IMAR LAMONEGA El corazón es patria soñada, prometida





PRELUDIO: DE AMORES Y ETERNIDADES

BERISSO, NOVIEMBRE DE 1956

 

BERISSO, MARZO DE 1958

 


CON EL ROSTRO QUE MÁS AMAS

A uno le acontece debajo de sí mismo
otro, más parecido,
a juzgar por el cambio de luces en sus ojos
y el modo de volar su boca hacia la mía.
También me pasa
gente que ni conozco,
mucha cuando me asomo al nuevo corazón,
y yo encantado de serles, imaginen:
nace coral la voz, el acto, el ojo.
Claro, te hacen de todo,
menos meterte miedos, mitos de la muertita,
para que no le pierdas la vista al pueblo.


PRESENCIA DEL NIÑO

Buenas noches, amor mío.
¡Trajeron rosas! ¿En dónde?
¿Qué debo estar confundido?
Es extraño…Si no mientes,
es que perfuma el retoño
que comba ya tu vestido.


¡NACIÓ MI NIÑA!

Río
¡nació mi niña!
corre de ceibo en ceibo
por esas islas,
despierta las hortensias,
grita a la viña:
¡nuestro poeta tiene una niña!

¿Gorrión, has escuchado?
¡Nació mi niña!
vuela de nido en nido,
de orilla a orilla,
hasta que todo el monte
murmure al alba:
¡Nuestro poeta tiene una niña!


PRIMER MOVIMIENTO.
BANDONEÓN MEMORIOSO

POETA ESTIBADOR

pensás al ver los focos en clima de anfiteatro
y saltás varonil sin camisas silbando
a estibar voluntario en la panza del barco
cuando el güinche de pronto iza la tonelada
el estrobo hipnotiza penduleando carajo
alarga apergamina mi jeta de italiano


CANTO AL SUBURBIO

Suburbio triste
de la enorme pena.

Una cola de gente
baja la escalinata
del muelle
y el barquero  –Caronte,
que fuerza tienes!–
pone proa a un infierno
entre barcos ingleses.

Hay un duelo de brisas
en el ambiente:
la gris trae denso güano,
delta la verde,
y un griterío enorme
por las paredes.

Pasan blusas ceñidas,
tacos alegres
y piropos blandidos
como un ariete.
El tango Cambalache
va con las gentes.
Todos al monopolio
que mata reses.

Color pobreza el cielo.
Ningún juguete en los escaparates.
Llueve.

Suburbio, te he leído
desde purrete
con una gran canasta
por esos muelles
y sé que eres buen libro
porque no mientes



SEGUNDO MOVIMIENTO.
PARA PIANO DE RON TOCADO ANTE LAS OLAS

Cuando pisé el exilio
sentí pasar lentísimo un ojo de huracán,
pavura
al ver la equis de papel en los vidrios,
enorme y negra equis proyectada en mi alma.

Alguien me interrogaba, helándome la sangre,
con indecible voz
de acento igual oído a parturienta.

¿Era Juan quien tocaba en un piano de alcohol
a su amante, la Muerte, sentado ante las olas,
en tanto yo
bajaba
a recorrer mi infierno?

Acodado en la altura de la idea de mi muerte,
miraba hacia una austral aldea de desdichas.


DELTA DE LA NOSTALGIA

A Federico Luppi, Walter Elenco y Juan Muzzadi

Federico,
entro al ron,
taberna donde duran en curda los piratas,
a sufrirte despacio acodado en el párpado.
Telones de tristeza, de océano por medio,
garúan si apareces
a proscenio de alguna ternura de Chejov,
desbordante de talento.

Walter,
tenías la cabeza caída hacia el violín
cuando solté la guillotina del adiós.
Yo sentí por la espalda el balazo de un tango.
Tu mejilla me oprime cálida el corazón
y lo traspasa tu arco.

Juan,
en la prisión,
entre plantas carnívoras succionándome médula,
te sentí como un golpe de orgullo.
Por ustedes, malditos,
el alma se me pianta Alfonsina hacia el mar.


DIBUJO

el trazo azul de un niño
subiendo el horizonte
por encima del árbol
solito de su miedo
para el tamaño
de su asombro ante el mar.


SONRISA INTERMINABLE

Fugaz testigo y huésped del oleaje,
tuve tiempo de mito,
mi casa en la sonrisa más amplia de la Historia,
justo en la comisura de más color y ritmo,
donde luce blancura de dientes africanos
y es espuma del mar la risa de Camilo.


TERCER MOVIMIENTO.
SOLO DE BAJO

MILONGA DE LA IGUALDAD

A Nora Frómeta

Traje de Cuba, compadre,
para no olvidarlo nunca
un recuerdo de mujer
que pronuncio con mayúscula.

Fidel la eligió ministro
porque el brillo de sus actos
le dieron la magnitud
de un talento extraordinario.

