NÉSTOR MUX, ENCUENTRO EN EL TALLER, UN COMIENZO
Por © José María Pallaoro
Es el primero en llegar. Nos
saludamos como buenos amigos. Aún tenemos tiempo para la muchachada del taller.
Y conversamos. De cualquier cosa, pero a esa “cosa” la cargamos de sustancia,
líquidos amables como el vino que vendrá después. En el largo rato compartido no
enciende un solo cigarrillo, tal vez, como respeto a esa especie de santuario
que es mi lugar de trabajo. No creo que a Mux le sea cercana la palabra “santuario”,
salvo por William Faulkner. Comienza a abrirse y cerrarse el portón de calle,
Carolina, Mechi, ahora Laura y Justine, Hermeto, Graciela.
Con Graciela iniciamos la propuesta
de esta tarde. Durante un mes, además de otros trabajos del taller de lectura y
escritura creativa que coordino, leímos poemas de Mux. Y Graciela relata su
mirada escrita. “Muy lindo. Me quedé callado”, dice Mux. “Me emocionó”. Y así
lo vemos, emocionado. “Disculpen, por suerte no tengo que agregar nada. Está
todo dicho”. Pero parece que no. “¿Por ahí decís `imágenes instantáneas`? Como
fotos. “Sí, siempre tuve esa idea, desde que era muy chico hasta ahora”.
Néstor Mux nació en la ciudad de La
Plata el 22 de octubre de 1945. Sara Raquel García Mardones, su madre. Eduardo
Conrado Mux, su padre. De barrio Parque Saavedra.
Precisar el foco de la máquina.
Sacarla. “Sí, siempre tuve esa idea. Recién, cuando está resuelto el poema lo
escribo”. La síntesis. “Claro, ahí está más o menos la síntesis. Poner en foco,
que sea lo más preciso posible, tachando todo lo que está de más, que siempre
es mucho. Y ahí te queda el poema. Eso es lo que intenté hacer”. Esa imagen,
esos sonidos.
Las viejas
maderas del techo
que no terminan
de acomodarse, unas a las otras.
El insecto
golpeando incansable contra la lámpara.
El motor de la
heladera
que no
interrumpe su transmisión.
Las ruedas del
cartonero, en la calle,
y el perro que
ladra al cartonero.
La fatiga de
nuestra respiración
y la canilla
que pierde, ajena a toda fatiga.
Pasos que
parecieran llegar. La sombra de otros pasos
cuyo destino ya
no somos nosotros.
¿Hay un límite
acaso que separe
los sonidos que
sólo prosperan
en nuestra
propia tensión,
de aquellos
otros que vienen fundidos
al espesor de
la noche?
Aún no entramos a ese espesor. “Está buena toda esta publicación que
hizo Pallaoro porque yo me puedo ver”. En enero de 2009 Libros de la talita
dorada editó Disculpas del irascible,
con introducción de Mario Arteca. El período abarcado de esta antología va de
1978 (con el libro Como quiera que sea)
hasta diciembre de 2008, con dos poemas incluidos en el blog Aromito. Dentro de
los límites de esta antología se incluyen poemas de Perros atados (1982), Poemas
(1985), Cosas que nos rodean (1986), Papeles a consideración (2004) y poemas
publicados en diferentes números de la revista en papel El espiniyo, que dirigí
entre 2005 y 2007. No incluye textos de sus primeros libros: La patria y el invierno (1965), Nosotros en la tierra (1968) y Cartas íntimas para todos (1974). Parte
de todo este último material se puede leer en los blogs poéticos literarios
Poesía La Plata y Aromito.
“Es todo un recorrido de vida. No hay más remedio, uno anduvo en eso
siempre. Y ahora lo veo con otra perspectiva, por eso me emocionó”. Pasaron
muchos años. “Una pila de años. En realidad no hice otra cosa. Uno trató, sin
saberlo, de publicar para que algún día ocurra lo que pasa ahora. Un día
escuchar esto de todos ustedes. Hoy se dio”. ¿Nunca le pasó lo de ahora?, pregunta
Carolina. “A veces llegan a destiempo las señales. El texto que pasa
desapercibido”. “Sin quererlo muchos años escribí para encontrarme con esta
síntesis generosa. Tampoco imaginaba…”, agradece Mux el aporte, a lo largo del
encuentro, agradece Mux, las diferentes miradas de Laura, Hermeto, Mechi,
Justine. “Hay un hilo conductor”, dice Mux. “De todos los libros este es el que
más me gusta”. ¿Por qué dejaste tanto tiempo de escribir, entre 1986 y el 2004?
