CANTO
Lo primero es el
viento,
que recoge el
suspiro de tu boca,
y lo lleva —profético—
por sobre los
desiertos del aire, hasta los muros
donde la eternidad
es una hiedra
que pende hacia el
azul, y donde el día
florece a lo alto
entre la antigua nieve,
y va la vida en
calma
como por su jardín
que el sol envuelve
de silencioso
fuego.
Y luego el canto,
el frágil
señor de cuanto
dice
por ti la tierra,
el cielo, y el infierno,
cuando te aprieta,
último, solidario
el frío anillo de
la muerte
clavado en ti como
la misma vida:
oculto y tenso
señor de cuanto
miras, es el canto;
señor de cuanto
dices es el viento
que repite tu
nombre y te propaga
como un ídolo
extraño
que golpea tu
frente, y lanza el eco
de tu nombre al
olvido.
ARTE DE AMAR
Penetro en la mujer
y escucho
si la voz interior
soñada
debajo de álamos y
sauces
es nuestra voz, y
si la imagen
que el Amor inventó
coincide
con el rostro que
en mí reposa,
con la respiración
suspensa
y el mar cerrado de
los ojos suyos,
y el ritmo de su
mente.
Furtivamente bajo a
ella, escucho
el asiduo rumor
marino
que el choque del
mar con la arena produce,
cuando náufragos
despertamos
de algún
interrumpido sueño:
costa independiente
y lejana
—dorada costa,
acógeme—
egoísta de pura
entrega,
me parece de
pronto, sin árboles,
sin nada maternal,
rocosa.
En tinieblas mi
mano
quisiera ser la
tuya: el rostro
que acariciaba era
de pronto el mío,
y ese caer de toda
ligadura
que definí en
secreto cual esencia
del puro Amor, era
mi abismo,
porque en el fondo
de él estaban
las sucesivas
muertes,
los golpes
numerosos, el pasado
en la clausura
frágil de una idea
de pervivencia
personal, y el lento
ritmo de un corazón
cuyo motivo era su
nombre. (Oscuros
son los caminos del
Amor, oscuros
y circulares.)
Tras el vuelo
descubres que
tenías
tu propia mano
aprisionada, el beso
besó tu propia
boca, y el reposo
eran tus propios
músculos cansados,
sus voces tu
palabra y ella misma
tu nombre y tu
figura, su sonrisa
cualquiera de las
tuyas
cuando, al
atardecer, sentado
frente a un antiguo
texto o frente
al espejo que te
devuelve
más viejo que
quisieras,
fina, secretamente
le sonríes
al rostro
imaginario, imaginado
de la que más
lejana que tú mismo
en tu propia
soledad reposa.
En:
“Naranjos de fascinante música. Poesía contemporánea de amor en La Plata”,
Libros de la talita dorada, 2003. (De “El mundo extraño”, 1956). (De “Ensayos
elegíacos”, 1968).
Norberto Silvetti Paz
(Tucumán, 6 de junio de 1921 – La Plata, 3 de febrero de 2005). Traductor,
poeta. Vivió en City Bell. Publicó en poesía: "El mundo extraño", 1956; "Las
noches y la pena", 1957; "La tribulación y el Reino", 1959; "Poemas", 1961; "Ensayos
elegíacos", 1968; "Cifras, signos, estaciones", 1976; "Y nadie me responde", 1982; "La noche de Odiseo", 1995.
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