¿Alguna vez se enteró
de que un ministro burgués
festejara un fin de año
en casa e’pobre?. Ya ve.

La grandeza de principios
que animan a esta mujer.
En la casita de Pablo
(Pablo Pueblo, igual a usted).

Cantó hasta tangos conmigo,
bailó de pronto muchacha,
besó a mujeres y niños
como madre derramada,

y al ofrecerle a mi Rosa
sus cuidados y su casa
si peligraran los hijos,
la emocionó hasta las lágrimas.

Presumo que en el Gobierno
su carga de humanidad
es radar sensibilísimo
frente al reclamo social.

¡Cómo no voy a cantar,
con la pampa a mis espaldas,
a ese ejemplo de mujer,
a la ministro cubana!

Que esta milonga propaguen
las guitarras y el pampero;
que se quede en la memoria
y en el cariño del pueblo.

Octubre de 1974


MAREA DE ELEGÍA

El aire de la marcha es nuevo para todos.
Tengo aún la palabra; la ejerceré más alto.

Llegué con los escombros de un cielo sobre el rostro
y escucho crepitar hogueras de fervor,
fuegos poniendo en fuga bestias que me asolaban.

Nada impide que vea pasar incandescencias,
que sienta una península como siento a mi padre,
que vaya a mirar rostros que quiere la ternura
o el azogue de nada que me revela vida.

La marea está alta, acumula en Los Andes
Nilos como el de Cuba con limo para todos.

El corazón es patria soñada, prometida,
del vuelo vagabundo de la sangre del hombre.

Todo obliga a explorar hasta el adiós final.



Selección de textos y fotos: Jmp

Gracias a Eduardo Manso que hace unos días, en un encuentro de poetas, me obsequió el libro de Imar.

En Banderas reunidas, Edulp (Editorial de la Universidad de La Plata), La Plata, 2010
Leemos en la solapa del libro:
“Imar Miguel Lamonega nació el 3 de Julio de 1934. Escritor, poeta, militante y gremialista. Fue trabajador de YPF en la destilería de Ensenada, delegado del personal, padre de tres hijos y berissense. Abrió con otros compañeros el centro cultural "Caprex" en La Plata. Participaron artísticamente en él músicos como el Tata Cedrón, Quintango, Quinteto Tiempo, entre otros. Publicó artículos en la revista "Crisis". Como a tantos otros compañeros lo despidieron de YPF luego de la huelga de 1968 y lo apresaron por sus actividades gremialistas. Se exilió en el año 1970 en Cuba. Allí se desempeñó como director de la revista "Normas y metrologías". Es nombrado "Responsable de los argentinos" por el ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos). Perteneció a la "Brigada Hermanos Saíz", grupo de jóvenes escritores cubanos. Realizó varias publicaciones en la revista "El Caimán Barbudo". Ganó en 1972 el primer premio de la Federación de Mujeres Cubanas con su poesía "Milonga al machismo". En 1971 presenta su libro en Casa de las Américas por el cual recibió una mención especial entregada por Nicolás Guillén. El premio consistía en un manuscrito del "Che” Guevara, que se pierde junto con todas las pertenencias familiares enviadas por barco al país. En 1973 fue finalista del Premio David de Poesía. Retornó a la Argentina en 1974. Recuperó su empleo en YPF del que fue despedido luego del golpe de estado. Jamás abandonó sus actividades políticas y artísticas. En la madrugada del 23 de diciembre de 1976, en presencia de su familia, fue secuestrado por los militares de su hogar de Berisso. Desde entonces no se supo de él. Su esposa Rosa Del Rabal y su hija Gabriela declararon en el Juicio por la Verdad el 24 de Mayo del 2000. En el 2010 su hija Gabriela, luego de un trabajo de recopilación, arte y armado, logró presentar el libro Banderas Reunidas que contiene gran parte de sus poesías en una sucesión de movimientos y musicalidades. Los familiares siguen su lucha por saber qué ocurrió desde su desaparición. No hay cifras oficiales, pero se estima que entre 400 u 800 son los compañeros desaparecidos en Berisso. Zona combativa, obrera, de lucha, de inmigrantes, de sueños… Imar es uno de ellos.”

HORACIO PRELER Un poeta de los detalles


Libros de Horacio Preler. Archivo de la talita dorada
  
HORACIO PRELER: EL ETERNO ADEMÁN DE PERPLEJIDAD

Por Adrián Ferrero

     Resulta curioso que me encuentre escribiendo esto una tarde de invierno de 2019, evocando a Horacio Preler (La Plata, 1929 - 2015) uno de los más grandes poetas que tuvo mi ciudad. He dialogado toda la tarde con dos de sus libros, prácticamente escuchando el susurro (no el murmullo) moderado y apolíneo de su lírica, que se despliega en versos que se caracterizan por la levedad, como quería Italo Calvino en sus Seis propuestas para próximo milenio (1988). Horacio tuvo, precisamente, una escritura de la levedad. Sin que se pueda predicar de ella música ligera alguna. Una música morosa como podría ser un piano interpretando los “Nocturnos” de Chopin. Despojado y calmo, que invita más a la contemplación fija en un punto que a hacer circular la mirada en derredor. Más a situar la vista fija en un punto que en la amplitud de un plano general, detenerse y observar con minucia los detalles. En efecto, Horacio fue un poeta de los detalles.

