Graciela Falbo y JMP en La Plata, 6 de septiembre de 2021 |
EL LLAMADO DE LA MONTAÑA
(Notas de inicio)
Un día me trajo dos piedras pequeñas a cambio de que yo las devolviera a su sitio sagrado. Creía en el poder de la montaña atrayendo sus piedras a volver. Confiaba.
Dejé las piedras en mi canasto de cantos rodados. El sol de la mañana tocaba el mimbre, algunas veces la luz cantaba como un grillo. Así trocaba el sol las piedras.
La fe es fuerza poderosa. Dicen que ignorar el sentido de su dirección puede llevar a la dicha o al fracaso.
En la noche callada
escuché
el murmullo de mi cuerpo.
Su pequeña voz, un río,
alborotando al mundo con su canto.
Era la fiesta del cuerpo llamando.
Era la fiesta de los cuerpos
compartiendo el deseo de perdernos
por las calles del mundo.
Voy entre las piedras.
No me engaña el frío de su tacto ni su apariencia cerrada.
Ellas custodian el río que me lleva.
EL CAMINO
(Entrada al amanecer)
Un laminar de oro
despeña la madrugada.
Imagino lo antiguo
sólido como los templos.
El tren avanza.
Veo
lunas oscuras.
Voy.
Todavía no sé
qué es
peregrinar.
En la cabina
conjugo verbos,
nombres de dioses,
sabedores de astros
y de flores rojas.
Alguien nombra
el penar de los cuerpos.
Niñas.
Vírgenes.
En el fondo del barranco
el polvo pesa.
Sol en la piedra
labra la memoria de los días.
Somos
los nacidos
de las aguas.
Alimento
en la fiesta del hambre.
Duraremos,
hasta que
un nuevo sueño
nos despierte.
El tren nos lleva.
Somos
un coro de alegres turistas,
soñadores de paisajes.
Los sonidos
abren.
Los olores
mandan.
Alguien nombra al río
Urubamba.
Antes fue
sonar del viento,
cloquear del agua,
descanso
en la tierra sin tiempo.
¿Quién creó
el color de las flores?
Una vez
cada cosa se nombró
a sí misma.
Luego todo nombraba.
El tiempo preñado
mugió
su primer vagido.
Él señaló las cumbres,
su dedo fue el pico
del pájaro Inti,
El Nombrador,
el creado por palabras.
Pliegue
por pliegue,
nombró la montaña.
Miró
el sol
quieto.
Y vio
que fingía girar
del día a la noche.
El golpe de la piedra en el agua
sonó.
Entonces la vimos.
Palabra a palabra
un niño canta
lo que no conoce.
Eso a nadie
le parece un milagro.
Pétalos,
alas de colibrí,
salto de la langosta,
ondulación del gusano.
Cada cuerpo cantó su nombre.
También hoy
canta mi cuerpo,
respira.
Fibras, vellones.
Espinas como agujas
escarbaron
los senderos de frutos.
La tierra bebió el sol
para que el mundo aparezca.
Festejaron
la alianza de la luz
con la garganta de la piedra.
Descubrieron
que el oro repetía en sus vetas
la escritura del sol.
Era el ojo del jaguar.
Era el flujo de las aguas celestes
la puerta
por donde entraron
millones de estrellas.
Fue el tiempo consagrado
en medidas de oro.
Cada noche
Los dioses se ocultaban
los cuerpos dormidos resplandecían de inocencia.
Nos amamos en los surcos de la tierra mientras
entramos y salimos de la noche.
Voy.
Perdida
entre las infinitas pistas
que el azar multiplica.
Otras criaturas llegan
con nuevas señales.
Los ancianos
pliegan las voces.
Lo dicho
queda
amansado
en las piedras.
Todo ocurre otra vez.
Cada vez que nace un niño
la lengua se alborota.
Las palabras cantan.
Es algo.
Como un vagido.
Cada vez.
Una ola cae en la siguiente.
Juntos cantamos,
olvidados del poder de cantarnos.
O vamos solos.
Como
alguien
que mira la vida
de cerca
y no la ve.
Lo que destroza palpita en su
mano y él dice, ciego:
conocer es sacrificio
Vine a traer piedras a las piedras.
Al polvo
donde los cuerpos
donan
su memoria.
Adivino el futuro:
otros dioses.
Sueños nuevos.
Entonces no acaba
solo
cambia el sonido.
Es esto hermoso que parece un juego.
El color infinito de una gema
bajo el mismo sol,
el mismo fuego.
Todas las cosas que reinan
en este mundo
lo nombran
cuando callamos.
El mundo de arriba y el mundo de abajo.
Tren Tren y Cai Cai Vilu.
Cada sombra trae nueva luz,
cada luz, un nuevo enigma.
El presente.
Tiempo
de la culebra,
río de seda oscuro
se desliza
sin márgenes.
Entra por todas partes
viscoso, verde,
profana.
Trae y lleva,
lleva y trae
olas, llantos,
aguas, barro.
Me dejo caer en
el chasquido del agua.
El mundo de arriba.
La montaña,
-dicen los antiguos,-
ordena nuestro asombro.
Pone palabras donde (no) van.
La palabra, mientras tanto,
se pliega en sí misma
deja
señales ocultas,
tan a la vista
parece
que no existieran.
Mirando a la distancia
cada piedra es igual
Buscadores,
todo está en su lugar.
