dios nazca
lo cuidaré.
Soy un hombre aniquilado
pero guardo algo de ternura.
Me gustaría decirle
que lo azul se llama cielo
en toda su vasta extensión,
que es una casa enorme
que Él lo ha creado para ser eterno
y que mi pecho
pequeño y sin color
también es un hogar.


8

Vendrá el dolor
pétalo transparente
astillando la porcelana del día.

Vendrá el dolor
aparcando su navío
entre pájaros oscuros.

Vendrá el dolor
como un azote de napalm
en la espalda desnuda.

Vendrá el dolor
y será un enigma recibirlo
como a un hermano.


9

Son más de cien las señales de un regreso.

Esa sombra discontinua que dibuja
el níspero más alto del jardín.

El sendero orquestado por chicharras
que curvan su voz en el final.

Las marcas que el fuego deja
en la piel de una culebra.

La calandria suave del día
que la ciudad espanta con torpeza.

Tantas señales veo desde aquí,
sentado sobre mi muerte.


10

El verano huyó
dejando tras de sí
un clavel muerto de miedo.

Algunos pájaros se quedaron,
aquí hay al menos dos
que se llaman desde lejos.

No tengo adónde ir
y es lindo verlos hablar en la llovizna.


11

Hemos colgado una corona de laurel bendecido para custodiar el sueño.

La noche martilla duro
sobre el lomo de los edificios.

Hay pasadizos que salen y llegan
en la garganta con miedo.

¿Cuántos colores tenía el amanecer de mi pueblo?


12

Hoy hemos visto una gaviota
como flecha del aire
entrar al mar y no salir.
¿Qué seña de sal
flotaba en el oleaje?
¿Qué misterio de algas
acuna en el fondo
su cuerpo de ahora?
El ángel del vuelo se irá
dejando atrás lo abandonado
y entonces ahí se quedará
rayo blanco
en el agua
hasta que esta eternidad
sea devorada por otra.


13

Ya se aleja la luna,
redonda cabeza de ajo
volando sobre el tapial.

Mienten quienes dicen
conocer su corazón.

Es blanca en la noche
pero azul en el recuerdo
y así pasa
titila
y agoniza.


14

Madre,
me quedo un día más.

¿Te alegras?

Un día más
bajo tu suave sombra,
entredormido.


15

Supe que te ibas
porque hablabas todo el día
con los muertos.
Porque acariciabas
un perro negro invisible
que nunca tuviste.
Porque le decías
ya vamos,
ya vamos.


16

La estrella fugaz se desprendió
como un botón del sobretodo
que a veces se pone el cielo.

La vimos caer detrás
de los edificios del centro.

Ahí donde también cayó
mi amigo,
el más triste,
desde un balcón.


17

En este pueblo
hasta el viento huye
cuando oscurece.

Así de feroz
tiene que ser la noche
para limpiar tanta codicia.


18

En este pueblo
todos los ciclos
están alterados.

Vive una mariposa más
que la raíz
del sauce blanco.

Se acuesta la luna
sin dejar sus perros
de luz en la vigilia.

Dura tu nombre en el aire
tanto
que no se irá.


19

La raíz que crece a oscuras
cuando se supone que todo está dormido.

Las cucarachas que cruzan la mesada
cuando se supone que todo está dormido.

Los ricos que se hacen más ricos
cuando se supone que todo está dormido.

El tumor que rompe sus bordes
cuando se supone que todo está dormido.

El ojo abierto de mi padre en la tristeza
cuando se supone que todo está dormido.


20

Con garras afiladas
hiciste una cueva
para hibernar en mí.

Pero ya no hubo veranos.

Y seguís
vos
ahí
gran oso blanco muerto
en mi corazón.


21

De la nada
florece un río.

Muchas almas
en las márgenes
contemplan
quizá con dudas.

Yo me lanzo,
Señor,
sonriente
en la deriva.


22

Me siento en el borde de la cama
y acomodo tu pelo.

Digo tu nombre
después el mío
y después
uno por uno
el nombre
de todas las cosas
que quieren huir.


23

La bilis negra enloqueció
al barquero que te guía.
El mapa de las estrellas
se sacudió como un perro mojado.
Vas prendida del milagro.
Siguen tus dientes anclados
en el cuero de la noche.







Poemas del libro inédito Clarividencia
Hugo Conese (Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, 1 de noviembre de 1980) se presenta en las redes sociales como “Hugo Coneus”, es Profesor de Educación Física, poeta y compositor de canciones, reside en la ciudad de La Plata
Foto: jmp

1 comentario:

romero_olga_edith@hotmail.com dijo...

Es una belleza la poesia de Hugo!!! Gracias!