     Y es que, en efecto, durante la etapa en que lo frecuenté (con un grupo de amigos  e incluso con la madre de mi hija, hacia los años noventa), él no tenía por costumbre leer lo que estaba escribiendo. Tampoco lo que había escrito. Menos aún de participarnos lo que tenía entre manos en ese momento (es más, ignorábamos si lo tenía). Como si el solo hecho de pronunciarlo fuera sinónimo de profanarlo o de extraviarlo en una alcantarilla. Más bien, por el contrario, asistía al espectáculo del poema ajeno pero, sin embargo, no como extranjero, sino como un observador atento y gentil, cordial y de costumbres civilizadas, porque ninguna palabra le daba lo mismo. El punto exacto entre ausencia de jactancia  (esto es, la modestia), y el celo por los proyectos del presente (la discreción).

Detalle de tapa número 1 de El espiniyo, 2005
     Nos reuníamos en torno de una larga mesa del Centro Cultural “Islas Malvinas”, precisamente rodeados de su Plaza, a leer y a leernos, a conversar sobre literatura con posiciones en ocasiones muy distintas porque las poéticas, las ideologías y las formaciones eran dispares. Pero jamás se trataba de intercambios confrontativos. La cita tenía lugar con motivo de conversar no sólo sobre poesía o narrativa. Lo recuerdo reconcentrado,  meditativo. Pero no se trataba sin embargo de un retraimiento que supusiera melancolía ni tampoco una retirada desaprensiva del mundo. Menos aún desdén o indiferencia. Tampoco sentido de superioridad o soberbia. Sino, por el contrario, daba la impresión de evitar el ruido del mundo para  facilitar la reflexión. Una meditación que hacía extensiva luego a la escucha detenida para brindar una opinión en todos los casos acertada. Porque Horacio Preler era precisamente eso: certero ¿Quizás sería esa misma escucha del poema que le llegaba cuando él escribía los propios?  

    El motivo por el que íbamos a esa mesa todos los viernes (la palabra “tertulia” no me gusta) era, me parece a mí, precisamente sobre todo para que nos escuchara. Para leerle. Porque creo que todos unánimemente o íntimamente (mejor) teníamos la secreta convicción de que su palabra era la definitiva. Su aprobación era un respaldo que reforzaba la potencia de un poema o, en cambio, a partir de su comedimiento nos deteníamos para revisar el  punto en el que parecíamos haber tropezado con el lenguaje.

     Nos reuníamos también para conversar entre nosotros, los que estábamos más o menos en la misma. Se trataba de un día, ese viernes, que yo esperaba con ansiedad durante el resto de la semana de estudio y de trabajo. Nos leíamos con pasión y no creo faltar a la verdad si digo que no cundió jamás ni la envidia ni un espíritu competitivo. Esos defectos quedaban neutralizados por el amor a la vocación, en primer lugar. Y en segundo lugar porque quienes asistíamos no teníamos ambición profesional sino un profundo amor por lo que hacíamos sin aspiraciones de triunfos. A lo que sumo respeto ético y estético por los compañeros. Sí, en cambio, teníamos en claro que aspirábamos a trabajar con profesionalismo, que no es lo mismo. A quienes conocí en torno de esa mesa era gente con sentido de grandeza. Empezando por el propio Horacio Preler.

Encuentro en La Plata, Horacio Preler y Noé Jitrik
entre otros escritores. Archivo de la talita dorada
     Horacio Preler fue abogado. Pero se consagró intensamente a la poesía. No sólo fue poeta. Abrazó ese arte como un estilo de vida. Publicó su primer libro en 1966, como lo declaró y se vio de pronto rodeado de poetas. El paso natural fue formar parte de un grupo de creadores. Y ese salto ya lo catapultó a una atmósfera artística sin retorno, por supuesto. Si bien lo sospecho con poco espíritu gregario. En todo caso sí de reunión con su familia. Pero respecto del mundo de la literatura tengo la impresión de que siempre manifestó reserva. No era un hombre dado a las efusiones. Tampoco a los grandes gestos teatrales.

     Me atrevería a decir que, pese a su solidaridad y a su presencia, fue un artista profundamente insular. Eso se advierte en su lírica (o, al menos, yo lo advierto en estos dos libros que leí esta tarde: La vida se interroga, de 2011 y Pájaros oscuros, de 2013, que son los únicos poemarios de que dispongo luego de una intensa y denodada búsqueda (no quise molestar a su familia).

