EUGENIA STRACCALI No vas a encontrarme cuando despiertes




N POR NION (fresno acuático)

Este árbol
crece
en el mar
y sus ramas
fueron remos
para las barcas
a la deriva
que recorrieron
un oleaje muerto,
un naufragio
permanente.

Sus raíces se hunden el fondo
del bosque cristalino en el que habito.


H POR UATH (espino)

Este es
un árbol infausto
de su madera
se ofrendan
antorchas a Saturno
que marca
mi pulso lento
mi tiempo
en el mundo.
Aunque
a veces
muero
ahogada
sin espasmos
cuando entro
algo narcotizada
algo turbia
en este río amarillento
de reflejos ocres
y corriente silenciosa…

Me tengo que ir.

Mirá:
este camino ondulante
te lleva a la cumbre
donde brillan los ciervos
en su estrepitosa y bella
corrida hacia el sol.
No puedo acompañarte.

Aclaración:
Las Lamias no pueden hablar,
se expresan mediante silbidos melodiosos.
pero atraen a los viajeros
lentos como vos, para devorarlos.


G POR GORT (hiedra)

Soy ceniza
en esta ánfora
coronada de hiedra
¿qué puedo decir?
Fui sacrificada
como un animal.

Cuando llegues
a tu ciudad
y sientas
la lengua
seca y agrietada
no vas a poder beber…

mis ojos de espanto
van a perseguirte.


A POR AILM (abeto)

I

Inmediatamente
desangré mi resina en el mar.

Con esta madera oscura
se hizo
el caballo de troya:
morir traicionada supone
casi siempre
la resurrección
flor que crece en el fango
rosa negra,
quebradiza.

En la intemperie de la isla
la desmesura de las estrellas
expande
la soledad de Ariadna
es tan fina la línea que separa
el agua y el cielo que
todo es un mar estelar
en la mirada.

Sé que hay que soñar
en el umbral
entre el día y la noche,
esas imágenes son
como huellas frágiles
perdidas en el follaje.

Sé que no debo
soñar con tu rostro
ni siquiera
con tu ropa
ni con tu voz
hundida en el vientre del bosque.


II

Esta misma
araña
tejió
su extensa
plateada
y leve
tela
para cubrir
mi cabeza
antes de ser decapitada.

Medusa se refleja en tu ojo quieto.


U POR UR (brezo)

Sobre este árbol
mueren
inocentes
sin saber que
las abejas
han construido
su reino.
Dentro nadie calma
el temblor
ni el zumbido
agobiante:

aguijones
cuerpo hinchado
ya estás muerto.
Es la vigilia.

No vas a encontrarme
cuando despiertes.


LA TIMIDEZ DE LOS ÁRBOLES

¿Sabías que
las hojas
de los árboles
no se tocan?
Por eso
podemos ver
fragmentos
de cielo
ahora.

Es posible
que hayas contemplado
alguna vez
que bajo las copas
de los árboles
se forma
un reguero
de líneas azules,
entrelazadas entre sí
de forma extraña,
impidiendo que las ramas
puedan intercambiarse
cuando emergen
de los troncos.

¿Conocías esa experiencia surreal?

Yo tampoco.

Los árboles parecen diseñados
en sus límites
para mantenerse
separados
los unos de los otros:

grieta de timidez le dicen,
si bien hay una lucha por la luz.


LA CAVERNA DE LAS BRUJAS
(Isla de Man)

I Afuera

¿Deja un pájaro
alguna huella de su vuelo?
Tal vez en el aire
etéreos trazos
indescifrables.

¿Por qué queremos verlo?


II. Adentro

Este miedo
se traga
el cielo nocturno
con su boca
de ballena.
Aquí estoy

grabada
sobre
la roca
cavernosa

y sé
que
la
única
realidad
posible
para
el
tiempo es
el instante,

la meticulosa
forma
que el agua
ha tallado
gota a gota
en la piedra caliza
en el centro mismo
de la tierra:
estalactitas
velos de algas
capullos de insectos
columnas rupestres
flores de cuarzo
huevos transparentes
paredes tapizadas
de agua
leves cascadas inquietantes
mantos de fósiles marinos
(amonites, bivalvos).

En la caverna
no hay horas
el tiempo es de Aión
con su rostro de viejo
y niño a la vez.


III. Afuera

Esta isla está por desaparecer.

Y vos no estás.


TESEO Y ARIADNA
(Reescritura de un poema de Robert Graves)

A través de la sombría grama bajo las viñas,
él suspira:

"Profundamente hundida en mi pasado erróneo
ella vaga por las ruinas, los asolados céspedes"

ilesa y sin embargo
torcida por el tiempo,
avasallada por los pinos
donde por primera vez
él se fatigó
de su constancia.

Él no siente culpa
es injusto.

Cuando tiemble el invierno en la isla
cubrile los hombros
con las plumas de los cisnes.
Verdades hay en el viento
y la hora es negra,
yo te amo
dice y se va
a las entrañas
de la cueva
con paso más seguro.

Antes
el miedo era más fuerte
y su odio era
trueno en el aire;
después lloró cuando los pinos
agonizaron
con ráfagas de viento.
Las flores la miraban
con frenéticos ojos,

y ella lloraba.

A él, ahora
que todo ha concluido,
ella nunca lo sueña,
mas invoca
una bendición
sobre todo aquello
que él supone
ripio y mala hierba;
jugando a ser
la habitante
para huéspedes más nobles.


Ceno en casa de un amigo. Mi amigo habla desde la cocina. Controla “el lomito” (pequeño, pequeño), “no tiene que quemarse”, dice. Cierra la puerta para que el humo que brota de la plancha no se confunda con el estar. Habla y la pared impide saber sobre qué tema (¿la poesía, la casa, los hijos?). Miro la pequeña biblioteca. Veo este libro y otro. Cuando regresa, con su permiso, le digo que “pronto te los devuelvo”. En casa leo y selecciono estos textos.
En El alfabeto de los árboles, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2018.
Eugenia Straccali (La Plata, 1970). Foto: Jmp

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