I
Oscuridad en este perfil de mi
rostro.
Oscuridad
en esta continua abjuración del ser.
Y sin embargo hay algo
evanescente
en la
travesía de la tarde:
desde tu espalda,
desde tus ojos
un
pájaro acaba de inventar el cielo.
(En los despojos de un exilio
hemos gozado con la precaria
ignorancia de la belleza.)
No compares tu dolor
con mi
crueldad:
entre las piernas
el deseo
puede herir al juego.
Basta de no decir algo del
poema,
algo
que
ablande al agua calcinada
en diamante.
Algo
como
el viento reducido
al
vuelo de un ave
capaz
de escoriarme
la
carne nocturna:
ese animal que paga con la muerte
su minuto de asilo
en el fondo de tus ojos:
(Sin embargo espero
como Dios espera la piel de los
inocentes
para tatuarse.)
II
Nadie puede alejarse
del fuego
ni de
las cosas terribles.
Fuera
de las palabras
no más casa.
Suele suceder que un sueño
parido
prematuramente
envejezca
un bosque sobre tu carne
y
muerda en tus ojos
su
fronda luminosa
de perro estrellado.
Entonces
déjate errar
hacia el silencio
o
empoza cada palabra en el corazón
para
no decir
el
otro nombre de tu muerte.
(Los espejos pulverizarán su
inocencia
para que Dios olvide
nuevamente.)
III
Los metales
adquieren
todas las formas de la muerte.
Ésta
es mi máscara:
un papel de arroz.
Cómo asumir el rostro
que la
desmemoria me adjudica,
si la
brisa
cuece del arco iris
lo que mañana
ha de
ser celebración de la tristeza.
(Frente a esta penumbra aún
es verosímil un reflejo:
sólo es agua el reverso del
diamante.)
POEMAS INÉDITOS
animal en llamas,
la
noticia se propaga en los desarmaderos de la lluvia:
se muere este domingo
como
morirá la memoria de la luz
cuando
se encienda el primer candil
Una
mano cerrada y en su palma la misma noche dentro
negra
y absoluta en su ceguera,
espejo
boca abajo
Lentas
las calles que han respirado bajo nuestras sombras
pasan
una a una
nada
volverá a ser
Habrá
otros amaneceres donde tu mano se aferre a la mía
donde
el sudor del olvido deje intacta la sangre
y nos
regrese del exilio
Estos
y otros seremos
en los
cotidianos gestos de la ternura
en la
melancolía de los muslos
en la
fiebre de la mirada.
Iguales
a la hora del milagro
iguales
en el segundo del dolor.
(La
ciudad se detiene en sus campanadas
en
las hojas que jamás conocerán al río)
Marzo de 2015
a visitar los trenes he ido,
quedo
mirándolos
y no
se trata del crepitar de la tierra bajo los pies,
esa
sensación de que algo se desprende en la noche
el
olor rancio entre gasoil, sudor y lejía
distinto
de otros olores,
las
manos en los bolsillos contando las silabas
mientras
tu vocecita aún lee la prosa del transiberiano
y da
vueltas en mi sangre:
“Dime, Blaise, ¿estamos muy
lejos de Montmartre?”
Pero
aquí no hay transiberianos,
sólo
tristes andenes y vías casi muertas donde la miseria y la ignorancia
tienen
su fiesta a diario.
Estoy
sola en el frío
mirando
un tren que se va.
Marzo de 2015
Ahí está parada en la vereda,
fina,
limpia y dueña de una seducción asimétrica
como
la de las nubes.
Sólo
deletrea mi nombre,
pero
aún no me llama,
no lo
canta con la voz de mi madre.
La
dejo estar recortada en esta luna feroz de diciembre,
mientras
una taza de té entibia mis manos
como
las entibiaron los pechos del aire
que sí
me llamaron para destrozar mi aliento entre sus muslos:
piel y pellejo
mordedura de una lágrima
tatuada en el revés
de su lengua,
gemidos huérfanos
cautivos en una almohada
donde no hay reposo
vaivén de mariposas y estrellas
fuego que humedece lo que toca
y no devora las entrañas
lentas del olvido.
La
misma ausencia ahogándose en un grito hasta morir con la boca cubierta.
Sola
ahí fina y limpia, parada en la vereda de este año
donde
todos fuimos un poco peregrinos del desamparo,
espejo
de mí en el que aún me miro y aguardo en silencio
la luz
de tu candil, las letras de mi nombre.
Diciembre de 2020
No tenía ganas de escribir,
sólo
me senté a ver la vida que rueda como monedita
desde
este lado donde es diciembre
y los
jazmines comienzan a hacer su marcha hacia las palmas de mis manos,
me
senté a esperar que venga una ola del mar de la china
que
traiga farolitos y mariposas
y se
lleve los agrios trapos de los muertos.
Me
senté entre la pila de libros y los ruidos de los muebles,
afine
el oído y acompase el corazón entre las letras y las vetas
construí
una ventana nueva que da a todas las despedidas
y
tengo una cocina pintada con la sangre de una lechuga.
Me
senté en esta noche a cortar hojas para enhebrar los sueños
Sin
saber que algo de todo rodará hasta tu umbral como una monedita
para columpiarse
en tus manos.
Diciembre de 2020
Ya las cuchillas se han
retirado del campo de batalla
y toca
desmontar sigilosamente el árbol
también
pasó a retiro la tropa de cucharones, peroles y trapos.
Sólo
basta un instante entre el agua que corre y una alacena donde se cobija la
soledad,
para
afirmar:
las fiestas han
terminado.
Queda
abrir las ventanas
dejar
salir al sol que alguien trajo en una mandarina
levantar
las migas que dejaron los muertos,
vendarse
las muñecas rotas
alinear
la sonrisa con los pies
y
salir a transitar la historia de esta mañana.
Enero de 2021
En
Dossier para el olvido, Editorial
Vinciguerra, Buenos Aires, 1996 y poemas inéditos / Selección de textos y fotos:
jmp / Celia De Luca nació en La Plata el 17 de octubre de 1960
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