     Fue capaz de escribir versos como “¿El antiguo poema retardará el silencio (...)?”. O: “Vuelve el polvo al polvo / y el silencio a la tierra”.  Nótese la insistencia en el silencio que era, precisamente, la nota distintiva que uno podía observar en su presencia como rasgo filosófico de una poética que él transfería a una biografía y a una praxis vital, ya no solo como rasgo de carácter. Se trataba de un habitar el mundo de una manera singular, acorde a su poética. Y ese silencio le permitía ante todo una cierta clase de escucha. Porque el silencio permite precisamente ante todo la atención. Me parece que Horacio eso lo tenía perfectamente claro. Porque era un gran atento al mundo. Nada le daba lo mismo. Simplemente que su participar del mundo pasaba por escuchar y sentir los significados, los sentidos que suponían más implícitamente aún, esto es, más dentro de sí, que lo que él pudiera manifestar en público. Era un hombre que sabía indagar en las cosas profundas sin ser solemne.

     Mantenía un tono de voz siempre cordial, civilizado, cortés, jamás crispado. Permitiendo hablar al otro y dejando en claro que era un hombre con quien se podía mantener una conversación  interesante, sin perder el tiempo. Horacio Preler no intervenía demasiado en las discusiones. Pero de tanto en tanto dejaba deslizar, o no, mejor, dejaba caer (porque las palabras tenían peso y volumen para él, vuelvo de la levedad de Calvino) una frase, una expresión, una observación y eso era suficiente para que “la lección del maestro” tuviera lugar. Y para que, precisamente, cundiera un inmediato silencio. Porque sobrevenía con él la calma y el poema, como nosotros nos aquietábamos ante la escucha de una voz tan serena pero a la vez con tal conocimiento de la materia poética y de la lengua literaria. Su indicación era precisión. Es más: su precisión era maestría. Como un escalpelo. De un modo u otro, estaba claro que era quien presidía esas reuniones, sin afán de protagonismo ni menos aún de ser un emperador con su corte de adulones.

     Sus libros dan la sensación por momentos más de meditar que de cantar o celebrar. Y de hacerlo en ocasiones con júbilo y en otras con cierto amargo desencanto. Pero siempre sin énfasis. Se trata, ante todo, de una poética, por llamarla de algún modo, ecuánime. Quizás por la época que le tocó vivir, en la cual la poesía (que para él era mucho más que una vocación), comenzaba a declinar y a abandonar este mundo, arrinconada por otros discursos, otras prácticas sociales y otras temporalidades, la veleidad de otros poetas y esa mesura que era definitoria en su personalidad y la de su lírica, ya había comenzado a languidecer. Pese a ello, obstinado, sus libros están intactos y los he leído no sólo con admiración sino con fervor. Con la más firme seguridad de que estoy leyendo a un clásico. Guardan total vigencia, sin que el otoño haya hecho declinar uno solo de sus versos. De las hojas de sus libros pulcros, cuidados como árboles que, valga la metáfora, hunden raíces poderosas en la tierra de la poesía a la cual el mundo, cosa curiosa, suele ser más indiferente. Se advierte meditación y trabajo con la lengua. No hay prisas. Hay, en cambio, consideración hacia el prójimo traducida en respeto hacia él en el poema. Se trata, en efecto, de una poética respetuosa, por fuera de todo efectismo.

     Partió y aún me parece mentira. Como si yo supiera (y él también lo hiciera) que podemos volver a encontrarnos a la vuelta de la esquina. Es como si presintiera a Horacio en la ciudad pese a la ausencia o es como si su ausencia lo volviera más presente, por paradoja, aún.

     De su obra no me marcho. No admito abandonar a la persona Horacio Preler. A su ética del poema. Y me concentro en este libro que ya cité, de su madurez: La vida se interroga (2011). Ahora que Horacio ya no nos acompaña, como es natural cobra su sentido más  intenso aún su lectura. Y, sobre todo, cobra sentido su escritura. Me formulo preguntas acerca de en qué circunstancia habrá escribo tal o cuál poema. Qué emoción lo estaría embargando al hacerlo. Esas preguntas que solo se formula un escritor al leer a otro escritor: ¿cómo habrá nacido este poema en particular?, ¿cuál habrá sido su reacción (y no otra) al escribir ese poema que recorto del resto?, ¿cómo habrá armado el libro, bajo la forma de una recopilación o de un proyecto que tenía planeado de antemano?, ¿cuáles eran las cosas que más conmovían a Horacio Preler del mundo que lo rodeaba, de su entorno? Preguntas, preguntas, preguntas. Incertidumbres, como corresponde a toda buena poesía. A proyectar en el poema todo aquello que un escritor ha vivido como creador y puede vislumbrar en otro. Por más que sea uno de sus mayores. O, parar el caso, uno de sus maestros. Alguien a quien frecuentó no desde la intimidad sino desde lo que es: un escritor. Desde ese lugar nos vinculamos. Pero fue al mismo tiempo un encuentro que pese a que pueda parecer meramente profesional comprometía nuestra más profunda vocación y eso nos mantenía en comunión.