“Los desánimos. No hubo poema. También está bien, dejar de escribir”. Sartre en
Qué es la literatura dice que el deber de todo escritor (poeta, agregamos)
consiste, no solamente en escribir sino también en saber callarse cuando es
necesario. Mux ríe. Risa y emoción es lo que nos deparará este espacio nuestro
de hoy, para el después, con abundante picada, botellas que se fueron vaciando,
cigarrillos no encendidos y las hermosas canciones de Justine. La poesía nunca
va sola, va metida entre los seres humanos, entre nosotros. Es un reflejo de
cómo se siente el mundo, cómo lo padecemos.
“Fue un tiempo que me desanimé, realmente, nada más, y eso es todo, eso
fue todo.” Paralelamente la poesía también se hace con silencio “Lo que no está
dicho en un poema. O está implícito”. Entrevisto. “Sí, claro”. “Es como la
música. Sin silencio no se escucharía nada, diría que uno trató, tal vez, de no
hacer grandes textos, sino que esos textos no desafinaran”.
Como se sabe,
cada uno es lo que hace
y las dificultades de la época
(mezcladas con nuestras propias carencias)
ponen en cuestión la identidad de nosotros.
Después de años, equivocaciones
y vacíos sobrevividos en silencio
vuelvo a reconocer por azar en la poesía
–aunque imprecisa– una música de mi pertenencia.
Ella me hace respirar otra vez
la convicción inocente que la intemperie
no nos alcanza del todo
si regresamos a bailar con nuestro propio ritmo.
“Nos juntamos, o mejor, nos
amontonamos. No éramos un grupo, no tenía nada que ver los versos de unos y
otros”. Pero se juntaron. Armaron los cuadernillos y le pusieron un broche.
“Así arrancamos”, dice Mux. “En esa época, había entre los cines y los chistes,
al costado, había una sección que se
llamaba Prosa y Verso. Sacaban un texto poético y abajo narrativa o
pensamientos. Y eso era todos los días”. Y eso era en el diario El Día de La
Plata. “Publicábamos asiduamente, porque a dos periodistas encargados de la
sección les gustaban nuestros versos, y eso se hablaba, se comentaba en esa
época. No sé lo que pasa ahora pero en esa época se hablaba”. Y además
“hacíamos unos afiches también, que pegábamos en la calle. Engrudo en un
tacho”. Esto fue por 1962, 1963, hasta 1968. “Por esos años, sí”. Donde además
de La Voz en el Tiempo, y el Grupo Escalas, realizaban movidas semejantes el
Grupo de Los Elefantes, el Movimiento Poético Platense. La tradición poética
platense, caminando, siempre caminando. “Y llenos de expectativas. Nos
alentábamos entre nosotros”. En 1965 aparece el breve libro Antología
generacional con prólogo de Horacio Núñez West y trece jóvenes poetas nacidos
entre 1934 y 1947, Osvaldo Elliff, Liliana Báez. “Después había señales de que
uno estaba funcionando”. ¿Un ejemplo? “Vino mi padre del trabajo y me cuenta
que va un cliente al trabajo y le pregunta qué relación tenía con el poeta, si
eran parientes, y vino contento, y me lo cuenta”. “Algo estábamos haciendo.
Entonces le metíamos”. A la poesía mural. “Por esos papeles pegados, se acerca
una vez una piba. Y me dice: Yo necesitaría que usted me firme este poema.
Había sacado el afiche de la calle, tenía un poco de engrudo. Y lo firmé.
Vivimos juntos hasta que ella murió, treinta y tres años vivimos juntos”.
Con ella
naufragamos muchas veces
y combatimos
otras tantas
por
reconquistar la paz que merecemos.
Con ella nunca
dejamos de intentar el cielo
a pesar de
saberlo apoyado sobre esta tierra
cada vez más
difícil.
Con ella soy,
somos y son nuestros hijos,
sin más armas
que las que nos da
este profundo e
inexorable deseo de vivir.
Con ella, lejos
de la melancolía del mundo,
nos perpetuamos
en el amor
por esa luz
tenue, humilde, pero empecinada
que nos alumbra
por dentro y que no quiere apagarse.
Con Silvia Aducci tuvo tres hijos: Griselda,
la menor, Julieta y Juan Pedro.
Debajo del sol
el niño juega
con su paraguas ardiente
hasta que algo
nos hace creer que llueve
porque el
corazón profundo de la casa
se moja de
alegría.