Veo un pájaro rojo.
¿Cuándo sonido y tiempo
se encuentran?
Una flecha
primero es árbol,
luego ave,
por fin herida.
Abajo un río.
Urubamba
un sonido
parecido al agua
entre las piedras.
Es agua
contenida en su corriente,
creadora de sus márgenes.
Canto a la lluvia.
Es el olor de los líquidos
del mundo.
El acueducto inca
baja de la noche,
la piel de mis manos
madura en la montaña.
Voy hacia la pared sagrada.
Veo solo una peña
lisa como la luna.
La tez de una niña.
Se mira en el lago.
Sola.
Hay algo demasiado liso.
Tan liviano.
Estoy
en un callejón
que sube
(los colores del aire)
buscando.
Verdes, ocres,
las polleras rojas
arden en la calle,
colores de la tierra.
Mastico coca.
Ensalivo la hoja espesa y pido
al cuerpo
que me deje seguir.
La chola con su cabra blanca
posa para la fotografía
ella sabe que su cuerpo
completa un paisaje.
Luego la tejedora,
con lanas nuevas,
teje
el viejo canto del tiempo.
En la feria, el pueblo,
organiza una radio local,
pide un límite a los tours.
La ceguera saqueó
la luz de las semillas,
domesticó
la memoria de la piedra.
La luz cayó.
Pero en las noches
hablaban
los sueños.
Y otra vez nos
nombramos,
con las manos,
con los pasos,
los acuerdos.
¿Cuándo palabra y pueblo
se vuelven cuerpo?
El color de la piedra
su lisura
la indolencia
con que el sol me llama.
En la altura mi corazón se agita
como si en lugar de un viaje
esto fuera
un destino.
Mi corazón late
me llama a volver.
Respiro.
No me importa perder
el sueño de la noche.
Nada pierdo,
es un sueño
lo que me trajo hasta aquí.
Reconozco el lugar.
Es el tiempo contado por la montaña.
El tiempo hablado por las piedras.
En la vereda de un templo.
cumplo
mi ceremonia solitaria.
En cuclillas,
devuelvo las piedras
a ese lugar
que hago existir.
Liviana
gano algo que no entiendo.
Me obedezco.
¿Qué más hacer
sino seguir el sueño que me lleva?
Nadar en el río de las voces,
navegar en el sueño del tiempo.
TREN DE REGRESO
Las camareras nos sirven café,
los camareros se visten de dioses.
Máscaras y plumas,
la empresa no quiere que
los turistas regresemos
con las manos de la credulidad vacías.
Flores rojas se derraman
al borde de las vías.
El paisaje se queda.
Envuelta en el olor de la tierra
dejo lo que puedo.
Son las cinco.
Despojada y real
me reafirmo
en el correr de mis actos banales.
ZONA DE LLEGADA
Son las nubes.
La rama del jazmín,
la hoja púrpura, el ciruelo.
Es la tierra
las hojas de diciembre,
el tronco del manzano
que rompió la tormenta,
sus frutos vivos,
verdes todavía.
Algo de todo eso.
Miro nuestra casa antigua.
Sus paredes.
Las baldosas gastadas,
Las ventanas abiertas.
Eso opaco
que no es.
Sentada en el pasto
escucho lejos,
un canto
de cigüeñas.
Respiro:
hola primavera,
estoy acá.
Es otoño otra vez,
parece invierno.
Vendrán nuevas lluvias,
el invierno oscuro,
el viento de otoño,
Otra primavera
los frutos del verano.
Hundo los pies
en la gramilla fría,
entran por mis plantas
millones de voces.
Vibra en mi cuerpo,
el perfume a suelo fértil
dulce y agrio
delicado, áspero.
Veo el baile blanco
de las abejas
sobre las flores del jazmín.
Recupero
el asombro de los dioses.
Las tejedoras urden
el secreto
de su red.
El hilo de oro que da forma a la trama
es celebración.
Ellas cantan
su vuelo.
Fecundan.
Soy mi madre,
Soy también mi hija.
Todo nacer es solidario,
Todo fecundar es recíproco.
Tejedoras.
En el corazón del tiempo
ellas buscaron
el más antiguo de los días
hilaron con sus sedas
lo que reconocían,
el ardor de la sangre,
la duración.
Bordaban en sus mantos
el color del enigma,
los cambios de ropajes,
la unión de oleajes y contiendas.
Celebraron la fiesta
del reino.
Las banderas de los bandos
se agitan como si pertenecieran.
Pero ninguna venció
a la oscuridad.
En los rostros de los vencedores
se estampan las capas del miedo,
el dolor de los hijos de la conquista,
de las madres
que no dejan de parir.
Tejedoras
somos
nuestras madres
los dedos gastados
sosteniendo los hilos
que van hilando las hélices del mundo.
Eso que queda,
y lo que se fuga.
Fiesta, castigo y dolor.
Camino mientras voy
y, andando,
la huella
me alcanza.
No sé si voy de ida o de regreso.
Es igual.
Llevé las piedras a su lugar sagrado
y ellas me trajeron hasta acá.
En La duración, La Gran Nilson, Buenos Aires, Argentina, abril de 2021
Graciela Falbo nació en la ciudad de La Plata en 1951 / Cuidado de los textos y fotos: jmp / Más poemas de Graciela Falbo en Aromito
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