Horacio Preler, José María Pallaoro y César Cantoni.
Archivo de la talita dorada
     Su ausencia confiere a este libro el carácter de documento, de palabra, paradójicamente, viva. Por sustracción de presencia y llegada de ausencia la letra de sus libros lo invocan y lo traen como si fuera su voz y no su escritura sino la que dijera esta tarde en este estudio en que leo los poemas. Leyendo a Horacio Preler lo escucho. Es fenómeno naturalmente que consterna por la pérdida de semejante poeta. Pero al mismo tiempo, los libros lo traen como esa figura amistosa que fue. Uno siente eso con Horacio Preler. Que su poesía le  habla. Y es posible advertir esa inclinación hacia la contemplación en Horacio: desde los insectos hasta el agua de un patio o un naranjo. A todo lo dota de un sentido trascendente en el mejor sentido de la palabra. No porque le otorgue un carácter sagrado o místico. No. Sino porque le otorga el verdadero lugar que tiene ese objeto o ese espacio en el universo. El que le cabe de modo perfecto. En el que encaja porque le estaba destinado. Hasta conformar una armonía. Pero a la vez se trata de un lugar moderado. Ese espacio en el que un objeto calza porque es el espacio que le estaba consagrado. Es la pieza de un rompecabezas que forma o traza una figura mayor dentro de la cual se integra un contorno. Un contorno que tiene un significado. Se trata de una trascendencia contemplativa. Eso es todo. La de alguien que asiste al espectáculo del mundo entre atónito y perplejo. Pero sin emociones fuertes. En este libro en particular Horacio Preler reproduce como epígrafe una frase de Pierre Jean Jouve en la que este escritor afirma que la poesía “es algo irreductible, / que no puede pertenecer a ningún sistema de ideas, no puede servir / a ninguna ética, a ninguna ciencia / a ninguna política”. Y sin embargo, estoy en desacuerdo con que esta frase sea predicada de la poesía de Horacio Preler. Es cierto. La poesía es irreductible. De eso no cabe la menor duda. Pero sí hay en la poesía de Horacio ideas (y diría que hasta un sistema, porque hay cosmovisión), hay una ética (una ética del poema, una ética del poeta en relación a su prójimo, una ética en relación a la creación, una ética del lenguaje, hay principios intransigentes a los que no está dispuesto a renunciar). Puede que no sea reductible a ninguna ciencia (en este punto sí acuerdo, la poesía de Horacio es todo menos objetiva y menos aún tiende a un método, más bien se deja guiar por una intuición que sin embargo siempre acierta). Los estímulos del mundo lo capturan y sí percibo en la lírica de Horacio una política. Cita, por ejemplo, a Brecht, lo que ya lo inscribe en una cierta tradición de creadores. Porque ninguna cita ni ninguna invocación es inocente. De modo que en este gran oxímoron en el que siento que Horacio nos ha hecho caer como en una celada, en su trampa, en una trampa de poeta (sin ser contradictorio sino deliberado y también siendo inteligente sin ser tramposo, lo que es algo muy distinto, sino en todo caso cometiendo una travesura) percibo una suerte de juego, una humorada en la que ha aspirado a burlarnos y quizás hasta a burlarse con sabiduría de sí mismo. Esta también es una idea. Jugar con el poema es como jugar con el lector y hacerle sentir que la poesía puede ser muchas cosas al mismo tiempo: ser juego de lenguaje, ocasión festiva. O, en su caso: destilada modestia. Incluso es capaz de despistar a los lectores. Y el autor, el escritor ya consumado a esta altura que es Horacio Preler, se permite y hasta promueve esos pequeños equívocos sin importancia, diría el italiano Antonio Tabucchi. Porque además de sentir, además de su naturaleza intensamente emocionante pese a su armonía, además de pensarnos como sociedad en la que somos seres políticos, pertenecientes a una comunidad en la que efectivamente hay conflictos que él no niega ni de los que reniega, citando a Brecht y dejando este punto en claro, zanjando la cuestión, también sabe qué lugar tiene el poeta en esta comunidad. Y nos deja pensando. Profundamente. No sólo experimentando el acontecimiento sensible del poema en ese instante congelado de la contemplación. Que en su caso ha sido meditada arquitectura. Sensible constelación de significados que han armado una construcción que no suele ser erudita sino más bien despojada. Ello no es sinónimo de que se carezca de lecturas. Menos aún de lecturas inteligentes. Simplemente que no hay ostentación y la biblioteca está implícitamente escrita en el poema. Los libros no son nombrados. Los poetas no son invocados. Asistimos, esos sí, a una palabra con sentido de la elaboración. Junto a ello, está la representación en el seno del poema de lo que Horacio Preler considera es el universo no tanto como destino final que no tendrá fin (o sí) sino más bien como quien consiente en jugar, como todo escritor, a la ambigüedad. A que las máscaras del poema. Esas que le permiten ser muchas cosas, aún con las que está en desacuerdo pero son interesantes para que, con afán de apertura y de modo inclusivo, hagan contrapunto con sus propias ideas. Sin renegar de sus convicciones aspira a incorporar a su poesía la riqueza infinita del mundo en todas sus manifestaciones. Humanas, animales, inanimadas. Planteando una poesía que será lenta, morosa. Que se tomará su tiempo pensando justamente en el lector ese mismo estado: el del cuidado y el del respeto. Y el de replicar en el lector el efecto profundamente creativo  que ha dado origen al poema. La alquimia de su génesis.