“Parecería que en esa época estábamos
encajados en algo. Cosa que no me pasa ahora. Hablo de lo mío personal. Ahora
no coincido en nada. Recuerdo el poema de…”. Guillermo Boido. “Sí. Poema de dos
líneas”. Sociedad de consumo se llama: La poesía no se vende / porque la poesía
no se vende. “La poesía no se vende / porque la poesía no se vende. Es
maravilloso. Hay que padecerlo al que escribe poemas. Hay que aguantar. En
aquella época había algo que tenía que ver más con nosotros, en lo que
estábamos inserto”.
En taller leímos y disfrutamos tus
textos. “Claro, pero lo que decía al comienzo, para mí es una maravilla poder
estar disfrutando este diálogo porque secretamente dije para que un día
ocurriera esto, un encuentro, que gustan los versos. Pero, como te digo, no te
enterás siempre de lo que ocurre”.
Volvemos a 1965, sale el primer libro
de Mux, La patria y el invierno, a
instancias de Javier Villafañe. “Javier Villafañe era grande, más que mi padre,
para tener una referencia. Yo había hecho un libro completo, tan flojito como
los poemas que publicamos para darnos ánimo. No tenía rigor. Lugares comunes,
la nieve blanca. Yo ya estaba en periodismo, y Villafañe vino a dar una
conferencia o no recuerdo porqué estaba ahí. Era un titiritero famoso y poeta,
y le doy el libro, con los ganchos, para que se pueda leer como objeto.
Bastante pretencioso. Y le digo si se anima a leerlo. Y `Cómo no`, dice”. “Nos
juntábamos, comíamos cornalitos, tomábamos vino en un bar de calle 8 y 56. Un
bar, una fonda. Nos reuníamos ahí, en ese lugar, y claro, iba Javier Villafañe,
se sentaba, se ponía una servilleta en la mano y le hablaba al que traía los
cornalitos. Y nos matábamos de risa, pero ni una letra de mi libro. Y yo no le
voy a preguntar, no me voy a meter, es una impertinencia, así que no le decía
nada. Pasan los días, caía él, y nada. Una tarde casi noche llaman de La Rosa
Blindada que era en ese momento la editorial de poesía más importante”. Los
libros se vendían en los kioscos de diarios y revistas, con buena difusión y
una tirada importantísima si la comparamos con la tirada de los libros de
poesía de hoy día. “Queremos saber cuando puede venir a firmar el contrato.
Debe haber un error, digo. Yo no mandé nada. Sí, nuestro asesor literario
Javier Villafañe sugirió la publicación de su libro”. Y se publicó. “Agradecidísimo
a Villafañe. En el libro hay cosas ilegibles. Vos me diste el libro un día, y
lo leí en casa. Era para no publicarlo”. Te dio el impulso para seguir
escribiendo. “Sí, que yo iba a dedicarme a eso solo”. En 1968 aparece Nosotros en la tierra. “Hay cosas que se
sostienen como para leerse, no como el primero”. En 1974, tu tercer libro, Cartas íntimas para todos, de prosa
poética. “Coincidía todo el reverdecer del país. Es un libro que, más allá de
los valores que puede tener, encajaba en la época”. Y se leyó mucho.
Hablaste de tus compañeros poetas de
generación, también de Osvaldo Ballina que conociste a través de Oteriño, todavía
no de tus mayores. “Me hice amigo de Speroni, de Núñez West, que me sirvieron
mucho. Los tuve de maestros a los dos. Acá está el poema breve Juanpedro”.
Conté la historia. Contála vos para ver si macaneé. “Mi viejo me presentó a
Horacio Núñez West. Un día viene a visitarme, vienen a cenar varios poetas, a
comer un asado, y yo estaba luchando con un texto en la Olivetti, una Lettera
22, chatita, muy simpática. Había montones de estrofas, y estaba Núñez West
detrás mío, y le digo, esperá que resuelvo esto y voy con el asado, así no se
me escapa. Y Núñez West miraba desde arriba y dice y marca, y todo esto para
qué, el poema está acá. En estas primeras cuatro líneas”. “Fijate qué maestro.
Lo que yo quería decir estaba arriba, para qué voy a explicar en una página
entera. El poema eran esas cuatro líneas. Y así quedó”. El resto habrá avivado
el fuego que estabas preparando. Reímos.
Un aire inexplicable
nos hace andar por el aire puro
nuestros ojos de siempre
por primera vez
ven hasta el otro lado del mundo
la quietud de corazón
es una estación que nos faltaba
y deja en la boca el gusto
ecuánime de todas las estaciones
llueve y es como si lloviera
para nosotros
el pájaro en el hilo telefónico,
la vecina que barre, el ciclista,
los árboles de la mañana
cantan para nosotros:
la alegría.
