CASTILLO1
Por José María Pallaoro
“Hasta aquí llegó la vida, dices, y tu
dedo toca el muro. / Hasta aquí llegó la muerte, dices, y señalas el dintel. /
Pero si pones el pie donde estaba el umbral, / si te acercas con la rama de
albahaca y un gallo en los brazos, / las sombras vendrán rápidamente a tu
encuentro...”.
Horacio Castillo quiso ser pintor en su
amada Ensenada (donde nació un 28 de mayo de 1934), pero había un diccionario y
en el diccionario estaban las palabras, y con las palabras se podía dejar,
intentar dejar a un lado la soledad, e iniciar un viaje, un viaje interior, un
viaje de ideas, de pensamientos, de asombro, de alegría, de poesía. La
imaginación y la organización de esas palabras. Y el mundo. Y la realidad, en
el afuera. Y la realidad, en el adentro. Y las lecturas, las fundacionales:
Rubén Dario, Ricardo Molinari, Hölderlin. Y la escritura, y la evolución desde
la realidad, esa que percibimos, a lo que está más allá, y la ruptura en 1974
con Materia acre. Y el intento,
siempre intentar, de renovar, reinterpretar, enriquecer la palabra. Y ahora sí,
la poesía. Y Castillo buscó la resignificación lírica. La traducción. Elytis,
Kafavis, Ritsos, Severis, Vretakos. Poeta y traductor, buscó el misterio en la
luz, aunque frecuentara oscuridad y transparencia. Buscó hacer visible lo
sustancial. El poema dice más, creía. Y creía. Creía en la Belleza. Creía en el
arte como metafísica pura. Creía en la poesía como vía de comunicación de lo
divino con lo humano; lo lejano, lo más lejano es lo que perdura. Creía en el
poema como objeto estético. Creía en que enriqueciendo la forma se puede
alcanzar el supremo contenido. Creía en la palabra como expresión de lo
esencial. Tanto lo creyó que la llevó hasta el límite. Hasta tachar en Mandala (su último libro individual
de poemas) la palabra “palabra”. Para que “hable”. Y después, estar callado.
Pretender quedarse callado un 5 de julio.
Pero no pudo, no podrá. Sus poemas nos
acompañarán siempre. Aunque nos sentemos donde antes estuvo el umbral y
cerremos los brazos y encojamos las piernas e intentemos dormir en la matriz
del llanto, y volvamos al sueño.
Hasta que el gallo cantor nos despierte,
otra vez, con su voz de nuevos vientos.
1 Publicado el 7 de julio de
2010 en diario Diagonales de La Plata.
MONO LLORANDO
SOBRE UNA TUMBA
Aquí la boca se llena de espuma, el oído de
truenos,
aquí fracasa la lengua prensil.
¿Pero qué prueba esta piedra? Esta opacidad, ¿qué protege?
La mano que ardió en el interior del hormiguero
acaricia ahora el lomo pardo de lo inerte,
y debajo o detrás, hondo o lejos, algo se eriza,
demasiado callado para no ser, demasiado vivo para ser,
eso que viaja para siempre de silencio en silencio,
hacia silencios que jamás acabarán.
aquí fracasa la lengua prensil.
¿Pero qué prueba esta piedra? Esta opacidad, ¿qué protege?
La mano que ardió en el interior del hormiguero
acaricia ahora el lomo pardo de lo inerte,
y debajo o detrás, hondo o lejos, algo se eriza,
demasiado callado para no ser, demasiado vivo para ser,
eso que viaja para siempre de silencio en silencio,
hacia silencios que jamás acabarán.
BOSQUE EN
LLAMAS
Esta intrincada red de ramas y reflejos es nuestro
habitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: la vida al rojo.
Pisa el umbral: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: la vida al rojo.
Pisa el umbral: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio.
Horacio Castillo (Ensenada, 28 de mayo de
1934 - La Plata , 5 de julio de 2010).
José María Pallaoro (La Plata, 1959).
Foto: Archivo de la talita dorada. Horacio Castillo,
Néstor Mux y José María Pallaoro. Circa 2003.
2 comentarios:
Excelente homenaje. Poemas inolvidables, eternos.
Gracias JO. Mi abrazo.
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