Horacio Preler en City Bell. Archivo de la talita dorada
     Poemas que caben entre unas pocas líneas, unos pocos espacios en blanco. Un poemario breve pero sugestivo. Una puntuación que será la que determine, su velocidad y su elocuencia. La que él aspira a imprimirle a este mundo que ha perdido el juicio. Pero del que el poema es su antídoto. Donde haya ruido Horacio traerá la música. Y donde haya apuro, Horacio traerá la calma. Ese lugar en el que uno puede guardarse en el silencio. Horacio, allí, ha encontrado su morada. Y, a través de sus libros, nos invita a que hagamos exactamente lo mismo. Un recuerdo conmovido en esta tarde e invierno. En que Horacio se ha marchado, pero al mismo tiempo, y de modo paradojal, se ha hecho presente con su palabra, se ha quedado en esta ciudad traduciendo su presencia en versos que verdaderamente son pequeños objetos de perfecta composición. Y gracias a la cual he detenido un día de desplazamientos y movimiento, hasta la parálisis emocionante de su recuerdo y de su voz en la voz de su poesía. 


Horacio Preler (La Plata, 21 de septiembre de 1929 - 6 de agosto de 2015)


Adrián Ferrero (La Plata, 9 de noviembre de 1970). Escritor, crítico y Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Publicó libros de narrativa breve, poesía e investigación.

ADRIÁN FERRERO El poeta Néstor Mux acaba de cumplir 50 años de poesía

Foto: Griselda Mux. Archivo de la talita dorada

  
NÉSTOR MUX: EL POETA DEL LÍMITE


     El poeta Néstor Mux acaba de cumplir 50 años de poesía. Y ha publicado una antología que es un recorrido por su producción, titulada Nadie le pide que escriba. 50 años de poesía (1968-2018) (La Plata, Libros de la talita dorada, 2019).  Les propongo como hipótesis de lectura de la poesía de Mux la noción de límite. Esto es: leer a Mux es ser protagonistas de la experiencia del límite hasta alcanzar el orden de lo ilimitado. Habrá límites impuestos al hombre de distinta naturaleza que aparecen, como veremos, en su poesía. A continuación, si les parece, los iremos desgranando.

     Leer a Néstor Mux es un acto de austeridad combativa en primer lugar. Hay por un lado una intimidad que se preserva con celo (en su doble acepción de cuidado y de deseo erótico). Pero también hay un desprendimiento producto de una generosidad que se percibe en la palabra misma. No porque la palabra sea dispendiosa o se dispense de modo irresponsable. Sino todo lo contrario. Se prodiga reflexiva, meditada, selectivamente. Se deja caer con medida. Se dispensa la palabra en la medida en que nombra la experiencia humana. Porque Mux se entrevera con los asuntos del hombre. Y, más ampliamente, con los asuntos de este mundo. A partir del universo de orden material o, si así se prefiere, sensorial, conquista un vuelo brutal hacia las cumbres de lo metafísico, sin acudir a metáforas teatrales. Solo en este y no en otro sentido, me atrevería a afirmar que se trata de una poesía que de lo particular inductivamente conduce a la meditación abstracta. El pensamiento abstracto es producto siempre de una reflexión que tiene su origen en una escena y no al revés. No existe un a priori teórico en Mux (afortunadamente) que ingresa al orden de lo poético traducido en pensamiento especulativo buscando en él fundamentos o argumentos en lo humano. O como marco teórico de sus poemarios (afortunadamente también). Existe este lado del mundo, en el que los seres  humanos nos amamos con el cuerpo y con la emoción, nos dejamos cautivar los unos por los otros, cultivamos ese otro amor, el entrañable de los hijos. Y, por último, el del ocio de los domingos, en que entre manteles largos y un tiempo sin prisas conversamos distendidamente con amigos mientras arreglamos el mundo. Hasta que el domingo languidece, llega su ocaso y debemos de modo irrevocable regresar al universo del trabajo, de la alienación, de todo aquello que no tiene la gratuidad del diálogo contemplativo. Este es un límite.