Con Como quiera que sea de 1978 se inicia Disculpas del irascible, el libro. Una poesía que va a lo esencial
desde lo cotidiano. “Es una excusa para hablar de los hombres. Lo hace más
aprensible hablar de la cama o de una lámpara o de un cuchillo que de una
abstracción. De alguna manera me acerca a mí al texto y al posible lector a ese
poema”.
Envainado, se
deja estar
sobre el
estante
y con libros,
cigarrillos o llaves
comparte
inmovilidad y silencio.
Por el esmero
de la empuñadura
y el filo
cuidadoso
podría pensarse
que aguarda la mano
que lo acerque,
finalmente,
al cuello del
indigno
y corte por lo
sano.
Pero sólo es
convocado, cada tanto,
a rebanar el
ajo y las cebollas
o desgrasar la
carne para los comensales.
Al hablar de los hombres se
trasciende las generaciones y los contextos. “Los temas en cuanto a la obra
poética, sí. Yo me refería que la realidad o la vida cotidiana ya no tienen
nada que ver, por lo menos conmigo. Cuando yo antes creía que lo que hacía
tenía que ver con lo que hacían los otros. Siempre estuve convencido que este
era un oficio al igual que cualquier otro, el que pinta paredes o te arregla la
bicicleta. Creía otra cosa, y ahora no tiene nada que ver lo que uno hace…”.
Nadie te pide que escribas.
Nunca llegará hasta la casa
en la que no es esperado.
No habla si no le piden opinión
porque entiende que la palabra
no modifica la historia
y en algunos casos puede ser
invasión al otro,
como de intruso que atropella la puerta.
Tampoco, nadie le pide que escriba.
No obstante, cuando nadie lo ve,
cuando todos están lejos
– con su confusión y sus convicciones,
con su sombra y sus jardines –
él coloca en la máquina el papel en blanco
como una forma de desobediencia,
de alivio o de revancha.
Mundo de nadie. Mundo de todos.
“Trato que sea de todos. Dialogando con el prójimo”. Acerca de la antología. “Quise
que los poemas de antes y los de ahora sean un vaso comunicante con los demás.
Nunca me gustaron las abstracciones, me gusta cuando está apoyado en algo”.
En la pared de un alojamiento de Mallorca
Aurore Dupin, baronesa de Dudevant,
llamada George Sand, en 1842 anotó condescendiente:
pobre Chopin.
Ahora, solo en la casa, escucho el compact
que me regaló mi hija mayor la última navidad:
un piano prodigioso recrea sonatas de sencillez
esmerada.
Algo dice que esta confortabilidad provisoria
desprende cierta atmósfera anacrónica
cuya melancolía no encaja en nuestros días.
Pero la realidad, más allá de la ventana,
suena hosca, estridente, fuera de escala humana.
Y por un rato – sólo por un rato –
aquí se está bien con uno
y con el pobre Chopin, un siglo y medio después.
Tocar la tierra. “Antes creía que sí,
que tocaba todo, ahora dudo un poco. Hoy es algo distinto. Por lo que estamos
charlando ahora. Este encuentro no se produce casi nunca, en mi vida personal,
como no hago vida literaria, no me ocurre. El problema es de uno. Este diálogo,
en este taller, es muy satisfactorio, no se da todos los días, diría que casi
nunca o nunca. Para mí, estar acá, era una cita de honor viniendo de Pallaoro. Yo
retomé la escritura gracias a él. Me insufló un aliento del que carecía. Volví
a escribir. Salieron dos libros en esta editorial”.
En intimidad el irascible
entrega y recibe amor.
Afuera, en la realidad,
el irascible, como un derrotado,
grita contra el mundo.
Es posible que sangre por la herida.
Es posible que el amor
salve al irascible.
¿Estás escribiendo algo? “Intentando.
Estoy viendo. Todas las noches y las mañanas, cuando me duermo y me despierto,
los sueños. Todavía no me largué al papel”. La fotografía. “No inventé yo que
los sueños te revelan cosas. Sabato decía: de los sueños de un hombre se podrá
decir cualquier cosa, menos que no sea la estricta verdad”.
El cielo está
negro
como el sol de
los muertos.
Pronto llegará
la lluvia
y su sonido
apagará otros sonidos
que hacen mal
al alma
y nos dejaremos
llevar por esa paz ajena,
por esa confianza
del agua en las ventanas.
“Al despertar o durante, porque me
despierto a la noche a tomar el jugo y vuelvo a dormir, y no falla nunca eso,
el sueño te enfrenta a las más feroces verdades. Son sueños, pero es cierto, no
debe haber cosa más real para un hombre que los sueños”.
