Juan Octavio Prenz, Por la dulce colina que yo ahora remonto


AUTORRETRATO

Una muchacha istriana desciende, hace ya más de medio siglo, por la dulce colina que yo ahora remonto.

Hace ya más de medio siglo, un muchacho ansioso de albas y con mil futuros en los ojos rueda por otra dulce colina.

Hacen un nido en un país de tierras largas
Donde la mirada no tiene fin.

Y, como es de esperar,
dan a luz un pájaro.



TANGO

En la esquina el farol que inventa de amarillo el empedrado, la lluvia cómplice con sus viejos soldaditos de plomo y la noche pesarosa sabiendo a caña y a muerte.

Adentro, el chambergo pintón, el ademán viril y sereno del hombre, la entrega dadivosa de la mujer.

Y el filoso puñal en que se espejan.



GRUPOS SANGUÍNEOS

Las sangres se mezclan.

Mi árbol hemológico (claro está: hasta donde se sabe) se compone de glóbulos germanos y eslavos.

Atraído por el juego decidí mezclarlos con otros, latinos e indígenas (claro está: hasta donde se sabe).

El problema comenzó a interesarme ya en la infancia cuando, incrédulo aún, vi por primera vez al

vampiro.



RECURRENCIAS

El hombre sueña que vuela o que anda en bicicleta por el agua.
No se eleva mucho del suelo ni el agua es un mar (apenas un arroyo o quizás un mero charco).

Sueña que no está en primera fila, pero (y esta es su mínima seguridad) no más allá de la segunda.

Tiene también pesadillas menores.
De pronto se descubre desnudo en la oficina o, en la menor de las desgracias, con un solo zapato.
O alguien le pregunta por su nombre y no puede responder.

O cava sin cesar en el sitio exacto donde cree haber enterrado a su víctima.



BALADA DE LA VACA MADRINA

Mi padre trabajaba en el frigorífico Armour de Berisso.
Allí, lo dije ya, dejó su juventud y sus huesos.

Nunca hablé de su frustrado crimen.

En las sobremesas nocturnas me contaba de la vaca madrina.
Siempre al frente, oronda y feliz, conducía a las demás a la muerte.
Una vez que el largo cortejo arribaba al final del brete, la vaca madrina hacía un giro a la derecha y regresaba sana y salva por otro brete.
Las víctimas, seccionadas con esmero, terminaban después de un largo proceso en forma de salame o sobre una parrilla o…

¿Has visto alguna vez los ojos de una vaca? –me preguntó un día mi padre.
En tantos años de trabajo era imposible no terminar enamorado de las vacas.

Cuando llegó el momento del sacrificio, mi padre, por justicia o por piedad (¿quién lo sabe?) pidió ser el verdugo.
Y le dieron la cuchilla de mejor acero.

Cuenta que le miró los ojos y que nunca supo si le hubiera dado o no la cuchillada definitiva porque, así como así, la vaca madrina bajó los parpados y

se derrumbó para siempre a sus pies.  




Sabes que ya nada podrás contra ella.




Selección de textos: Jmp. En “Antología poética”, FNA, 1996.
Foto: Octavio Prenz y José María Pallaoro, Librería de Umberto Saba,
Trieste, Italia, mayo de 2013.
Archivo de la talita dorada.

Juan Octavio Prenz nació en La Plata en 1932. Vivió en Belgrado entre 1962 y 1967. Reside en Trieste, Italia, desde 1975. Ha desarrollado una importante labor como traductor al castellano de la poesía yugoslava. Publicó numerosos trabajos críticos sobre literatura hispanoamericana y la literatura comparada. Entre otros (narrativa, ensayo, traducciones), publicó los libros de poemas: Cuentas claras, Apuntes de historia, Habladurías del Nuevo Mundo, Cortar por lo sano, Antología poética.

3 comentarios:

constantino mpolás andreadis dijo...

...SÍ, PRENZ...

María Soledad Gutierrez Eguía dijo...

Bellos poemas.

José María Pallaoro dijo...

Soledad: siempre agradezco tus comentarios.