     El cuerpo de la mujer se percibe en toda su sensorialidad, en toda su plenitud y al mismo tiempo en toda su belleza. Pero a esa unión sucede una distancia luego de que la cópula fugaz tan anhelada ha tenido lugar. Y ese “cuando ya nos creíamos salvados” que es evidentemente el momento de la unión más esperanzado, se disuelve como el agua en el agua. Ya no somos el uno de la cópula sino que de modo intolerable y fatal se nos restituye esa identidad en la que regresamos al yo. Pese a la convivencia amorosa más estrecha debemos reconocer una irremediable separación. El hombre está solo. Estamos solos. Todos. Pese a convivir estrechamente, amorosamente. Hay una unión imposible. Segundo límite que consterna.

Nadie le pide que escriba, Libros de la talita dorada, 2019
     La experiencia del límite nos pone frente a la experiencia del absurdo. Es aquí donde leo a Mux desde El mito de Sísifo (1942) de Albert Camus como también lo haré desde El hombre rebelde (1951), también de Camus, a su debido tiempo. En efecto, todo lo anterior era dador de sentidos para el yo lírico. Y para el hombre. De ahora en más, el límite, la experiencia del límite, será una figura recurrente que al trazar una divisoria fundamentalmente entre sujetos, postula el sinsentido. Extraviado, el hombre se debate por comprender lo incognoscible. Por lo tanto, percibe la angustia de la condición humana. La ilusión de eternidad deviene no sólo límite y sino limitación. ¿Frente a qué nos sitúa Mux? Nuevamente recorta la condición humana y la describe en su dimensión más descarnada. Somos carne arrasada. Hay un tiempo devastador. Vivimos en un tiempo que ha arrasado con los grandes relatos, según les resultaría conveniente a los agoreros. Un tiempo que ha degradado a la poesía misma. La ha bastardeado porque la poesía, que era el bastión de la palabra intacta, de la palabra preciosa, de la palabra que es gesto insurreccional por excelencia, pierde su sentido originario. La palabra que conjugada de una cierta manera, la acertada, resultaba pieza deslumbrante, ahora ha sido degradada a mercancía o, peor aún, confinada al inservible desván en el que se vuelve inofensiva. Deviene así pose fatua para algunos. Narcisismo ególatra para otros. Para los peores, objeto de desprecio. Porque, ¿cuánto gana un poeta?, ¿cómo se gana la vida un poeta?, ¿ser poeta es trabajar? Este me parece un punto culminante y pondré deliberadamente el acento en él. Porque para cualquier poeta tener en claro el fundamento de su trabajo resulta primordial. Como resulta primordial tener en claro su objetivo. En efecto, ser escritor es un trabajo. Y es una profesión. Y es un compromiso con ético/ideológico además de estético. No una afición ni un pasatiempo. Un hobby de domingo. Es un trabajo que requiere del cincel de la memoria de muchas lecturas y mucho estudio. Del entrenamiento con el estilete filoso y delicado para saber qué guardar, qué apartar, qué preservar, qué eliminar para el poema una vez que ha sido escrito o cómo será escrito. Consiste en la esgrima entre el silencio y la palabra que ha de devenir composición musical. El poeta debe administrar la materialidad de los signos, su significado y sus sugestivos sentidos. Potenciar todo ello. Y luego están para Mux, como para muchos de nosotros, los tiempos negros de la Historia. Ese territorio que preferiríamos olvidar pero que sería un acto de mala fe cometer. Ese momento retorna desde una zona soterrada e inolvidable del receptáculo de la memoria con dolor por aquellos que nos han arrebatado los sicarios. Constituye un estremecedor capítulo del sentir del poeta, que no puede borrar el shock del miedo, que perdura en el cuerpo como huella y que lo hace ingresar también en la trama de la Historia. Es el territorio de la pérdida y del duelo. Hay una borradura. Entre esos amigos que estaban en el frente y este yo lírico que se mantenía en la combativa rebelión de la escritura (Camus) junto con la desaprobación de lo que sucedía, guardándoles las espaldas de la dignidad a estos amigos. Ellos han sido liquidados. Y esta sustracción de presencia por llegada de ausencia le provoca zozobra y conmoción. Le resulta intolerable a un hombre justo, a un hombre noble y a un hombre sensible, atravesar el dolor y la prepotencia de los violentos. Sin embargo Mux publicó durante la última dictadura militar. Está luego ese largo silencio, un silencio activo diría yo, en el que el sujeto emitía un plasma para que, luego de ser debidamente macerado, llegara el momento del estallido del poema. Ni antes ni después. En el momento preciso. Y un silencio en el que por ausencia y por sustracción de palabra su presencia fue más fulminante aún. Si hizo falta ese prolongado silencio fue porque se hizo luego necesaria la palabra primordial. Y cuando en 2004 rompió el silencio, regresó el poeta al poema y de allí al libro, una celebración tuvo lugar. Dije “celebración”, no dije “fiesta”. Son cosas muy distintas. Una se realiza en el jubiloso ámbito recóndito de la lectura. La otra en la frívola reunión social. El poema restituía al poeta su condición de tal. Había habido un regreso. Sí así se prefiere, en una forma profana de la resurrección Mux ponía a consideración esos papeles cuya respiración antes que nosotros había aspirado una mujer. Y había justificado una mujer. Porque un poeta siempre escribe por amor a alguien, por más distante, imaginario, desaparecido que esté o por más que haya perecido. Le sigue escribiendo en tal caso a su memoria. Y muchos escriben desde la falta. O sobre todo por ella. Todo poeta escribe a una escucha. Y cierro con esto: la ceremonia previa a la escritura, el placer de la escritura, el placer de los lectores, imaginado en la escena de lectura indefinidamente gratificante para el poeta. Como un regalo. Como un premio. Como el don invicto al que un mortal puede aspirar. El de encontrarse y reencontrarse con sus semejantes en una ceremonia con quienes  se conocen y se reconocen en sus palabras. Ilimitadamente.