Al despertar,
día tras día, abrimos
la ventana para
comprobar que los dueños de la tierra
todavía no la
han destruido del todo.
Acariciamos los
animales
que protegen el
descanso de los nuestros
mientras el
agua hospitalaria
de la pava y el
mate recibe condescendiente
a estos
modestos poetas de provincia.
La razón apenas
entreabierta, entonces,
el cuchillo de
ardor en el estómago
y la cáscara
fastidiosa de los sueños
no dejan de
recordarnos que sin porvenir
la palabra –
como la vida – es difícil.
Sin embargo con
la cautela de los náufragos
nos acercamos a
la máquina de escribir
y en el espacio
sin límites
de la hoja en
blanco, creemos escuchar
un silencio
poblado de temblores,
una música que
insiste
hundida en un
territorio de promesas.
“Me gustaría eso, hacer textos sobre
los sueños. Pero todavía no he podido, no lo encuentro. Todos los amigos
muertos vienen y hablamos. Algo así era. Cómo llegaron hasta acá si están
muertos. Y me desperté con eso, y dije cómo enchufa este texto. Querían estar
vivos los amigos.”
Desde lo más
hondo
se van abriendo
paso impunemente
hasta
instalarse en el centro de nosotros.
Como dulces
fieras o ángeles pavorosos
vuelven a
recobrar los pedazos de sí,
dejándonos a
cambio el oprobio
que les dimos o
las maravillas efímeras
que a nuestra
vanidad se le antojaron inmortales.
Sólo fantasmas
recorriéndonos hasta el final,
para que no
olvidemos nunca que nuestras vidas
están
construidas también con la memoria,
el estupor y la
carne borrosa de esas muertes.
Mux sueña la casa de barrio Jardín.
Sueña el jazmín. “Soné, por ejemplo, que este jardín de la pérgola que está
acá, en el libro, esperé pacientemente que creciera, que diera las flores. Como
digo en el verso, mucho esperé”.
La realidad
habitualmente adversa
debiera
invitarnos, al menos,
a hacernos de
una larga paciencia.
No obstante,
anhelantes
del amparo de
su sombra
controlamos,
después de la lluvia,
cuanto prosperó
el jazmín en la pérgola.
Incluso, le
hablamos, cuando nadie nos mira.
Pero los
tiempos del jazmín
se toman su
tiempo.
Nuestro
presente es perpetuo
y aquel tiene
todo el futuro a su disposición.
Hace bien.
Cuando así lo disponga
traerá su
sombra (y su energía, su perfume
y su gracia)
para nosotros
o para
cualquiera que sepa esperar
o no tenga
paciencia
y hable solo
como un idiota.
“Y la otra noche cuando despierto
soñé que algo le pasaba al jardín de la pérgola. Cazo el teléfono y llamo a mi
casa, la casa que ahora es de mi hija menor, y diciendo así medio elípticamente
y la pérgola cómo anda. La podé, de abajo, me dice. Y quedé anonadado. Y soñé
con el jazmín y la nena que me dice que vino el de acá a la vuelta con la
motosierra. Cuando la pusimos era una ramita que atamos con un hilo a la
columna de la pérgola. Y lo soñé”. En todas estas horas no fumó un solo
cigarrillo. “Es muy difícil escribir eso, juntar un asunto con otro. Y darle
credibilidad. Estoy con eso”. Con el fuego interior.
Como si se
tratase de una puerta
hacia la
felicidad, aun continuamos
haciendo caso
al fuego interior que nos precipita
y caídos o
extranjeros o convertidos
en nuestra
propia condena
nuevamente
ofrecemos un corazón sin excusas.
Ahora es momento de vinos, picada
sobre la mesa; y charlar, charlar acerca del tío Coco y otros instantes del
mundo, charlar hasta tarde, muy tarde.
(Continuará). City Bell, 10 de octubre de madrugada, 14 de octubre al
atardecer.-
El encuentro con Néstor Mux se concretó el jueves 9 de
octubre de 2014 en Mundo despierto, el taller de lectura y escritura creativa
coordinado por José María Pallaoro en el Espacio-Encuentro La Poesía. Entre las
18hs. hasta cerca de la medianoche dialogaron con el poeta los integrantes del
taller: Laura Ceniceros, Carolina Cortazzo, Graciela Abal, Hermeto González,
Mercedes Do Eyo y Justine Bevilacqua. Parte de lo vivido en esas intensas horas
presenta esta breve crónica.
Publicado en La Tecl@ Eñe.
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