Adrián Ferrero (La Plata, 9 de noviembre de 1970)

JOSEFINA MOREAU El recuerdo de la vida que viví





(…)

(¿Qué perfecto es un cuerpo:
penumbras ubicadas delicadamente
en umbrales de placer
curvaturas feraces para aplacar
labios implacables
escondites donde las manos
nutren temblores.)

Este cuerpo      como tantos otros
ha pagado con mansedumbre
su gabela.


RETRATO

Soy mujer de cintura transparente
por donde emigran las palomas

despliego abanicos
de nieblas consumadas
para sofocar
el asombro de mis grietas.


EL HUÉSPED

Lo intenté otra vez.
Ella debía salir de la fotografía
desvaída
colgada frente a mi cama.
Triunfé.
Ella también.
Ahora un ser antiguo
gobierna la casa.


(…)

Que me deje navegar el cielo de palomas
si dejo de rehén, a su costado,
mi espalda relajada en vetas de cortezas
y una mano abierta para bebedero de los pájaros.


LAS HORAS
(Fragmento)

El sedimento de las horas comienza a gotear
se desliza
cae donde el espacio se vuelve destino
no hay vuelta atrás:
la vida en memoria de piel
es el valor primordial
de la manada humana.


(…)

Me intranquiliza mirar la vida
hacia delante.

¿Cuánto tengo? ¿Podré desprenderme
y alejar
mis lugares explorados?

Prefiero y reitero  /  mandala altivo  /
el recuerdo de la vida que viví.

Tanta riqueza en mi ciudad extraña:

aceptaciones de juegos prohibidos

victorias que me diste
sobre las formas oscuras de tu cuerpo

el complot de las palabras

migraciones de memoria en
cálidos universos de soledad.

¿A qué enrejado de fragilidad soberbia
continúo atada?



El horizonte está dentro de la casa

en ella inventamos -otra forma de amor-
el sol de cada día.
Aguardamos
que sol y horizonte desmedido
se vuelvan también casa.


MESA LARGA
(Tríptico)
III

En esta mesa mía
simplemente sin nadie

ronda finísima voz que fabula
y no ocupa silla ¿Será la de aquellos
fantasmas
huéspedes invisibles
que saben que mi casa
es casa sin llaves?


Dos poemas más:

SIMBIOSIS

Con el hilado del tiempo
la casa quedó vacía.

Partieron abuelos y padres
ataviados de amor
al lugar de no regreso.

Hermanos
abstraídos
cuidaron muebles y vajillas
y cuadros.
Meditación absurda:
olvidaron
alegrías y lágrimas.

Pero en la casa vacía
la vida no pasó en vano:
las paredes conservan
las paredes exhalan
las paredes no olvidan.

Las paredes devuelven
resplandores de amor en llamas
congojas de carencias
hambre y ausencias
también
alegrías y lágrimas.


EN EL PATIO

En el patio trasero
donde fornican los insectos

con el derrumbe de luces y sonidos
recibo visitas de trasnoche. Discuto con ellas
temas puntuales.

A esa hora. En ese lugar. Con ese sigilo.
Yo pregunto. Siempre.

Siempre
me responden.

Cuando se van
ríen.

 
Selección de textos Jmp. 
En Sudestada, antología de poetas, Hojas y Cuadernos de Sudestada (colección dirigida por Ana Emilia Lahitte), 1995; El espiniyo, revista de poesía dirigida por José María Pallaoro, número 3, primavera-verano, 2005-2006; Tiempo de fuga, Ediciones Al Margen, 2009.

Josefina Moreau (Aída Zanzi Moreau de Sánchez) nació un 4 de octubre de 1924 en Cruz del Eje, provincia de Córdoba. Vive en La Plata donde desarrolló su actividad docente y musical. Fotos. Jmp. 
Mi agradecimiento a la poeta Olga Edith Romero.